Las elecciones en Chile del 15 y 16 de mayo cristalizaron la nueva realidad política emergente de las protestas que se iniciaron en octubre de 2019. La Asamblea Constituyente, que redactará una nueva Carta Magna para enterrar la heredada de la dictadura de Augusto Pinochet, tendrá un fuerte componente de izquierda articulada en torno a una heterogénea bancada independiente, al Frente Amplio (FA) y al Partido Comunista (PC). Fuerte derrota de la derecha, cuya única apuesta fue tratar de alcanzar un tercio de las bancas para bloquear cualquier cambio, y fracasó. También se licuó el voto socialdemócrata de los partidos de la exConcertación, que gobernó mayoritariamente al país desde la recuperación de la democracia en 1990.

En esta entrevista exclusiva con SANGRRE, el sociólogo y asesor político chileno Ricardo Balladares analiza la nueva composición de la Asamblea Constituyente que tendrá la oportunidad inédita de refundar el país dejando atrás el autoritarismo y neoliberalismo. También expone acerca de los acuerdos mínimos para imponer una Carta Magna de izquierda que refleje la lucha de base y territorial que se registra en las calles desde hace una década.

Una primea conclusión de estas elecciones históricas es que los partidos tradicionales han recibido una paliza en la elección de convencionales constituyentes.

El comportamiento electoral de los votantes que asistieron el 15 y 16 de mayo a las urnas fue de una enorme sorpresa: hasta los mejores analistas, las universidades, no se esperaban esto que sucedió. Si bien se creía que iba a suceder algo parecido a la elección del 25 de octubre de 2020, cuando votó mucha gente y muchos jóvenes posibilitando que la opción del Apruebo Convención Constitucional triunfara por más del 80%, esta vez se pensaba que el centro político iba a captar la elección, tanto los independientes como los partidos tradicionales –Renovación Nacional (RN), Democracia Cristiana (DC), Partido por la democracia (PPDF), Partido Socialista (PS)– ligados al centro. Pero no fue así. Significa que el comportamiento electoral cambió y hubo una tasa de reemplazo de los electores. Dejó de votar una cierta población acostumbrada a hacerlo por los partidos más tradicionales. Asistió más juventud. Como decían unos comentaristas de extrema derecha: los tirapiedras están yendo a votar. Y parece que esto es así: ya no es solo la barricada, no es solo la protesta, no es solo el enfrentamiento con las fuerzas represivas; este sector optó por la vía de la democracia en un momento tan importante en el que se está discutiendo una nueva Constitución. Esto fue significativo, sorprendente. La Unión Demócrata de Gobierno (UDI) pensaba sacar más de un tercio para poder bloquear algunas definiciones de la Constituyente y no lo logró: necesitaba para eso 52 escaños y logró solo 38. La DC, que era un partido muy votado, muy grande, solo logró sacar dos. La gran sorpresa fue la Lista del Pueblo, que sacó 24 constituyentes, ya que es una lista de independientes. Se dio en esta elección la opción de competir en listas para que no estuvieran en desventaja respecto a los partidos políticos y esta lista que llevaba a dirigentes muy visibles en su territorios con sus luchas medioambientales, de vivienda, de centros culturales, contra el alza de precios servicios públicos, la mayoría de menos de 30 años en promedio. Luego viene la lista de Apruebo Dignidad, que es la lista del Frente Amplio, y el PC, que logró sacar cerca de 22 constituyentes, cuando se esperaban 12.

La elección cambia el panorama y cambia la correlación de fuerzas de manera sustancial para lo que se va a discutir en la Constituyente. No existe el tercio que se pueda oponer a lo que puedan definir los dos tercios que hoy están conformados por el PC, el PS, el FA, la Lista del Pueblo y la llamada Independientes No Neutrales, que responden a un ideario mucho más progresista, de centroizquierda, lejano a la centroizquierda o socialdemocracia liberal que venía dominando la política en los últimos treinta años.

Mayoritariamente podemos ubicar a la nueva Constituyente en el ámbito progresista, pero observamos que es muy heterogénea. ¿Puede funcionar mancomunadamente para lograr una Constitución que refleje esa diversidad?

Están dadas las condiciones para avanzar en una Constitución progresista, con derechos sociales, con garantías democráticas, con instituciones nuevas, lo que nosotros hemos denominado como “La Constitución del Nunca Más”, que deje atrás la Constitución de 1980 y la idea de que el neoliberalismo es la solución a todos los problemas de la humanidad. Si se pusieran de acuerdo desde la centroizquierda, incluyendo un sector de la socialdemocracia liberal, más los independientes y los escaños indígenas, se podría avanzar como una aplanadora en la nueva Constitución. Como bien decís, la composición de esas bancadas es heterogénea y va a depender de la capacidad de ponerse de acuerdo en algunos mínimos comunes.

