El pasado 7 de septiembre se realizó otra elección provincial más. Durante los años impares, en nuestro país se realizan veinticuatro elecciones provinciales (incluyendo CABA), la mayoría desdobladas de la elección nacional de elección de legisladores y, elección de por medio, ejecutivas. En términos institucionales, el triunfo para el peronismo bonaerense solo implicó tres senadores provinciales más –aunque de importancia, porque con ellos adquiere quorum propio– y dos nuevos diputados provinciales, bastante lejos aún del quorum propio en la cámara baja provincial. A todas luces, una elección sin estridencias, ajustada, si no fuera por el tremendo peso en cantidad de electores y de referencia simbólica para la evaluación de la salud política del gobierno nacional que adquiere la provincia de Buenos Aires. El gobierno que quería “ponerle el último clavo al cajón del kirchnerismo” se clavó la mano contra el cajón y ahora el muerto empezó nuevamente a moverse.
No es el primer signo de que la euforia política que compartían Milei, sus varios funcionarios, periodistas, seguidores y empleados en redes era exagerada. La semana anterior, sin ir más lejos, La Libertad Avanza (LLA) había obtenido 9,5% en la elección correntina y quedado cuarta. Y en los comicios que se realizaron hasta ahora, alcanzó valores casi nunca superiores al 20%, excepto cuando fue aliado a un gobernador e intentó autoatribuirse el papel principal en obras en las que era claramente actor secundario. La mejor elección que LLA hizo fue en la Ciudad de Buenos Aires, en la que triunfó con apenas algo más del 30%, resultado que, sumado con lo obtenido por el PRO, representó un 16% menos que la suma de ambas fuerzas dos años atrás (46% en 2025 vs 62% en 2023).
Con el diario del lunes, no es muy difícil comprobar que todo ese optimismo con Javier Milei era una especie de burbuja. El 56% de 2023 los envalentonó, pero el balotaje como instancia electoral es un arreglo institucional que fuerza las opciones y genera un escenario de votos prestados, de “minimizar la desutilidad social”, para usar terminología de teoría electoral. Gana siempre la opción menos mala para la mayoría, pero esto a veces genera la ilusión de un apoyo más sólido del que verdaderamente representa, aunque esa sensación de superpoder luego de rondar el 50% también ocurre a veces con triunfos antes del balotaje. En cualquier caso, la calibración de cuánta discreción tiene un presidente recién electo o reelecto y su relación con el porcentaje de votos es un tema que merece mayor atención y prudencia de parte de todos los niños presidentes que nos leen y aspiran a ser hegemónicos algún día.
¿Quién ganó o quién perdió?
Pero vayamos a los datos y veamos qué pasó efectivamente en la elección. Empecemos por las malas noticias: acá no ganó nadie. El peronismo hizo una buena elección, pero obtuvo 3 millones 820 mil votos (que probablemente lleguen a 3 millones 850 mil en el escrutinio definitivo), casi 350 mil votos menos que los 4.163.689 de la elección a diputados y senadores provinciales en la general de octubre de 2023. También significan, si se quiere, más que los 3.490.768 que sumaron ambas categorías en 2021. Como sea, para el peronismo fue una elección a mitad de camino entre una buena, como la presidencial de 2023, y una mala, como la legislativa pospandemia del 2021. Pero muy, muy lejos siempre de tiempos anteriores a 2011, donde el peronismo solía ganar con más del 45% de los votos y con una asistencia electoral cercana al 80%.
¿Por qué analizamos los votos en valores absolutos y no en porcentaje, como salen en la tele? Porque decir que el peronismo superó el 47% de los votos o, incluso, que Milei llegó casi al 34% en la provincia de Buenos Aires (se podría decir que es su mejor elección) oculta que ese porcentaje en realidad está compuesto por una cantidad menor de votos, puesto que hubo el menor número de votos positivos a agrupaciones políticas en muchos años: 8 millones 90 mil, aproximadamente, contra 8 millones 200 mil en las PASO de 2021 (la elección de mayor ausentismo y voto en blanco desde, al menos, 2001). Las restantes elecciones siempre estuvieron en torno a los 9 millones de votos positivos, algunas incluso en torno a 9 millones y medio. Para el peronismo este no es un dato menor, porque para volver al gobierno es necesario tener capacidad de sumar votos nuevos que hoy le faltan, sea solo o en una propuesta más amplia con otros espacios. Y no hay porque pensar que esta baja en la participación electoral vaya a ser algo permanente que signifique que sea posible garantizar un triunfo en la provincia de Buenos con menos de cuatro millones de votos.
