Las señales de la semana previa a la segunda vuelta electoral en Brasil son elocuentes. El clima de remontada que se vivía en la campaña de Jair Messias Bolsonaro se apagó y la certeza de un triunfo se instaló en el bunker de Luiz Inacio Lula da Silva. Las encuestas demuestran esos estados de ánimo: la ventaja promedio es de 6 puntos (hasta el sábado será un bombardeo, completando 10 sondeos en 6 días). Desesperado, el bolsonarismo desplegará en esta recta final toda su artillería de falsas noticias y violencia. La pregunta clave es: ¿serán capaces Bolsonaro y sus seguidores extremistas de recrear el Capitolio de Trump en Brasil? Algunos líderes de este sector ya lo han explicitado en declaraciones.
La retórica y acciones violentas de Bolsonaro y sus bases le explotaron en la cara con tres eventos que explicitaron el corpus extremista del excapitán y sus adeptos. Primero, el presidente relató descaradamente una “anécdota” con adolescentes venezolanas con las cuales dijo que “pinto un clima” (hubo onda). Segundo, se filtró un proyecto de ley del gobierno presentado por el ultraliberal ministro de Economía, Paulo Guedes, para congelar salarios y jubilaciones. Tercero, un aliado histórico de Bolsonaro y exdiputado, Roberto Jefferson, resistió a los tiros y con granadas, hiriendo a dos policías, una orden de detención en su contra emitida por el Supremo Tribunal Federal. Estaba bajo arresto domiciliario con una tobillera electrónica por ser parte de una organización criminal que buscaba socavar la democracia a través de las redes sociales. Violó este estatus al amenazar a una integrante del STF y tener un arsenal de guerra en su casa. Bolsonaro intentó despegarse aduciendo no conocer a “ese bandido”. Pero medios y redes publicaron fotos y videos que demuestran la estrecha amistad entre ambos. Incluso la BBC Brasil publicó un informe que señala: “A los 18 años, tres días después de haber sido aprobado para la carrera de Derecho en la Universidad Federal de Río de Janeiro (UFRJ), Eduardo Bolsonaro fue designado para un cargo comisionado de 40 horas semanales en la dirección del entonces partido de su padre en la Cámara de Diputados, el PTB, comandado por Roberto Jefferson”. El propio Lula golpeó bajo la línea de flotación. Además, en un video publicado días antes de la detención por el ultraconservador Frente Evangélico de Brasil en su cuenta de Instagram se observa a Jefferson amenazando: “Vamos a corregir el error de la Revolución (se refiere a la dictadura militar), porque no podemos haber dejado vivos a Lula, Fernando Henrique, Dilma”.
El episodio de Jefferson se dio en un momento de comodidad para Bolsonaro, que ocupaba el centro de la campaña y apostaba al sorpasso final, pero esa “granada” fue directa al corazón de la estrategia del Partido Liberal: le impedirá sumar a indecisos y votantes de centro, vitales para dar vuelta una elección complicada en la que Lula le sacó 6 millones de votos en primera vuelta. Valdo Cruz, analista de la Red O Globo, señala que “el clima de virada” dio paso al “sentimiento de posibilidad de derrota”. “El viento dejó de soplar a favor” de Bolsonaro a causa de “varios errores cometidos por él y sus aliados en las últimas semanas”, por eso “la decisión es apostar todo al debate en la TV Globo el próximo viernes (28)”.
En contraposición, Lula hizo dos anuncios que apuntan a combatir el antipetismo de sectores amplios de la sociedad, incluso moderados. “Si soy electo, seré un presidente de un solo mandato. Los líderes se hacen trabajando, es nuestro compromiso con la ciudadanía”. “Nuestro gobierno no será un gobierno del PT, vamos a hacer un gobierno más amplio”. Un caso emblemático de esta campaña es la centralidad que tiene Simone Tebet, quien salió tercera en estas elecciones y que ocupará un ministerio destacado en la futura administración.
Otro dato del clima de esperanza es que, de estar prácticamente perdido el estado más populoso de Brasil, São Paulo, hoy se está en batalla. La encuesta de IPEC del 25 de octubre da empate técnico entre el candidato bolsonarista Tarcísio Gomes de Freitas (46%) y el aspirante petista Fernando Haddad (43%).
La campaña registró episodios de violencia y tensión en lugares inéditos, como las iglesias. Seguidores bolsonaristas ejercieron intimidaciones contra feligreses y sacerdotes en los propios templos. Agredieron a un camarógrafo, persiguieron a personas con camisetas rojas y atacaron a un sacerdote por evitar que la misa se convierta en un acto político. Estos episodios ocurrieron el 12 de octubre en el mayor evento religioso nacional, la advocación de Nossa Senhora Aparecida, la patrona de Brasil. Bolsonaro ha convertido cada rincón del país en una pelea sucia por el voto. Cabe destacar que el elector religioso es muy importante: mientras Bolsonaro lidera con amplitud en los sectores evangélicos, Lula lo hace en los católicos.
Cuatro días después del episodio en Aparecida, el arzobispo de São Paulo, el cardenal Odilo Scherer, tuiteó: “A veces, me parece revivir los tiempos de ascensión al poder de los regímenes totalitarios, especialmente del fascismo. Hay que tener mucha calma y discernimiento en este momento”.
Y el Papa Francisco sin decirlo, dejó en claro que Brasil y el mundo necesitan la victoria de Lula: “Pido a Nuestra Señora Aparecida que proteja y cuide al pueblo brasileño, que lo libre del odio, de la intolerancia y de la violencia”.
Este panorama muestra que las opciones de Bolsonaro de revertir las elecciones son escasas, pero no se deben subestimar sus amenazas de desconocer los resultados del ballotage. Se vienen días de guerra sucia, en los que el todavía presidente no se privará de echar mano al arsenal que ha utilizado durante todo su mandato: el uso obsceno del aparato del Estado, el apoyo descarado en dinero vivo del establishment y la propagación de millones de mensajes falsos a través de redes sociales, especialmente de whatsapp.
La pesadilla aún no terminó: Bolsonaro caerá, pero el bolsonarismo seguirá vivo.