¿Cuáles son esos mínimos comunes? Porque no se cambiará cualquier Carta Magna sino una heredada de la dictadura.

Esa Constitución duró muchos años porque se afirmaba en un modelo económico que era más menos exitoso desde el punto de vista del crecimiento y un desastre que se fue notando sostenida y gradualmente con el tiempo en materia de derechos sociales. El cambio generacional que produce el cambio se plasmó a partir de 2011 con las protestas estudiantiles, que reinician un ciclo de carácter más político, más institucional, a partir de octubre de 2019 y sobre todo con la Constituyente. Hay unos mínimos comunes pero hay precondiciones para sentarse a hablar. La Lista del Pueblo, que fue la más votada de los independientes, porque ellos vienen de esa izquierda social con base en la militancia, en el territorio o en el sindicato, tiene una precondición y es que se liberen a todos los presos políticos de la revuelta social; es decir que no van a conversar con los partidos políticos mientras exista un detenido o un preso en las cárceles de Chile por la revuelta de octubre de 2019. Además, mínimos comunes es un catálogo de derechos donde hay un Estado que garantice derechos económicos, sociales y culturales. Una nueva forma de Estado que tenga un carácter plurinacional; un régimen semiparlamentario que no le dé continuidad al excesivo presidencialismo que viene desde 1925; una economía en la cual el Estado tenga un rol importante, que no sea un Estado subsidiario; que se recuperen los bienes públicos o nacionales que fueron arrebatados o expropiados por privados mediante decretos en la época de la dictadura, como el cobre o el litio, o como los recursos marinos, que fueron entregados a los privados en 2013; el agua como derecho humano y bien común; un fuerte proceso de descentralización. Y pluralidad en el tipo de economía: hasta ahora solo tenemos la propiedad privada, la presencia estatal es inexistente. Es importante reconocer otras formas de propiedad: comunitaria, cooperativa, solidaria, la pública estatal, la publica mixta.

¿Y sobre la propiedad privada en estos tiempos donde se agitan fantasmas de que la izquierda va a abolirla?

Es la caricatura que ha intentado hacer la derecha. La Lista del Pueblo y el Partido Comunista han planteado que la empresa privada y la propiedad privada son esenciales en una sociedad para generar riqueza y dinamizar el crecimiento. El problema está en la concentración y eso es lo que se tiene regular bajo un régimen impositivo justo, equitativo y democrático. Es decir, regular la concentración de la propiedad, de la riqueza. No hay postura en contra de la propiedad privada en las listas de izquierda. Y en el tema estatal se refiere a los recursos estratégicos. Es sumamente importante esto, porque vuelve al debate algo que estaba borrado del debate público, que es la conformación de una nueva economía política.

En los medios hablaron de “shock” por la elección, como si este proceso hubiera nacido de un repollo.

Hay una tendencia a negar el camino por el que llegamos, negar la lucha, porque se mostraría que luchando es como se cambian las cosas. Pero también fue una sorpresa, y me incluyo, porque había bastante escepticismo de que esa masa que se había manifestado en las calles en 2019 concurriera a votar en las urnas, debido al alto abstencionismo que veníamos registrando desde finales de la década de 1990, cuando una parte de esta izquierda social se negaba a cualquier participación electoral. Ya nos sorprendimos en octubre: en todo el país hubo más de 70 listas de independientes. Nos dieron la sorpresa. La militancia blanda de la derecha no va a votar cuando sabe que va a perder.

Hay un auge mundial de la ultraderecha, sectores pesados que atentan contra la democracia. Que solo haya asistido el 43% ¿es un dato preocupante o tiene un contexto?

Es curioso, se volvió a la tasa de participación histórica de las elecciones presidenciales. Lo que ocurrió es que hubo un reemplazo en esa tasa de participación: participaron más jóvenes –me refiero a menores de 40 años– y hubo una baja participación de adultos mayores. Ocurrió un cambio entre quienes entraron a votar y quienes dejaron de votar. La extrema derecha no vio ni una: de ellos salió una sola constituyente electa. A los mal llamados “libertarios” les fue pésimo, no llegaron ni el 1%, al contrario de lo que pasa en el resto del mundo donde la extrema derecha es la salida. Es que, efectivamente, ¡qué más a la derecha podríamos estar en un régimen político y económico que venía de la derecha! Era imposible no virar para el otro lado: en términos de derecha estábamos apegados al precipicio.