La Legión de Mayo, ese nutrido colectivo de civiles y militares que apoyaron con fervor patriótico el golpe de Estado de 1930, designó al tiranuelo Von Pepe –así llamaban con cariño al General José Uriburu, animado germanófilo– heredero de la Revolución iniciática de la patria y su primera Junta de gobierno. En el Manifiesto “Ciudadanos: La Patria está en peligro”, esos fanáticos de Mussolini –amén de proalemanes– declamaron además, con gesto de sabios romanos, que esta hermosa nación a la sazón llamada Argentina brilló con grandeza aquel lejano 25 de mayo, pero se apagó lentamente por culpa del vulgo y la chusma cuando un perdido oligarca los traicionó con la Ley Sáenz Peña. En tanto Von Pepe, célebre por hablar de libertad y democracia mientras fusilaba obreros anarquistas, se permitió respetar el feriado del Día del trabajo decretado así por su golpeado antecesor Hipólito Yrigoyen, pero sin marchas vulgares ni plazas de harapientos.
Un cuarto de siglo después, con nuevos redobles militares para aniquilar la experiencia de una democracia ampliada inédita hasta ese momento en Argentina –y en gran parte del mundo–, el periódico socialista La Vanguardia publicó con aire triunfal: “¡Ahora tenemos Patria! Con estas palabras resumimos el estado de ánimo de los argentinos finalmente liberados de la tiranía…”. A los pocos días, los mismos socialistas celebraron el Día del trabajo en honor al “legado de Mayo y Caseros”, doblando la apuesta de los golpistas del ’30. Esta izquierda pos ’55 va al hueso de la reivindicación unitaria y del proyecto liberal de país, sumando a la épica maya el derrocamiento del popular caudillo bonaerense a manos de ejércitos extranjeros, y no se sonrojó al declarar que “los obreros vuelven a festejar en libertad su día”; nada mal para un socialismo de estancia que vitoreó enfervorizado la prohibición del peronismo. Al mes de este día del trabajo salvaje y unitario, la dictadura de Aramburu y Rojas fusiló en un basural de arrabal conurbano a un grupo de obreros peronistas y dos días después a una veintena de militares de la misma ligazón sentimental; una relación –la sentimental del peronismo– que sabe de amores hasta que la muerte los separe y también de divorcios escandalosos, pero nunca de negar la lengua materna.
Esa lengua que habló y repitió tantas veces en masa “hoy se para”, y que plantó bandera cuando la oligarquía era dueña de vacas, tierras y cuerpos. Una lengua particular y a veces compleja en los albores, que desde 1890 y sin feriado se atrevió a celebrar por primera vez el Día del trabajador en el centro de Buenos Aires, Rosario y Bahía Blanca, a costa de su jornal descontado y en seis idiomas. Un simple gesto lingüístico que unió en palabras comunes a los desposeídos, poniendo sobre la mesa una mixtura contenida y heredada en su maternidad: ser oriundos de cualquier pedazo de tierra y aquí, en el culo del mundo, unidos por la pobreza de la ropa, el magro jornal y el buen vivir declamado en carteles y periódicos de barricada. Son algo pretéritos ya los intentos por comprender la lengua de “la clase trabajadora”. Y es anecdótica la exégesis desde una izquierda tradicional y muy gorila que sigue pensando que se equivocaron de Octubre, que es el otro, el anterior el que tienen que mirar… y una derecha rancia ¡con ideas más presoviéticas aun! pues se siente todavía en el granero del mundo, cuando la clase trabajaba quejosa y violentada, pero sin descansos.
Toda vez que esta compleja, nombrada, rebautizada y adjetivada “clase obrera” –¿por qué no usar la hermosa categoría trazada negro sobre blanco como nunca en el primer peronismo?– ingresó a los periódicos de época, lo hizo con palabras que aún hoy generan miedo o rencor según la pluma liberal que la escriba. Pero la actriz política principal –como la define Omar Acha– de la historia del siglo XX nos educó con su lengua cariñosa y maternal, tildada muchas veces de vulgar y, otras tantas, negada por santurrones o proxenetas de turno.
Quizás la parte operante de esa lengua es lo aprendido en la marcha sin un registro claro de ¿cuando sucedió todo lo que sucedió…? Lo aprendimos, lo sabemos, tenemos el bagaje de lo apropiado, pero ¿cómo? ¡¿Cómo fue que además de festejar en la cara de los oligarcas el Día del Trabajo, esta vulgar lengua materna le arrebató a la tiranía del frac el descanso dominical, la reglamentación del trabajo de mujeres y menores, el pago del salario en moneda nacional y no en especie, la Ley de accidentes de trabajo, la prohibición del trabajo nocturno, el reglamento de trabajo a domicilio, las ocho horas…?! Y todo esto en tan poco tiempo: desde la primera huelga general registrada en nuestro país en 1902 hasta la llegada de Von Pepe y su variopinto sequito gritando desesperado “la Patria está en peligro….”. Hasta la palabra feriado consiguió esta vulgar forma obrera de hablar, entre tanto muerto y huelga, contados ambos de a miles en tres décadas. E Incluso le quedó resto a la chusma para arrebatarle a otro milico en la rosada –Agustín P. Justo– el sábado ingles…
Una bellísima clave borgeana por supuesto que nos orienta, pues acaso siempre lo hace. En Discusión, de 1932, propone pensar cuerpo y aprendizaje en estos términos: “vemos y oímos a través de recuerdos, de temores, de previsiones. En lo corporal, la inconciencia es una necesidad de los actos físicos. Nuestro cuerpo sabe articular este difícil párrafo, sabe lidiar con escaleras…. sabe tal vez matar; nuestro cuerpo, no nuestra inteligencia. Nuestro vivir es una serie de adaptaciones, vale decir, una educación del olvido”.
En estos pandémicos días, las horas-músculo de mujeres y hombres que hablan la lengua materna sin registro exacto del aprendizaje continúan construyendo, peso sobre peso, producto sobre producto, pieza sobre pieza, la totalidad de PBI del país. Todo. El resto es cotillón financiero, que con un hablar técnico y refinado se ha transformado en música para los oídos de quienes niegan la lengua materna. De todos modos, la carne tiene memoria. El cuerpo lo sabe.