El mundo no gravita alrededor de los inventores de grandes estruendos,
sino alrededor de los inventores de nuevos valores.
Frederic Nietzsche

Nuestro presidente acaba de culminar con el programa de encuentros con sectores tecnológicos, como parte de su agenda por el país del norte. Grandes títulos gubernamentales, también grandes titulares de periódicos, y un mensaje mediático acordado, preanunciando una nueva era, la de las grandes inversiones tecnológicas en nuestro país.

Visto así, y con un análisis no demasiado profundo, característico de estas épocas del metamensaje y el micropensamiento, se acercan años de una revolución, no solo tecnológica, sino de nuevos paradigmas laborales, sociales y políticos. Argentinos, navegando desde sus hogares por el mundo, trabajadores expulsados del viejo sistema laboral desplegando “sus capacidades” en soluciones de software y hardware, olvidados ya de lo primario, de lo metalmecánico, del taller, de la manufactura o de la línea de producción.

Y Argentina transformándose en un polo de referencia de las nuevas tecnologías, compitiendo con chinos, japoneses, coreanos o nórdicos y, desde luego, apadrinados por los líderes de Google, Meta/Facebook, Apple, Tesla y Silicon Valley. Casi una sociedad en el país de las maravillas. Ahora bien, todo esto tiene un trasfondo desconocido para la ciudadanía de a pie; y dicho trasfondo tiene una historia que se remonta a más de una década.

La agencia estatal independiente de EE.UU., mas conocida como FCC (Federal Communications Commission) para los expertos, órgano regulador de las comunicaciones para el público en general, debió laudar en un conflicto no resuelto: el de los dueños (inversores en redes terrestres –fibra óptica, redes inalámbricas, entre otras–, plataformas satelitales y sus combinaciones), piratas del asfalto informático e Internet que lucran con las inversiones monumentales que significan el despliegue de las redes en los países, frente a los desarrolladores de aplicaciones, desarrolladores de contenidos y generadores de datos. He aquí que los especuladores –AT&T, Verizon, entre otros grandes operadores de redes y servicios asociados– no salieron indemnes.

Como en tantos campos, nuestro país es un caso paradigmático. No la excepción, pero sí de los pocos que trasladaron el mensaje político a los hechos. Minutos antes de la creación de Arsat, empresa estatal de soluciones satelitales y, además, propietaria, gestionadora y administradora de la mayor traza de fibra óptica del país, con una red de fibra de aproximadamente 34.000 km en su red ReFeFO (Red Federal de Fibra Óptica), los operadores más importantes –Telecom, Telefónica de Argentina, Claro y, en menor medida, Telecentro, Cable Visión y Multicanal– habían realizado un despliegue fundamentalmente “en estrella” , más o menos como el modelo inglés de ferrocarriles, con mínima redundancia y, en general, bajo el principio de cubrir los mayores centros de tráfico, en definitiva, los grandes centros urbanos.

A partir de la definición política de que, para integrar definitivamente al país, era ineludible el acceso a la información y a las nuevas tecnologías, pero no meramente como un insumo para usuarios, sino como herramienta de acceso y transformación, así como de producción y generación de nuevas actividades laborales, investigativas y científicas, la localidad, el pueblo o la ciudad no fueron las variables determinantes en el despliegue de la fibra óptica, sino que lo fue el país como unidad integradora e inclusiva. Hitos son, entonces, la traza de la fibra óptica en toda la Ruta 40, la Ruta 23 en Río Negro, la traza que une el NOA y el NEA, el cruce al Estrecho de Magallanes.

Entonces, ¿cuál es el problema de que nuestro actual presidente “consiga” que las megaempresas de contenidos y aplicaciones vengan al país? Si la pregunta es hecha a boca de jarro, la respuesta es “ninguno”, pero veremos que no es así. Ya hubo tentativas de arrimarse al fueguito del crecimiento en gobiernos anteriores, incluso en el primer gobierno de Cristina; pero la hilacha fue mostrada ya en los años noventa, cuando pergeñaron el ALCA (Acuerdo de Libre Comercio), al cual dijimos que no rotundamente, puesto que a esos “intereses” no les interesa nuestro país como lugar de fuertes inversiones; más aún, la condición del ALCA eran los negocios trasnacionales con mínima inversión en los países adherentes.

En este contexto, preferible malo pero conocido, o, al menos para quien comparte esta reflexión, independientemente de los modelos de negocios que nos trajeron hasta aquí, de los aciertos y los errores del sector privado y del sector público en materia de telecomunicaciones, la frutilla del postre debería quedar aquí, y esto debería ser un “imperativo categórico” a lo Kant. Nuestro país cuenta con un despliegue fenomenal de fibra óptica; pocas son las localidades alejadas de las trazas nacionales, provinciales o privadas; y las soluciones a estos problemas están a la mano. Por caso, una cobertura satelital complementaria, en bandas C, KU y Ka, que hace posible llegar a cada rincón de nuestra geografía la red de Televisión Digital Terrestre, con cobertura al 92 por ciento de nuestra población. He aquí el “desde dónde”.

En poco tiempo, Argentina podría contar con accesos a cada segmento de nuestra sociedad, de acuerdo a necesidades y demandas; asegurar una prestación mínima y universal; brindar centros de storage, administración y gestión de datos con altos niveles de seguridad; poseer redundancia en todas las trazas interurbanas, lo que asegura la securitización del servicio tanto residencial como empresario; expandir el desarrollo de habilidades en cuanto a programación, característica principal de los egresados de nuestras universidades, generadores de contenidos, desarrolladores de facilidades y aplicaciones; y, para finalizar, desarrollar una “Silicon Valley criolla”, que ya fuera pensada en su momento por Julio De Vido, tan denostado por estos lares.

De improvisadores, así como de fabuladores, nuestra patria está llena. Adelantados hay pocos, y los estadistas, por su parte, son parte de una especie en extinción. Lo que sí es posible asegurar es que Argentina está llena de hombres y mujeres con impronta, con ideas, con carisma, con ganas y con sentido común, a quienes no se escucha.