Creo se confunden los que ven en Milei y Villarroel una expresión liberal. Para nada son meros defensores de una forma de entender la economía.

Sus discursos y sus ideas no son solo producto de inconformismos pasajeros o conflictos binarios como déficit fiscal versus gasto público, globalismo versus antiglobalismo, OTAN o no OTAN, integraciones regionales o nacionalismo. Están mostrando un nuevo marco doctrinario que va más allá, tiene objetivos estratégicos de poder, persigue un nuevo orden jerarquizado y sostenido en principios, como dicen algunos de sus seguidores, de “potencial genético” (terrible frase usada por un orador en el último acto de Milei).

Aparecen en todo el mundo y estos “libertarios” lo expresan en Argentina. Son parte de sitios que están desde hace algún tiempo y con notoria presencia desde hace quince años, una profusa legión de organizaciones, movimientos, partidos y estructuras políticas que se ubican en espacios novedosos a los cuales la politología busca la mejor forma de otorgarles su nombre bautismal, sin mucho palmar obtenido. Entonces los llaman “de derecha” cuando son algo más que eso. O “liberales” cuando esa parte es mínima en sus planteos. O “conservadores” cuando en verdad son anticonservadores y hoy se sublevan ante lo constituido.

Ponen en su dinámica ofertas para gobernar sociedades, modelos institucionales con fuerte recorte al ejercicio democrático, planes económicos que harían palidecer a Carl Menger, Friedrich Hayek y Ludwig von Mises –padres de la muy liberal escuela austriaca–, y no es de poca importancia que en muchos temas se ofrezcan como garantes de aquello que las “izquierdas” y el “progresismo” olvidaron o perdieron en sus disminuidos caminos.

Milei y la admiradora del VOX español Villarroel no son un gag gracioso de la política. Son la sección argentina del nuevo “huevo de la serpiente” que recorre el mundo en clave reaccionaria.

El desafío es hacer coincidir con claves democráticas cierto capitalismo social y distributivo y las innovaciones tecnológicas que van formando el nuevo modelo productivo, el nuevo capital digital que, a su vez, genera nuevas dominaciones. Si lo hacemos en marcos de soberanía popular y ejercicio real de la democracia, no dejaremos en manos de los “bárbaros del siglo 21” (neorreaccionarios, etnofascistas, populistas de derecha, tecnoautoritarios, nacional-populistas, globalistas extremos, antiglobalistas, extrema derecha 2.0, neofascistas, derecha radical, neoliberales duros, supremacistas blancos, nacionalistas católicos, nacionalistas judíos cosmopolitas, homonacionalistas, ecofascistas) la conducción y el poder sobre la evolución de la tecnología y evitaremos que crezcan en sus porciones de poder institucional.

De lo contrario, lo que hoy se toma a risa mañana puede hacernos llorar.