El Partido Militar gobierna Brasil. Nueve de los 22 ministerios están a cargo de uniformados. El propio gobierno está encabezado por un excapitán, Jair Bolsonaro. Su vicepresidente es Hamilton Mourão, general retirado del Ejército. El Tribunal de Cuentas de la Unión, a petición de un juez, reveló que hay al menos 6.157 militares ocupando cargos en el Estado.

Bolsonaro, un nostálgico de la dictadura militar (1964-1985), que ha sumido al país en una crisis política, social, económica y sanitaria aguda, ha reforzado sus ataques al sistema electoral brasileño poniendo en duda hasta la realización de las elecciones de octubre de 2022 y ha empezado a agitar a “mi ejército” en esta cruzada. Inspirado en Donald Trump, ha puesto en marcha una maquinaria de desinformación cotidiana y ha esmerilado sin pausa las instituciones democráticas. Con Lula da Silva encabezando todas las encuestas, las intimidaciones del presidente se han potenciado por la obsesión de seguir en el Planalto a cualquier costo.

Primero dijo que solo le entregaría “la banda presidencial a quien me gane en las urnas limpiamente. Con fraude, no”, para luego ir un paso más allá y afirmar que “corremos el riesgo de no tener elecciones el año que viene”.

Bolsonaro atacó con una violencia sin precedentes, desde la recuperación de la democracia en 1985, a dos miembros de la Corte Suprema de Justicia. A Alexandre de Moraes, de quien dijo que “ya le va a llegar la hora”, y a Luis Roberto Barroso, que además preside el Tribunal Superior Electoral, a quien llamó “aquel hijo de puta”. La respuesta fue una denuncia formal por parte del máximo tribunal por difundir mentiras sobre la limpieza del voto electrónico, que existe en el país desde 1996.

A través de uno de los medios ultraderechistas que reproducen sus bravatas, radio Jovem Pan, Bolsonaro amenazó: “El juez De Moraes me está acusando de mentiroso, una acusación gravísima. Sin ningún tipo de sustento jurídico. Él abre el caso, investiga y sanciona. Eso no está dentro de las cuatro líneas de la Constitución. Entonces el antídoto no está dentro de los límites de la Constitución. Nadie es más macho que nadie acá”.

Para entender esta dinámica castrense en la política brasileña, SANGRRE dialogó con el periodista Pedro Marin, autor del libro Carta no Coturno – A volta do Partido Fardado no Brasil (Arriba las botas: la vuelta del Partido Militar en Brasil).

¿Considera factible la posibilidad de que Bolsonaro de un golpe o un autogolpe de Estado?

– Él está bajo mucha presión. Perdiendo popularidad día a día. La “gestión” de la pandemia empezó a pasarle factura, junto con una situación económica cada vez más grave. Esto explica el aumento de amenazas e insultos. No es como dicen la mayoría de los analistas que es solo bravuconería, que solo es desesperación. Bolsonaro intenta mantener movilizada una base relativamente pequeña, pero radical. También navega con el apoyo de los militares. Al principio pensé que los militares descartarían a Bolsonaro cuando les fuera conveniente, pero han perdido tantas oportunidades de hacerlo y se han involucrado tanto que ya no sé si es posible o conveniente.

¿Es factible un golpe o un autogolpe? Sin duda, en la medida en que fue factible el golpe de 2016, el ascenso y mantenimiento de un presidente impopular (Michel Temer), que también fue apoyado por los militares, la masacre de medio millón de brasileños por Covid-19. Pero que haya o no un golpe depende no solo de la voluntad de Bolsonaro, que no vale tanto, él personalmente no tiene el poder para hacerlo, o de la voluntad de los militares, que vale mucho, y no les falta voluntad, sino en su interacción con los demás poderes, es decir: en qué medida los partidos, diputados, jueces, movimientos sociales, candidatos, etcétera, insistirán en devolver a los militares al cuartel, qué fuerza tendrán para ello y, sobre todo, a quiénes elegirá el pueblo en 2022.

¿Hay un pacto entre los militares y Bolsonaro?

Desde el inicio del gobierno, el pacto militar con Bolsonaro se llevó a cabo en estos términos: este último sirvió de boleto de oro al gobierno, los primeros fueron para apoyar a Bolsonaro, servir como defensa. O mejor dicho: uno servía de estructura de madera, un odioso caballo de Troya, los demás lo ocupaban.

¿Cree que los militares pueden apoyar un autogolpe?