Acá surge el segundo dato principal de la elección: lo que ocurrió fue un desplome de los votos de “la derecha oficialista”, es decir, tanto de La LLA como del PRO. La suma de ambas fuerzas sumó 3 millones 680 mil votos en las PASO de 2021 y 4 millones 220 mil en la general. Más votos aún sumaron en 2023: 4 millones 640 mil en las PASO y 4 millones 860 mil en la general. El domingo 7 de septiembre, obtuvieron 2 millones 720 mil, si sumamos los votos a senadores y diputados provinciales de toda la provincia. Entre 1,5 y 2 millones de votos menos. En síntesis: el peronismo cometió el acierto de no equivocarse, de dejar que los conflictos, los yerros, las denuncias y el mal gobierno de Milei ocuparan el centro de la discusión electoral y, con más o menos la cantidad habitual de votos, ganó cómodo. El peronismo no ganó la elección, la perdió contundentemente Milei y la derecha en general. Pero se sabe ya que nada de esto es definitivo. Como Terminator, es posible que ese antiperonismo una sus partes y vuelva al ataque.

¿Adónde perdió los votos Milei?
En un primer pantallazo de los votos a senadores y diputados provinciales abiertos por secciones electorales, observamos que el voto positivo, es decir hacia algún partido político, cayó al 87% respecto de la elección de 2023 (ya vimos en la primera tabla que había sido la elección con menor cantidad de votos positivos desde 2021 y, seguramente, desde 2001). Fuerza Patria también perdió votos respecto de la última elección, pero en menor proporción, y logró retener el 93% de los votos obtenidos hace dos años. La verdadera caída ocurrió con la alianza entre el PRO y LLA, que solo conservó el 57% de los votos que ambas fuerzas sumaban hace dos años. Esa disminución se dio en todas las secciones, aunque en algunas más que en otras. En los municipios del Gran Buenos Aires que abarcan la Primera y la Tercera Sección, esa merma es del 61% y 58% respectivamente; algo similar se puede decir de la Octava, sección que solo incluye a la capital provincial y que es similar al GBA, donde la alianza conservó el 62% de sus votos. En el resto de las secciones del “interior” bonaerense la merma es mayor, pero se notan claramente dos escalones diferentes: mientras en la Quinta y la Sexta el PRO-mileísmo obtuvo el 54 y el 56% respectivamente, en las secciones Segunda, Cuarta y Séptima, apenas llegan a retener el 44% de los votos. La pregunta que se impone es: ¿algo caracteriza a esas secciones respecto de las demás? Sin ser un profundo conocedor del interior bonaerense, me atrevo a decir que son las principales zonas agropecuarias de la provincia, lo que se conoce como “pampa gringa” y, particularmente la Segunda y la Cuarta, son parte de la selecta zona núcleo de la pampa húmeda, una de las tierras más fértiles del mundo entero. Es decir, parece ser que entre los más decepcionados con la alianza derechista está el famoso “campo” bonaerense.

En segundo lugar, nos preguntamos si en los principales municipios del área metropolitana (elegimos los veinticuatro municipios del Gran Buenos Aires, Pilar, Escobar y el Gran La Plata, o sea, La Plata, Berisso y Ensenada) es posible identificar algún patrón que explique la pérdida de votos de la alianza La Libertad Avanza-PRO. Para facilitar la tarea, hicimos un listado de los municipios y calculamos nuevamente la proporción de votos obtenidos por el peronismo y la derecha en 2025 en relación con los obtenidos en 2023. Ordenamos luego ese listado según el tamaño de la pérdida de votos de la suma de mileístas y macristas:

La primera hipótesis que pensamos fue la posible pérdida de votos de los libertarios en los municipios más pobres, teniendo en cuenta que en las presidenciales de 2023 llamó la atención la penetración del voto a Milei en esos territorios. Podemos decir que esa hipótesis parece corroborarse parcialmente, aunque los municipios son territorios demasiado grandes y heterogéneos como para poder aislar y analizar el efecto pobreza en el voto[1]. En efecto, podemos ver en la parte superior de la tabla, es decir, donde se ordenan los municipios donde la alianza de derecha perdió más votos en relación a 2023, que predominan los distritos del segundo cordón del Gran Buenos Aires, el territorio más alejado de la capital, con tierras de menor valor y población de menor riqueza relativa.
