Para mi viejo Ulises (que seguro anda con Saúl penando por Huracán),
y para Alfredo Ferraresi

Paz, pan y trabajo

Esa noche de marzo mi vieja estaba preocupada, caminaba por el comedor y el pasillo hasta que por fin llegó a casa mi tía Ana, mis hermanos y yo ni sabíamos que vendría de visita y era un poco tarde. No eran tiempos de celulares. Después de un rato supe que mi tía no había venido a visitarnos sino que volvía de una marcha, era la de “Paz, pan y trabajo”.

El 30 de marzo de 1982, unas 50.000 personas marcharon hacia Plaza de Mayo convocadas por la CGT Brasil a cargo de Saúl Ubaldini y el movimiento obrero en su conjunto. La consigna de la movilización fue “Paz, pan y trabajo” en repudio a las medidas antidemocráticas y en contra de los trabajadores, que llevaba adelante el gobierno de facto. Las fuerzas militares reprimieron fuertemente a los manifestantes, argumentando la alteración de la seguridad y el orden público. Durante varias horas el centro y las inmediaciones de la plaza cercada fueron escenario de la represión y los duros enfrentamientos entre los trabajadores y los carros de asalto, dando como resultado centenares de detenidos y heridos.

El impacto de la gran manifestación popular fue altísimo: se transformó en hito de la resistencia civil contra la dictadura. El gobierno sintió el golpe y tanto fue así que apresuró la decisión del desembarco en las Islas Malvinas para el 2 de abril, una acción que venían pensando pero para el mes de mayo, y en apenas tres días se llevó al país a una guerra contra una potencia como Gran Bretaña y luego a una derrota cruel y dolorosa, pero esa es otra historia. Lo cierto es que, con esa marcha y esa consigna básica, los trabajadores habían puesto en jaque la legitimidad del gobierno militar.

El movimiento obrero fue clave en la lucha contra la última dictadura, así como también lo había sido anteriormente en años de la Libertadora y de Onganía. El terrorismo de Estado tuvo como prioridad desarticular las instancias de organización popular en todos sus niveles, y en particular las sindicales. Esto no hacía falta que lo informasen los medios ni lo dijeran los libros: la ofensiva de la dictadura contra la acción sindical podía verse y comprenderse en gran parte de los hogares y golpeó fuerte al interior de las familias argentinas. Muchos tenían algún pariente, cercano o lejano, algún amigo, vecino o conocido con participación gremial que había estado preso, desaparecido, asesinado o guardado; eso se vivió como algo muy palpable en el cotidiano. A veces como en secreto, pero también con orgullo y pertenencia.

En mi familia tuvimos como referencia a Alfredo Ferraresi, gremialista icónico y combativo esposo de mi tía Pico de Avellaneda, y a partir de él llegaba la información de detenciones ilegales que estaban sucediendo, como la del secretario general del Sindicato de Farmacia Jorge Di Pascuale, asesinado a fines de 1976, y de tantos otros delegados detenidos y perseguidos. Años oscuros y difíciles, de pérdidas y resistencia junto a la imposición de un modelo económico basado en la especulación financiera, que tendrá como consecuencia el desmantelamiento del tejido industrial y del trabajo y sin duda un gran impacto en los años que estaban por venir.

 Plazas y huelgas

Si la historia la escriben los que ganan,
eso quiere decir que hay otra historia.
La verdadera historia,
quien quiera oír que oiga.

En 1983 vuelve finalmente la democracia. En las elecciones triunfa el candidato de la Unión Cívica Radical, Raúl Alfonsín, que derrota a la fórmula peronista encabezada por Italo Luder. El movimiento sindical venía de sufrir intervenciones, persecuciones, detenciones y desapariciones de miles de dirigentes y trabajadores. Además, su capacidad de recuperación se veía también limitada por las condiciones económicas desfavorables de la política económica implantada por la dictadura. Aun en ese marco negativo, los gremios lograron recomponer buena parte de su estructura, desarrollar una iniciativa política y asumir su rol frente al gobierno de Alfonsín.

