El hecho es, antes de existir.
G.W.F. Hegel

La necesidad –nos dice Herbert Marcuse en Razón y revolución– presupone una realidad que sea contingente, es decir, una realidad que en su forma predominante encierra posibilidades aún no realizadas. Ergo, un hecho siempre será parte de un proceso, incluso aquellos hechos que marcaron un “aquí y un ahora”, como cuando el peronismo lideró la gesta más genuina de un pueblo en búsqueda de su libertad absoluta.

En cada segmentación del proceso popular de nuestro país no solo hubo una realidad palpable, sino también el germen de una realidad que todavía no encontraba la forma de manifestarse. En definitiva, ese “algo” incubado y que muchas veces se nos escapa en la dinámica del día a día tiene una esencia y una existencia tan real como lo tiene el acontecimiento más concreto. Pensar entonces lo contingente como algo definitivo es un error de una multiplicidad histórica: distintas sociedades, y la nuestra en particular, se han cegado frente a la evidencia de los hechos, cuando el pensamiento se obnubila con una realidad que siempre fenecerá.

Ahora bien, aún frente al “éxito” circunstancial, se hace necesario reflexionar lo más alejado posible de aquello es casi un paradigma, “el sentido común”. Nada más alejado de lo verdadero que aquello que presume de cierta anuencia social, el sentido común es la tranquilidad, el alargamiento del espíritu y, hasta me animaría a decir, el transigir con lo más cómodo. Definitivamente, hay que romper con las posiciones acomodaticias, tanto desde lo conceptual como desde lo actitudinal: la realización de una realidad es inmanente a otra realidad pasada que se destruye, puesto que la dimensión del desarrollo del hombre en un proceso histórico no es la acumulación de “aquí y ahora” abstractos, sino la concreción profunda desde una conciencia a una autoconciencia y la internalización de que el ser es un devenir hasta su ideal absoluto, que seguramente no será nuestro logro pero sí nuestra perspectiva.

Si hacemos una mirada temporal del proceso histórico del peronismo en sus distintas versiones, descubriremos que el virtuosismo redunda en “realidad y potencialidad”. El despliegue de las múltiples posibilidades en distintas etapas de nuestra patria marcan siempre un proceso de actualización: incluso en momentos donde lo expresado deja un vacío conceptual y doctrinario, se actualizan los paradigmas, se refrescan los dogmas, se transforman los umbrales sociales, se hacen necesarios nuevos sujetos pensantes. Y, también, se excluyen miradas sin visiones: cuando nos arrebatan certezas que luego se diluyen comprendemos que hay que desterrarlas por nuevas verdades y, desde luego, nuevas acciones; y si no las apercibimos como objetividades de conciencia, al menos las intuimos frente a un espejo que nunca miente, aquel que nos devuelve la desazón social.

Hemos pecado muchas veces de ingenuos, otras de estadistas; hemos dado como superadas discusiones profundas, internalizaciones sociales, convicciones indubitables; creímos en procesos industriales asentados, en la cosa pública como batalla ganada, en la conciencia de Estado como dato irreductible, entre otros significantes; y la realidad de los hechos nos delatan que no estábamos en lo cierto, y que tal cierto es una deuda pendiente o, al menos, que lo cierto es parte de eso que se deconstruye para volverlo a construir interminablemente, ¿hasta cuándo? Hasta siempre.

Por estos días –aciagos, desde luego– hay una realidad que no es una actualidad, porque la actualidad es esa posibilidad encapsulada y que despertará en un futuro próximo. Cuándo ocurrirá esto dependerá en principio de la autoconciencia de un sujeto, que hoy parece irreconocible, segmentado o fragmentado; pero he ahí el primer desafío: la búsqueda de ese sujeto social, desorientado, pero que al fin es el indispensable en cualquier concreción de identidad colectiva.

Como sea, el momento indica que hay algo irrenunciable, y esto es abandonar definitivamente dogmas, cifrados, psicologismos y lógicas que nos han traído hasta aquí. Si pedimos que un sujeto social salte desde la conciencia a la autoconciencia para comprender ese ser para sí, para reconocerse a sí mismo en lo más profundo, resulta redundante que también sea una exigencia para nosotros; y, cuando digo “nosotros”, digo aquellos que desde alguna perspectiva nos vemos como mujeres y hombres convencidos de que la política tal cual la concebimos es el instrumento de cambio definitivo. Y ambas polaridades, para los tiempos que corren, no son condición suficiente; son además necesarias, y más necesarias que nunca.