En la situación actual, solo hay cuatro alternativas. 1) El Ejército lanza un autogolpe de Estado con Bolsonaro, probablemente para descartarlo más adelante. 2) Los militares dan un golpe de Estado contra Bolsonaro, que en la coyuntura se tomaría como una bendición, no como un golpe; podrían, incluso, avanzar y ayudar a un juicio político, para que asumiera el vicepresidente Hamilton Mourão. 3) El Ejército acuerda cierta permanencia con un próximo candidato a presidente. 4) Los militares se ven obligados, por un amplio movimiento de masas radicalizado y combativo, a dejar el poder.

Obviamente, la única perspectiva de que no impongan su presencia en la política es aquella en la que se ven forzados a dar un paso atrás; tenga en cuenta que digo “forzado”, “por la fuerza”, no estoy usando la palabra en vano. El hecho es que son dueños de la situación; pueden forzar, no tienen que suplicar, como decía Maquiavelo. Bolsonaro no puede hacerlo, no sin ellos. Y nosotros, por supuesto, solo suplicamos; eso es todo lo que han estado haciendo las fuerzas hegemónicas de izquierda desde 2016: rogar, rogar y rogar.

Impresiona que haya más de 6.000 militares en puestos públicos, ¿qué consecuencias tiene esta militarización de la democracia?

Sí, más de 6 mil. La primera consecuencia es este desequilibrio: vemos un gobierno poblado por armas, y la conversación entre un hombre armado y un desarmado es a menudo muy desigual; es así entre naciones y también entre instituciones. Bolsonaro no habría hecho ni una décima parte de lo que hizo o dijo si no hubiera tenido esa cúpula de olivo a su alrededor. Hay que tener en cuenta que este desequilibrio puede manifestarse en un golpe o no, no importa. La presencia militar ya es una amenaza, luego están las amenazas militares, como las que escuchamos todas las semanas, y que escuchamos en 2018, cuando el comandante del ejército, Villas Bôas, presionó a la Corte Suprema para que no otorgara a Lula un hábeas corpus. ¿2018 fue una elección libre? Tomando solo ese hecho en cuenta, diría que no.

Hay un efecto histórico en todo el sistema político y también en las instituciones militares. En Argentina, hubo un proceso de castigo para los crímenes de lesa humanidad. Están las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo. Hay memoriales. Esto consolida una conciencia histórica. Aquí no hay nada, nada. Carreteras llevan los nombres de presidentes militares. La semana pasada el monumento a Carlos Marighella (político y guerrillero que luchó contra la dictadura) fue vandalizado. Absolutamente nadie fue castigado por el golpe y la tortura. El responsable de la muerte de Soledad Barrett (militante comunista paraguaya), el cabo Anselmo, todavía anda por las calles y vive su vida en paz. Mire, no exagero: literalmente nadie fue castigado, porque se negoció una salida pactada, una amnistía amplia y sin restricciones. Los militares comienzan a regresar, haciendo su ruido de animales, precisamente cuando se establece la Comisión de la Verdad en el gobierno de Dilma Rousseff, que ni siquiera pretendía castigar a nadie. Esto ayuda a explicar por qué los militares están en su posición actual, por qué se sienten tranquilos.

También existe la posibilidad de que sigan creciendo las candidaturas militares. Es decir, una serie de efectos, que no necesariamente nos recuerdan a 1964, cuando hubo un golpe de Estado, pero nos recuerdan toda la vida política brasileña antes de eso. Desde 1889, con la presencia constante de los militares en la política, incluso como candidatos. Sería bueno si dijéramos “¡No!” Para que esto se detenga aquí mismo, pero no es suficiente decir “¡No!” con la boca.

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El 18 de abril de 2016, durante el circense espectáculo golpista en el Congreso contra la presidenta Rousseff, un diputado de la bancada militar sobresalió del resto. Dijo en esa sesión ignominiosa del impeachment: “Perdieron en 1964 (año del golpe contra João Goulart) y van a perder ahora”. Dedicó su voto a favor de la destitución a uno de los más brutales verdugos de la dictadura, responsable del encarcelamiento ilegal y de las torturas contra Dilma en los ’70: “Por la familia, la inocencia de los niños en las aulas, que el PT nunca tuvo, contra el comunismo, por nuestra libertad, en contra del Foro de São Paulo, por la memoria del coronel Carlos Alberto Brilhante Ustra, el terror de Rousseff, por las Fuerzas Armadas, por Brasil encima de todo y por Dios por encima de todo, mi voto es sí”. Ese personaje siniestro se convirtió unos años después en presidente de Brasil.