“¿Por qué seguimos y no nos dimos por vencidos? Porque la historia es nuestra”, dice Lorenzo Pepe, sindicalista, exdiputado nacional y actual secretario general del Instituto Nacional “Juan Domingo Perón”. Allí, junto con Mariano Recalde y compañeros del peronismo de la ciudad de Buenos Aires, el viernes se conmemoró otro aniversario de la movilización popular del 17 de octubre que dio origen al peronismo.
El mito peronista se amparó siempre bajo esa idea de fuerza del destino. Una fuerza que actuaba como tejido indeleble, invisible y que, frente a la difícil apropiación de lo común, intenta volver a situar de nuevo el conflicto desde variables plebeyas y recuerda que hay más sociedad que la licuada por los sentidos comunes. El 17 de octubre nació desde el mayor impulso político y democrático: ir a la plaza. Siempre hay organización, pero se trató fundamentalmente de la clase trabajadora movilizada alrededor de la constitución de nuevos derechos. Nació bajo la pregunta de cómo darse una comunidad que pueda contenerlos y bajo la certeza de que solo se puede desarrollar lo público ampliando las formas políticas para albergar lo contingente.
El peronismo sitúa su acción, desde ese origen, más allá de la democracia burguesa, más allá del esquema partidario, como experiencia política popular que se inscribe en la posibilidad de ser continuidad de apertura sobre la historia de una conciencia popular que, en momentos de tanta zozobra, quizá pueda volverse innegociable. Sobre esta característica de movimiento que está en su génesis, de expresión política de clase, reencarna su posibilidad de recreación y vigencia. El mandato de haber sido la experiencia exitosa de la democracia social. El peronismo se expande cuando recoge las preguntas por las regulaciones que están en la sociedad y que hacen a la cuestión nacional y a la representación de lo popular democrático como piso para la justicia social. Cuando confía en la espontaneidad creativa del pueblo para desandar los problemas y su capacidad de organización para desanudarlos. Entonces, la política no se hace con los individuos aislados, sino con los intereses de la sociedad que se deben ir organizando, en el desafío contra las simplificaciones y los esquematismos que buscan carcomer las biografías de lo político, allí donde está la posibilidad de recurrir a la política de las víctimas contra la descomposición de las representaciones.
“El peronismo nunca se calló la boca”, dice Lorenzo Pepe, y hoy está representado en cada uno de “los compañeros que desde el sindicato o desde las organizaciones populares y sociales defienden a los más vulnerables. Ese debe ser nuestro mayor compromiso. Nos vaya como nos vaya, no abandonar nunca jamás a un hombre, a una mujer, a un niño, que esté pasándola mal”. Porque la posibilidad de resucitar al peronismo como movimiento y proyecto popular siempre está en cómo el mito reencarna e irriga una política, inscribe una época. Funciona allí donde las clases populares no son una abstracción, una expresión de deseos, sino las formas cotidianas en que se generan concretamente perspectivas de unificación y consenso en todos los territorios políticos de nuestra comunidad para procurar expectativas de cambio. Acciones autogestadas, presencia popular cotidiana, biografías que conforman la trama desde la cual se pueden reestructurar comprensiones de lo común, de lo político, de lo social, para recodificarlos y resemantizarlos como legitimidades de acción propia frente a la sociedad devastada.
Durante la charla se proyectan distintas intervenciones de Lorenzo Pepe en los debates de la Cámara de Diputados: su discusión sobre la deuda externa en los 80, su alegato contra la Ley Mucci que buscaba la intervención de los sindicatos en la pos dictadura, su discurso durante la crisis política del 2001. Dice Mariano Recalde cuando toma la palabra: “veía en los discursos de Lorenzo cómo, a lo largo de la historia, se van repitiendo las mismas discusiones, los mismos temas: el ataque a los trabajadores y a la columna vertebral de la defensa de sus intereses profesionales, laborales, de sus condiciones de vida, que son las organizaciones sindicales, sociales. Pero también otras discusiones, hoy más vigentes que nunca, como el ataque a la militancia, a la acción política, a la política como herramienta del pueblo para enfrentar a los poderes fácticos, económicos. Frente a ellos, el pueblo solo tiene la construcción del poder político, del poder popular. Por eso se encargan de denostar a toda la política, a esa noble tarea que es la militancia política y la defensa de los intereses del pueblo a través de la política. Por eso, tenemos que defender a la actividad política como lo hacía Lorenzo, como lo hicieron los compañeros a lo largo de nuestra historia, ahora también cuando vienen con esos discursos de la antipolítica. Estamos conmemorando el 17 de octubre, dando esa discusión”.
El peronismo fue la apuesta por la politización del pueblo. Por la democratización de la decisión, bajo la convicción de que, si podemos volver a situar la discusión en términos políticos, hay aún una posibilidad de unir nuevamente a la política con su capacidad de justicia. La multitud trabajadora, popular, resultó la narración más indeleble y permanente de la constitución mítica del peronismo: es la política en plena operación, una forma de democracia irrebatible, en discusión con otros modelos ordenadores y representativos. Porque se trata de una simbología siempre inacabada pero presente, “al alcance de la mano” de la acción política popular. Si la potencia del peronismo –con todos sus matices, tropieces, traiciones, renuncias y reconfiguraciones– todavía existe es por esa trama mítica que puede devenir política actuante.
¿Nuestras historias sirven todavía para seguir pensándonos como comunidad? Dice Lorenzo Pepe que este es un “momento dificultoso pero posible de ser superado con mayor organización, y una muy fuerte movilización callejera. Se necesitará mucho esfuerzo y dedicación para reponer nuevos cuadros militantes y fortalecer a los que han sobrevivido. Con mucha actividad política, profundamente peronista, y nuevas camadas de jóvenes militantes, movimientistas. En una sola palabra, volver a Perón”.
Cuando era chica y preguntaba por el peronismo, mi mamá me contaba el día que fue a despedir los restos de Perón y en la cola, delante de ella, una viejita le dijo “el problema es quién se va a acordar, ahora, de nosotros”. A ella, una delegada sindical de 22 años, se le llenaron los ojos de lágrimas. El peronismo es la condición política de la afectividad. La materialidad de la vida de mis abuelos. La inmaterialidad del dolor de cada injusticia, de todos los que se van sin hacer escándalo, cuando ese dolor puede volverse sentido compartido. La posibilidad de continuar una historia sin melancolía. Con inmensas contradicciones, porque el peronismo asume todas las contradicciones de la historia real: tiene todas las miserias, y por eso también todas las posibilidades de los hombres y las mujeres concretos haciendo política. Sobre esa confianza en nuestras historias malditas, celebrantes, negras, aciagas, dulces, persistentes, primordiales, en que nuestra forma criolla de politizar el mundo es la única que puede hacer presente sensiblemente al pueblo, en que nuestra organización siempre sirve porque lleva todos los matices del amor, hoy volvemos a salir a la calle.