Quien quiera acompañarme, el camino es largo, es doloroso, pero se vive.
Clarice Lispector

Estos últimos años, en la política argentina la aspiración a ser fundacional se ha transformado en una trampa mortal. Y no justamente para quienes han pretendido serlo, sino para el hombre de la calle, aquel que transita la vida con cada vez más sueños inconclusos. Milei no ha escapado a la ambición, y lo llamativo es la tenacidad de una sociedad que, por algún motivo que desconozco, confía en los nuevos geógrafos.

Una anécdota. Eran los años del menemismo, y yo transitaba una de las calles del microcentro porteño, cuando de repente me entra una llamada con característica de la provincia de Corrientes… “Hola, Caarloos… Hola, Carlos…”. “No soy Carlos”, respondí.  “Hola Carlos…”, y nuevamente: “No soy Carlos…”. “Pipipipiiiii….”. Me quedé pensando que conocía aquella voz, y efectivamente era él, “Tato” Romero Feris, que intentaba comunicarse con Carlos Menem. Eran tiempos incipientes de la telefonía celular, y todavía pocas, las líneas.

Se dirán que fue por casualidad: pero les digo que no, porque eran los tiempos donde todo lo que fuera política era parte de mi agenda, aun los programas radiales y televisivos, donde se guarnecía lo más rancio de la política y del periodismo. Romero Feris era una figurita repetida en el programa de Bernardo Neustadt –o, como lo pronunciaba Hugo Guerrero Marthineitz, “Noistadt”–, con su amanuense Mariano Grondona los primeros emuladores de Chasman y Chirolita de la TV argenta.

Hasta los años dos mil no tuve demasiadas motivaciones para relacionarme con Corrientes. Alguna vez, de camino a Misiones, atravesé la provincia: era de nochecita y paramos en Santo Tomé, fuimos a un hotel y resultó tan deprimente que continuamos camino hasta Posadas. Santo Tomé representa muy bien a esta provincia del Litoral, devastada por intereses personales, prebendas y cero políticas públicas. Pero después de 2004, ya yo como interventor de la Comisión Nacional de Comunicaciones, las políticas públicas nacionales eran un mandato, y Corrientes no era una excepción. Así fue como llegue a la localidad de San Carlos.

Allí realizamos reuniones con fuerzas de la comunidad, inauguramos el acceso a Internet, hicimos el despliegue de Televisión Digital y nos alcanzó para hacer una recorrida por el pueblo y, fundamentalmente, por esas magnificas construcciones jesuíticas que lo caracterizan. Y, oh sorpresa, en la iglesia antigua y bella nos adentramos, encontrándonos en el acceso con tres jóvenes y una mesa llena de papeles, prolijamente ordenados; más sorpresa aún, eran boletas para las elecciones, pertenecientes al partido de Romero Feris.

No lo podía creer. No tengo el prurito de los “libertarios”, que después despachan colectivos escolares para llenar el Luna Park donde cantará Milei, pero era demasiado. Llamé a un periodista del diario Perfil, un conocido y amigo que algunas veces me pegó inútilmente: “Hola R, escuchá, vos me conocés, sabés que entiendo de códigos políticos, pero lo que pasó en Corrientes es demasiado”. Quedó en nada, como también quedó en nada cuando nos cancelaron, pero no pudieron silenciarnos, años después, cuando presentamos junto con Gabriel Mariotto el Foro de la Ley de Servicios Audiovisuales, realizado al aire libre, en la plaza central, casi a capela, pero fue un hito, más aún frente a esa costumbre característica de los autonomistas y liberales de ser “censores” de todo lo que huela a popular.

Con Valdez de gobernador, nada ha cambiado ni cambiará. Políticos, Justicia y Policía son la triada que asegura la impunidad. Desde luego, los medios, tanto provinciales como nacionales, son un escenario bondadoso: distribución de vacunas del Covid, desaparición de mercaderías y enseres hogareños, aprietes, apropiación de tierras, desmonte, trata de personas y hasta droga pueden llegar a ser variables propicias de lo que es Corrientes en términos institucionales.

Y el caso Loan ha puesto nuevamente esa realidad en el tapete. Pruebas plantadas, policías sospechados, Justicia desorientada, políticos con discursos altisonantes llenos de mentiras, y fundamentalmente el “silencio cómplice”, más el aparateo ostentoso de nuestra ministra de Seguridad, castrense ella, “la Pato”, que se trasladó a dicha provincia porque tenía alguna data, pero no resultó –nunca se cansa de comer fruta podrida– y se volvió con las manos vacías, aunque con el garguero lleno de diatribas que ya nadie cree. Mientras tanto, la desaparición de Loan está impune.

Nosotros tenemos lo nuestro, y, también en Corrientes, desde hace un tiempo el peronismo no ha escapado a la corriente seductora de contar con cuadros representativos de lo “popular”, ya sea de la cultura, del deporte o de actividades que aseguren la presencia mediática. Así hemos tenido al “Changuito Cañero”, al “Motonauta”… y al “Remero”, precisamente: de un deporte poco conocido, pero con jerarquía olímpica, Camau Espínola fue propulsado directamente como candidato a gobernador. Y hoy aquel que fuera una promesa se arrastra por algunos carguitos en el Estado para votar la Ley de Bases, que seguramente ni leyó, pero que será parte de nuestra condena.

Los vientos no son favorables, pero no hay nada que no se termine –inclusive los calvarios. Y la política verdadera alguna vez volverá a ser lo que siempre ha sido: compromiso, síntesis y representación. Compromiso con la palabra empeñada, síntesis de pensamientos multifacéticos –como siempre lo fue el peronismo–, y representación de mandatos que solo son temporales y que encarnan sueños, aspiraciones y realidades del hombre de la calle, aquel que fue, es y deberá ser nuestro sujeto protegido.

No soy un hombre de fe –al menos religiosa–, pero siempre me sedujo hacer el camino de Santiago de Compostela. La liberación del espíritu de aquellos que lo han transitado y me lo han comentado, la sensación de totalidad, el encuentro con respuestas buscadas o la simple vocación de refrendar la fe es suficiente, al menos para mí, para intentarlo. Por supuesto, por estos lares –y en la Argentina de hoy los mensajes son indubitables– la liberación es para los mercaderes y para el “toma todo” de la perinola empresarial, el dios “moneda” es el único adorado, y lo individual es el nuevo paradigma. Minga para un desliz metafísico…

Con nuestro espíritu amenazado, en la cumbre del bastardeo de la realización del ser argentino, el camino de Santiago de Compostela se ha desviado política, social y mediáticamente hacia la senda de la nada misma, donde el pedregullo de la impunidad y lo éticamente relativo es la moneda de cambio de un ensueño trágico.