Como un héroe de la poesía épica de Homero, Luiz Inacio Lula da Silva volvió. Obtuvo por tercera vez la presidencia de la República, un hecho inédito desde la recuperación de la democracia, ante una maquinaria estatal que como nunca antes en la historia puso todos los recursos para lograr la reelección del presidente Jair Messias Bolsonaro, el primero en la historia del país en no ser reelecto.
No es exagerado afirmar que Lula homérico recuperó la democracia para Brasil. Esta historia es mitología pura: Pasó 580 días presos por un juicio escandalosamente ilegal. Fue proscripto en las elecciones de 2018. En este proceso perdió a su esposa y a su nieto. La derecha celebraba que había desaparecido del mapa político a Lula, al petismo, a la clase trabajadora. Tal es la dimensión de esta victoria. Cuatro años atrás había declarado premonitoriamente: “Si me encarcelan, seré víctima; si me matan, seré mártir; si quedo en libertad, seré presidente”.
En el acto multitudinario de victoria en la avenida Paulista, colmada de un pueblo feliz y aliviado, que lo ovacionó hasta las lágrimas, dijo: “Yo me considero un ciudadano en un proceso de resurrección en la política brasileña, porque intentaron enterrarme vivo y hoy estoy aquí. En esta elección hemos ganado la democracia y derrotado al fascismo”. También demostró su talla de estadista: “A partir del 1 de enero voy a gobernar para 215 millones de personas. La bandera pertenece al pueblo brasileño. Quiero unir a las familias, es hora de bajar las armas que fueron empuñadas”.
Lula homérico venció a la maquinaria del Estado, que desplegó todos los recursos para tratar de torcer la derrota en la primera vuelta. Un despliegue que incluyó la diseminación asfixiante de mentiras y ofensas. El analista Ricardo Noblat afirmó: “Esta es la elección más comprada desde el fin de la dictadura militar de 1964”.
El propio día de la elección, en una acción digitada desde el gobierno, la Policía Federal de Carreteras cometió un crimen electoral al impedir a la ciudadanía acceder al transporte gratuito para ir a votar. O Globo afirmó que se realizaron al menos 570 operaciones de esta característica, sobre todo en el Nordeste, bastión de Lula. La estrategia se desplegó en los territorios donde la distancia del líder del PT fue mayor. Recordatorio: El director general de esta institución llamó a votar por Bolsonaro. Moraleja: el intento golpista no vendría de las Fuerzas Armadas, sino de la Policía, como en Bolivia y Ecuador.
Este lunes se produjo un lockout patronal del sector de transporte terrestre cortando rutas en 11 estados ante la inacción flagrante de la Policía Federal de Carreteras, la misma que el domingo se ensañó con ciudadanos humildes que querían votar a Lula. Este bloqueo seguramente fue concertado con el bolsonarismo duro.
La gran pregunta que ronda a estas horas es qué hará Bolsonaro (aún no ha hablado desde su derrota). A pesar de que sus ministros y aliados moderados lo llaman a aceptar el resultado, que gran parte de gobernadores y parlamentarios electos felicitaron a Lula, incluso líderes religiosos evangelistas, no hay certezas. Cabe recordar que a Joe Biden lo reconoció 38 días después de haber ganado. El Mito, como lo llaman sus seguidores, aún puede seguir haciendo daño desde el Palacio Planalto.
Mi opinión es que no saldrá de su silencio. No hará ningún comentario de los resultados ni felicitará a Lula. Hasta ahora la primera palabra del círculo íntimo provino de su hijo Flavio, que en su cuenta de twitter escribió: “¡Gracias a todos los que nos ayudaron a rescatar el patriotismo, que oraron, rezaron, salieron a las calles, dieron su sudor por el país que está trabajando y le dieron a Bolsonaro el mayor voto de su vida! ¡Levantemos la cabeza y no renunciemos a nuestro Brasil! Dios manda!” Una declaración que no dilucida si serán capaces de una acción como la de Trump en el Capitolio.
Lula ya planteó en el acto del domingo la necesidad de realizar una transición inmediata de gobierno y exigió a la administración actual que colabore. El 1 de enero de 2023 es la fecha de asunción. “Nuestro compromiso más urgente es acabar con el hambre. No podemos aceptar como normal que millones de hombres, mujeres, niños y niñas en este país no tengan qué comer. Tenemos el deber de garantizar que todos los brasileños puedan desayunar, almorzar y cenar todos los días. Ese será, nuevamente, el compromiso número uno de mi gobierno”.
Bolsonaro es un nostálgico de la dictadura militar, un exmilitar apartado indignamente del ejército, algo que siempre le pesará. Por lo tanto, es un golpista. Como afirma el analista Alberto Carlos Almeida: “Si cuestiona el resultado de la elección, pierde el apoyo del 100% del mundo político (sufrirá más en la Justicia), pero mantiene al núcleo radical de sus electores. Si no cuestiona el resultado, pierde el apoyo de sus electores radicales, pero mantiene algún apoyo político”.
La catarata de reconocimientos internacionales a Lula (el de la Casa Blanca fue uno de los primeros en llegar), tanto desde el ámbito político, como el cultural y el social, dan cuenta de que esta elección fue una de las más importantes de la historia mundial. Y el tenor de estos saludos le da la razón a Lula. “Brasil es un país paria, el mundo siente nostalgia de Brasil, nostalgia de aquel país soberano que hablaba de igual a igual con los países más ricos y poderosos”.
El fascismo en su esplendor fue derrotado, pero por apenas 1,8% (2,1 millón de votos). Lula se ha convertido en el presidente más votado de la historia del país, con 60.345.999 votos. Pero Bolsonaro volverá al llano con una base poderosa y enojada. Ese es el desafío para la democracia y las organizaciones populares a futuro, no solo en Brasil, sino en el mundo.
¿Cómo un apologista del odio pudo obtener 49,10% de las elecciones? Una de las respuestas es la normalización de esa violencia, con alta responsabilidad de los medios masivos y las redes sociales. Durante el impeachment vergonzoso contra Dilma Rousseff, el entonces diputado Bolsonaro brindó su voto a “la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra”, el torturador de la expresidenta durante la dictadura militar. A su lado, su hijo Eduardo Bolsonaro, el que se reunió en la Argentina con referentes de Juntos por el Cambio, Milei y Espert, imitaba con sus manos el gesto de una ametralladora disparando sobre la bancada petista. Para ellos torturar y matar al enemigo es normal.
Lula homérico, ganó contra el oscurantismo, la milicia, el fascismo. Él es el mito.