Sin embargo, si vemos en más detalle los resultados, podemos ver que también parece tener tanto o más peso cuál es el oficialismo local. Y más particularmente, los oficialismos con historia y fama de tener mayor consenso de sus vecinos, incluso de quienes no siempre votan al partido del intendente. Así podemos ver, en primer lugar, que donde más votos perdió la alianza LLA-PRO es en San Miguel, donde el intendente se fue de esa Alianza y se presentó como partido vecinal. Allí la alianza de derecha solo conservó el 45% de los votos que obtuvo en 2023, además de terminar en tercer lugar. Del mismo modo, destacan los malos resultados de LLA/PRO en San Fernando, Avellaneda y Tigre, los dos primeros de gestiones del primer cordón, donde históricamente el no peronismo era fuerte, pero desde hace ya un tiempo las gestiones peronistas locales (de Andreotti y Ferraresi, respectivamente) obtienen buenos resultados electorales y son conocidas por el apoyo de sus vecinos. El caso de Tigre es comparable al de San Miguel, pero en un sentido distinto: el intendente peronista, Julio Zamora, decidió pasar a ser parte del frente Somos y generó a nivel local un escenario de tercios, haciéndole perder votos tanto al peronismo como a la derecha. Perdió la elección, pero obtuvo alrededor de 20% de los votos, quitándole caudal electoral a ambos partidos principales. Asimismo se observan resultados relativamente bajos, con una retención de votos menor al 60%, en los municipios con gestiones locales más fuertes y con historia de buenos resultados, en particular Malvinas Argentinas, Ezeiza, Pilar, Berazategui y Ensenada. Por último, vemos que desde Ituzaingó en adelante mejoran bastante los porcentajes de retención de votos de la alianza de derecha, y ello ocurre casi siempre en municipios del primer cordón del conurbano, donde la cantidad de pobreza es moderada a baja. Cierran la tabla los tres municipios con intendentes de la alianza LLA-PRO, San Isidro, Vicente López y Tres de Febrero, que, además, junto con Morón y La Plata, son los de menor porcentaje de pobreza.
Un tema a tener en cuenta aquí es la dificultad para aislar el efecto pobreza del efecto oficialismo local, por la sencilla razón de que ambas variables tienden a reforzarse mutuamente: los municipios de mayor pobreza tienden a elegir intendentes peronistas, lo que fortalece aún más esa identidad política en el distrito. En sentido inverso, en San Isidro y Vicente López, y en menor medida en Tres de Febrero, el peronismo tiene la doble dificultad competitiva al enfrentar a oficialismos fuertes y mucho más preeminentes para el electorado, que además es socialmente reacio al peronismo como identidad política. Sin embargo, este mismo análisis nos puede ser útil para identificar aquellos casos en que los oficialismos son más débiles de lo que se podría esperar dadas las características socioeconómicas del municipio: Esteban Echeverría, Florencio Varela, Hurlingham, José C. Paz, Merlo e, incluso, Matanza, parecen ser municipios donde el desgaste de las gestiones locales, la presencia de internas no saldadas, las campañas realizadas a reglamento, o un mix de todo, diría Rinconet, tienen como corolario una merma de votos peronistas mayor a la esperable.
Resumiendo
La elección bonaerense del 7 de septiembre pasado trajo algunas novedades y la brisa de, quizás, un nuevo ciclo político. Cómo síntesis, creemos que hay tres puntos principales que los números que analizamos permiten pensar.
Primero, si bien es prematuro dar por muerto al gobierno de Milei al menos hasta las próximas elecciones legislativas nacionales, hay que ver qué le queda para seguir peleando después de haber caído a la lona. En este punto parece importante volver a señalar un alerta: los datos parecen afirmar que el peronismo no ganó la elección, la perdieron Milei y sus aliados del PRO. Se unieron para intentar una vez más sellar el sueño gorila de terminar con el peronismo, pero apenas lograron retener el 57% de los votos a legisladores provinciales que obtuvieron entre ambos hace dos años. Excede a este artículo analizar los motivos que llevaron a la derecha a este derrape, pero sintéticamente podemos decir que, por un lado, las palabras quizás sirvan para alimentar el alma, pero no el estómago: el empeoramiento de la situación económica de la mayoría de la población tuvo más peso que el eufórico discurso cotidiano del presidente afirmando el fin de la inflación, la existencia de doce millones menos de pobres, el crecimiento en V de la economía y varios disparates más. Por otro lado, la pérdida de confianza política, luego de pelea tras pelea con cuanto actor social y político hubiese, sumados los escándalos de la estafa con la cripto $Libra y, finalmente, el 3% para la hermana Karina, terminaron de derruir un gobierno con una épica imaginaria asentada en éxitos de fantasía. A veces da la impresión de que Milei y su entorno viven en Narnia.
