Una imagen elocuente que circuló por redes sociales muestra, en pleno centro de la ciudad de La Paz, una de las tanquetas que se dirigía hacia la sede de gobierno atascada con el cordón de una vereda y a un militar pateando el neumático. Fue una de las tantas situaciones extravagantes que dejó el intento de golpe de Estado en Bolivia, el cual duró apenas un par de horas y terminó con el jefe de la asonada detenido y la disputa interna en el Movimiento al Socialismo (MAS) en llamas.

Pero para entender el contexto, hay que retroceder un par días. El 24 de junio, el comandante nacional del Ejercito, el general Juan José Zúñiga, brindó una entrevista en el prime time de la televisión boliviana a la periodista Jimena Antelo. El militar atacó duramente al expresidente Evo Morales. “Está entre los malos bolivianos que todos los días quieren dividirnos […] Ese señor no puede volver más a ser presidente de este país […] Nosotros somos un brazo armado del pueblo, un brazo armado de la patria […] y si la situación lo amerita lo detendríamos”. Esto generó revuelo y repudio generalizado en el ambiente político, por la clara violación a la Constitución y a las leyes castrenses de tales diatribas. Obviamente, recibió la respuesta del propio Morales: “El tipo de amenazas […] nunca se dieron en democracia. Si no son desautorizadas por el Comandante en Jefe de las Fuerzas Armadas, Ministro de Defensa, Presidente y Capitán General de las Fuerzas Armadas, se comprobará que lo que en verdad están organizando es un autogolpe. Nuestra democracia está cada vez en mayor peligro”. Aparece por primera vez en escena una palabra clave de esta historia: la tesis del “autogolpe”. Por cierto, la Ley Orgánica de las Fuerzas Armadas de Bolivia es explícita en impedir a la institución militar realizar acciones políticas partidistas (artículo 4), sus mandos tienen prohibido “publicar, dictar conferencias o emitir opiniones orales o escritas” (artículo 120), y si lo hacen pasarán “a retiro obligatorio” (artículo 122).

Sin embargo, el presidente Luis Arce demoró en exigir la baja de Zúñiga. Algunos medios indicaron que el mandatario se la habría pedido el 25 por la noche; pero el 26 por la mañana el general participaba de un acto de la fuerza, como si nada hubiese pasado. A partir de allí, se empezaron a detectar movimientos de tropas inusuales que el gobierno no explicó (o no detectó) y que, horas después, terminaron con los tanques llegando hasta el epicentro del poder político para derrocar al gobierno. Las imágenes que recorrieron y alarmaron al mundo recibieron una veloz respuesta de los países de la región (a excepción de Argentina, quien recién lo hizo cuando el putsch había sido sofocado), de la propia OEA (corresponsable del quiebre institucional de 2019), de la derecha boliviana y hasta de dos de los protagonistas del golpe contra Morales (hoy presos por sedición), Luis Fernando Camacho y Jeanine Añez. La población salió rápidamente a las calles, acicateada por la memoria reciente del quiebre institucional y el trágico gobierno de facto.

En la entrada del Palacio Quemado (testigo privilegiado de la treintena de golpes que sufrió Bolivia en los últimos ochenta años), cuya puerta fue derribada por la tanqueta que conducía el propio Zúñiga, el presidente Arce le corta el paso al golpista y lo increpa: “Entonces acate mi orden capitán, vuelva a sus órdenes y (inaudible) con la policía militar a sus cuarteles en este momento. Capitán, lo que usted está haciendo contra el pueblo boliviano no se lo vamos a permitir”. El cara a cara, como un duelo de antaño, se convirtió en la estampa del día.

Zúñiga, quien fue posicionado en el cargo en 2022 y está formado en inteligencia militar, demostró poco talento y raciocinio para tamaña aventura. Lo ratificó con declaraciones erráticas sobre las razones del alzamiento e instantes antes de ser detenido aseveró que lo hizo en connivencia con Arce. ¿Las insurreccionales declaraciones que el general realizó en los últimos tres días fueron azuzadas por alguien? ¿Por qué rompió de manera tan estridente el mandato de no intervención en asuntos políticos? ¿Acaso creyó que la guerra fratricida en el MAS le daría un cheque en blanco para semejante acción temeraria?

Lo que inicialmente parecía que podía permitir un acercamiento entre Morales y Arce en la disputa aciaga que tienen desde hace tres años y que ha fracturado a la base de sustentación del MAS se esfumó rápidamente. Seguidores del primero acusaron al presidente de provocar un “autogolpe” en un desesperado intento por mejorar su imagen ante una crisis económica que preocupa seriamente a la población. Recordaron que diputados arcistas querían condecorar a Zúñiga por su lealtad. “Ya pasó el show. Un burdo autogolpe”, me dijo una persona cercana al líder indígena.  En la vereda de enfrente, alguien que transita los pasillos de gobierno, retruca: “Se ha llegado a niveles insólitos de fanatismo y delirio, para hablar de autogolpe”.  Una tercera, hoy prescindente de ambas rivalidades, señala que “el desgaste de esta pelea ha debilitado a la institucionalidad democrática, a Lucho, a Evo y al MAS”.

En agosto de 2025 están previstas las elecciones generales de Bolivia para elegir presidente, vicepresidente y la totalidad de la Asamblea Legislativa. En este año y monedas se acrecentará la disputa por el control del MAS. Las esquirlas del intento golpista continuarán dañando el proceso político boliviano, impidiendo una candidatura unificada e intoxicando el proceso político que se inició en 2006 y que le mejoró la vida al pueblo.

A pesar de la pelea facciosa a cielo abierto, la derecha continúa tan escondida como tras su salida vergonzante del poder hace casi cuatro años. Tal vez por esto, un militar con pocas luces creyó que iba a conseguir sus quince minutos de fama terciando como protagonista en el enrarecido ambiente político. Menudo favor a la democracia le hacen las dudas sobre lo ocurrido, cuando en pleno siglo XXI ya se contabilizan ocho intentos de golpes de Estado en América Latina.