Solo es verdadera la incertidumbre de lo posible que, por la conciencia del riesgo, en el hombre despierta toda su energía porque es consciente de su decisión.
Karl Jaspers

Parado en el paso Mamuil Malal hacia Chile, al pie del Volcán Lanín y la vera del lago Tromen, pienso si la gesta sanmartiniana solo aspiraba a la liberación de los pueblos de la monarquía española, si ese era el contorno de sus sueños o si nuestro héroe patrio tenía ese objetivo como peldaño inicial de sus sueños libertarios. La escala de su estrategia y la concepción del acto liberador muestran que en el Padre de la Patria no habitaba la mezquindad desde ninguna perspectiva, ni política, ni económica ni social.

San Martín no solo fue un hombre arrojado a los objetivos más nobles para el destino de esta tierra; fue quizá el primer visionario geopolítico del Cono Sur: el genio militar, el integrador político y cultural, el hombre que desafió un umbral geográfico casi inexpugnable para dejar el signo de la Patria Grande. Los hombres que en la historia de América del Sur estuvieron embebidos por la significancia de lo que es la Patria son, somos, deudores eternos de San Martín en cualquier instancia de su interpretación. El cruce de Los Andes y la conciencia libertaria no se apoyaban en un heroísmo personal. Belgrano, Güemes, Castelli, sus hermanos “los indios que andaban en pelotas”, el mestizaje y los negros dan muestra de que San Martín ya había derrumbado paradigmas y barreras sociales que solo se mantenían en los centros urbanos en los que el patriciado –los mismos de ayer y de hoy– aspiraba y aspira a “ser patricio” fallando siempre en el intento. A través de esa distancia entre lo patricio y lo patriota, los defensores del puertocentrismo porteño fueron diluyendo las alianzas sanmartinianas: al oeste con Bulnes y con O’Higgins, al norte con referentes de Sucre, La Paz y el Alto Perú, hasta llegar a Bolívar en Venezuela.

La idea de una gran confederación política en América del Sur fue siempre un puñal en el pecho para los intereses de las clases dominantes porteñas. Solo por hacer un somero revisionismo, constatar que el gran movimiento comercial hemisférico en el Cono Sur era por aquella época a través del Océano Pacífico –los mares elegidos para la estrategia militar y de liberación de San Martín– permite dimensionar la poca comprensión de escala y el cortoplacismo del tipo de subjetividad porteña. En definitiva, la idea integradora no solo fue un signo encumbrado de aquella gesta sanmartiniana, sino que también lo fue la visión de una región frente a un mundo, mucho más y además que la de un país frente a una potencia colonizadora.

Sabido es que, en su exilio, San Martín fue testigo lejano de la antropofagia de los precursores de Mitre, Sarmiento y Roca; esos que abrevaron en la consagración de Rivadavia, a quien deberíamos recordar por el primer endeudamiento y fuga de capitales de Argentina mas que por los cuadernos y blocs de hojas para estudiantes. Una deuda, la primera que originan los “patricios”, pariendo una clase dominante que solo fue capaz de tener intereses familiares y a la vez extranjerizantes. Una clase que, con su mirada lasciva posada en Francia e Inglaterra, condenó al yugo y a la denuncia al distinto a ella, que excluyó a todo aquel sin chapa ni alcurnia que constituía la Patria tierra adentro, que negó la Patria extendida hacia el continente.

Hoy, 25 de mayo, no hay sol que esté asomando. Todo está más gris aún, todo es más confuso que hace unos años. Dependerá de cada argentino y argentina identificar un sentir patrio. En los actos públicos, personajes dantescos cantarán y bailarán, desarticulando todo lenguaje que nos diga como patria. Cada concepto, cada palabra y cada significante será para festejar las libertades de esa clase dominante y su enriquecimiento personal; festejarán el último desguace y el último sacrificio de un país que vinieron a subastar.

Basta de subterfugios. Rocca, Funes de Rioja, Rattazzi, la Sociedad Rural, la cúpula del PRO, para nombrar algunos: algo de lo que traman hace doscientos años –cuando Rivadavia gestionó el Empréstito Baring con dudosos destinos– no cierra. Principalmente, no cierra con el pueblo adentro. Si los principales referentes del país del norte –gurúes tecnológicos, fondos buitres y banqueros– realzan “la seguridad jurídica que existe ahora para las inversiones en nuestro país”, no están pensando en el despegue laboral ni en desarrollo argentino. Sus asociados locales, tampoco.

Como siempre en nuestra historia, estas “familias” –en el sentido mafioso de la hermosa palabra– están pensando claramente en ganancias, siempre excesivas, en dividendos, en prebendas. Si consideramos las medidas impulsadas por el gobierno, como es el Régimen de Incentivo a las Grandes Inversiones, nada queda por agregar. Cada punto de la Ley Bases; las reformas laborales, las delegaciones de autoridad, las persecuciones culturales y sociales a toda emancipación identitaria. La alineación con EE.UU., con el sionismo de Netanyahu y con las derechas más recalcitrantes de Europa marca un derrotero en las antípodas de los revolucionarios de mayo, fundamentalmente de aquellos que fueron artífices del proceso de liberación soberana. A no dudar: los Rocca, los Rattazzi, los Macri, los Funes de Rioja, y todos los que se arrodillan, como los referentes provinciales que ven el negocio arribar a sus arcas, los diputados que votaron a favor de esta ley, todos y cada uno se acercan, “lápida” en mano, para clausurar cualquier hendija por donde se atisbe la autodeterminación de nuestro pueblo.

Mientras caen las sobras en la montaña, se adormece un pueblo. ¿Soñará aún con esa Patria que el dominador, junto a los entreguistas, quiere enterrar en el olvido?