Pero no habría que creer que esto es definitivo. Como decíamos, Terminator puede unir sus partes y volver al ataque. Es bueno recordar que, hace cuatro años, luego de las elecciones de 2021, la alianza Cambiemos se encontraba en una situación parecida a la que actualmente atraviesa Fuerza Patria. Ganaron una elección no por mérito propio, sino por ser la principal oposición a un gobierno, el de Alberto Fernández, con problemas de diverso tipo. Luego de esa elección, con el cartel de candidatos ganadores para las presidenciales del 2023 y con internas importantes sin resolver, las elecciones presidenciales se les escurrieron como arena entre las manos a Larreta primero y a Bullrich después. Nadie bebe dos veces del mismo río, pero lo que no se aprende a tiempo a veces se suele repetir. En tal sentido, es importante entender que nada está escrito ni mucho menos garantizado en los dos años que tenemos por delante.
Segundo, y metiéndonos ya en la provincia de Buenos Aires, vimos que las secciones electorales en las que Milei cayó más fuertemente fueron las más vinculadas a la actividad agropecuaria: la Segunda (norte de la provincia), la Cuarta (noroeste) y la Séptima (centro). Allí, la baja retención de votos (43 o 44%) de parte de LLA cayó incluso por debajo del municipio del conurbano en el que relativamente peor le fue (San Miguel, 45% de retención del voto). En varios municipios de esas secciones, al igual que en el ahora vecinalista San Miguel, se dieron escenarios de tercios con las listas de Somos o de Hechos. Eso relativiza en algún sentido la idea de que “el campo votó contra Milei”, pero al menos permite afirmar que en las secciones agropecuarias no pareció que lo más importante fuera esta vez votar contra el kirchnerismo o el peronismo, como sí dio la impresión en elecciones pasadas. Da la sensación de que conocemos menos de lo que creemos de la vida y los vínculos políticos de las personas de los pueblos del interior bonaerense y, quizás, también de otras ciudades de Santa Fe y alguna que otra de Córdoba. Desde el Gran Buenos Aires, quizás tendemos a suponer que la mayoría de los habitantes de esos municipios trabajan en el campo, usan boina y odian a Cristina por sobre todas las cosas; pero tal vez no sea tan así, quizás esos sean solo una minoría en esos pueblos, probablemente haya gente de diverso tipo y, especialmente, quizás sea posible pensar que existan formas de representar a la mayoría o a primeras minorías de esas ciudades y reconstruir lealtades a identidades políticas nuevas, alejadas del enfrentamiento hasta hoy casi irreconciliable con la “gente del campo”. Hace poco leí en una nota que un nuevo estudio sobre Titán –el satélite más grande de Saturno y segundo de todo el sistema solar, con atmósfera y mares, ríos y lagos como acá, solo que de metano y etano a menos de 170 grados bajo cero– afirmaba que tenía las condiciones para que, quizás algún día, pudieran aparecer las primeras formas de vida microscópica similar a las de la Tierra. Si es posible pensar en que alguna vez haya vida en Titán, quizás sea posible también pensar en que en las ciudades “del campo” algún día vuelva a crecer el peronismo. Quizás.
Tercero, es interesante ver cómo las cosas vuelven a sus lugares normales. El voto de La Libertad Avanza, principal antiperonismo vigente, volvió a tener el patrón de un antiperonismo típico: más débil en los municipios del segundo cordón y, más aún, en los distritos donde gobiernan buenos intendentes peronistas. Inauguremos el “nosotros lo dijimos en estas páginas” y recordemos que se marcó en esta columna la importancia que podían tener los gobiernos locales en una elección de este tipo, donde no entraban en juego candidaturas más relevantes que las municipales. Otro tema que señalamos allí fue que en treinta días todavía podían pasar cosas que alteraran el escenario electoral (aunque hay que confesar que pensábamos más en una escapada del dólar que en el show del 3% y la “alta coimera”).
En cualquier caso, podemos tomar de estas conclusiones algunos de los elementos útiles y necesarios para que el peronismo vuelva a algún día al gobierno y, sobre todo, a retomar su tarea de hacer a la patria grande y al pueblo feliz. En primer lugar, ser paciente y confiar que el tiempo está a nuestro favor o, al menos, que en Argentina el fracaso del liberalismo es cuestión de sentarse a esperar. Un poco, por lo falso de la autopercepción de superioridad de quienes se identifican con Europa o Estados Unidos y, mucho, por lo falso de la viabilidad de una economía sin regulación alguna que irrite a los más ricos, con dólar barato, sin industria ni derechos laborales, con un Estado que se vaya desentendiendo de pagar jubilaciones, salud, educación, etc. Especialmente, si continúan las elecciones libres y periódicas. Perón decía que “En esta tierra, lo mejor que tenemos es el pueblo” y, elección más o elección menos, sigue teniendo razón.
En segundo lugar, abrirse a superar los problemas actuales de la política pensando en nuevos vínculos con otros sectores sociales que hasta hace poco, o hasta hoy mismo, parecen imposibles. A casi nadie se le hubiera ocurrido posible que el peronismo ganara estas elecciones en los principales distritos de la soja; sin embargo, eso ocurrió. Quizás se pueda dar algún paso más y pensar en que esa situación se vuelva un poco más estable, aprovechar la oportunidad para tender más puentes, al menos, con distintos sectores de esas localidades. Y lo mismo para otras identidades hoy ajenas al peronismo de los últimos años. Quizás desde 2008 a hoy hubo un autoencierro excesivo en lugares en los que se estaba más cómodo, aún a costa de volverse minoría. El famoso viraje hacia “el Patio de las Palmeras” donde básicamente el peronismo se hablaba a sí mismo de lo que solo el peronismo entendía y estaba de acuerdo. Ojalá esta elección sirva para abandonar esas zonas de confort.
Finalmente, el relativo éxito de los gobiernos locales, especialmente de aquellos más apreciados por sus vecinos, muestra cómo la política no siempre se hace “de arriba hacia abajo”. Los principales dirigentes peronistas tienen, desde que Alberto Fernández logró superar el 70% de imagen positiva al inicio de la pandemia, una enorme dificultad para que la mayoría de los ciudadanos los mire con buenos ojos. Eso le hace casi imposible ganar un balotaje no solo a los excandidatos presidenciales Sergio Massa o, hace ya una década, a Daniel Scioli, sino a la mayoría de los dirigentes nacionalmente reconocidos del peronismo. En contraposición, muchos intendentes, varios gobernadores, quizás algunos dirigentes sindicales, gocen principalmente de buena imagen entre aquellos a quienes representan. Pero la idea de que la política se debe organizar a través de “orgas” que permitan ordenar arriba y bajar directivas, homogeneizando así las formas de actuar, de pensar, tendió a primar por sobre la idea inversa, a saber: que la política florece más o menos por sí misma en cada lugar donde la gente vive en comunidad y que conducir es permitir que esas realidades y esos liderazgos fluyan, en lugar de rociarlos del glifosato de la línea que baja y nunca sube. Esto no está dicho contra una orga en particular, en la que sospecho que usted lector está pensando en este momento, sino respecto de ese formato en sí. La práctica sectaria de la orga n.º 2 para terminar con el sectarismo de la orga n.º 1 no pareciera que solucione demasiado. El peronismo siempre tuvo la gran virtud de ser amplio, heterogéneo, impuro, incluso contradictorio. Eso, que para muchos era un rasgo de atraso y de incapacidad para liderar a las masas populares[2], probablemente sea su fuente inagotable de flexibilidad y su mayor fortaleza, la que lo haga volver y volver todo el tiempo. Además, Perón lo pensó más o menos así, y quiénes somos nosotros para discutirlo.
Notas
[1] La cantidad de población en los municipios seleccionados oscila, con excepción de los más chicos Berisso y Ensenada, entre un piso de 200 mil habitantes, hasta los que superan el medio millón de habitantes, y La Matanza, en torno a 1 millón 800 mil. Es bastante obvio que, con esos tamaños de población, dichas ciudades suelen ser altamente heterogéneas. En ese sentido, se pueden identificar los municipios con relativamente mayor y menor pobreza, pero en ningún caso se puede esperar homogeneidad social o económica cuando analizamos los resultados a dicho nivel de agregación. Análisis más precisos podrían hacerse tomando como unidad de análisis los circuitos electorales dentro de los municipios del área metropolitana, los cuales, sin ser tampoco chicos ni homogéneos, lo son bastante más que el agregado del departamento municipal completo.
[2] Al respecto, por si resulta de interés y no lo leyeron, Daniel James analiza estas y otras críticas en Resistencia e Integración, quizás el mejor libro sobre el peronismo escrito por un trotskista inglés.