Yo estaba en mi primer año de secundaria en la Escuela Carlos Pellegrini de la UBA, que contaba con una presencia importante de Franja Morada en la representación estudiantil. Esos primeros años posdictadura eran de mucho fervor y participación en general, y recuerdo que al día siguiente de las elecciones hubo un asueto en el colegio con posterior movilización de varios centros de estudiantes hacia la Plaza de Mayo, a la que nos sumamos con algunos compañeros; éramos los más chicos y todo aquello nos resultaba apasionante, como una suerte de bautismo de fuego. Aunque para mí fue también algo raro porque esa celebración o algarabía no era el clima de mi casa, el triunfo de Alfonsín en mi familia se vivió con mucha tristeza, casi como una tragedia.

A poco de asumir, el primer presidente de la restauración democrática encabezó un fuerte enfrentamiento con los gremios a partir del envío del proyecto de Ley de Reordenamiento Sindical, que fue conocido como la Ley Mucci, con el fin de limitar el poder de la conducción gremial de ascendencia claramente peronista y darle lugar a las minorías que le eran más afines al gobierno. La iniciativa se aprobó en la Cámara de Diputados, pero no consiguió la aprobación del Senado. Ese fracaso fortaleció la dirigencia de Ubaldini, que era la cara de la oposición sindical, y facilitó que a comienzos de 1984 ambas CGT comenzaran a realizar reclamos conjuntos e iniciaran el proceso de unificación. Este conflicto entre gremios y gobierno se iría profundizando con los años y, algunos meses después, el 3 de agosto de 1984, se llevó a cabo la primera gran huelga general contra Alfonsín, ceremonia que se repetiría doce veces más. Pero fue el tercero de esos paros, el que tuvo lugar el 23 de mayo de 1985, acompañado por una gran movilización a Plaza de Mayo, el que marcó un quiebre, por el gran apoyo que tuvo y porque enmarcó la inminente unificación de la Confederación General del Trabajo. 

Esa huelga del ’85 se convertiría para mí también en un momento casi fundacional. Recuerdo haber ido hasta la Plaza con agrupaciones estudiantiles de distintos secundarios a participar de la gran manifestación popular y del acto en el que hablaría desde el palco de espaldas a la Casa Rosada el mítico dirigente de campera de cuero, hincha de Huracán como yo y como mi viejo, que siempre me decía: “el verdadero padre de la democracia se llama Saúl, no Raúl”. En su discurso de esa tarde, el secretario general le hizo honor a sus credenciales. Fue una tarde gloriosa, había mucha, mucha gente. Junto a mis amigos nos acomodamos bien en el centro de la muchedumbre y en un momento vi algo de lo que no me olvidé jamás: la entrada de la columna de la Unión Obrera Metalúrgica, la emblemática UOM, con todo su esplendor, sus bombos, sus gargantas encendidas cantando y su alegría. A partir de ese primer impacto comencé a fijar la mirada en los distintos grupos e identificar a los otros gremios con sus características banderas. Todo un ritual muy diferente al de esa otra primera marcha del ’83: esta tenía más que ver conmigo, con los míos, con los trabajadores como mi papá, como mi abuelo, mis tíos, mi gente. Soy hija de esta gente, pensé. A partir de ese día traté de no faltar a ninguna de las convocatorias a las marchas por un paro general. Fui a casi todas y cada una tuvo algo de especial y necesario.Saúl querido, el pueblo está contigo…

Ubaldini, esa tarde de mayo de 1985, le dijo con sus palabras a la multitud en la Plaza que tenía representación, que esas personas que habían llegado ahí tenían conducción y que habían sido ellos los que se habían bancado la dictadura y los que habían luchado para la vuelta de la democracia y por todo eso la democracia también les pertenecía, y que no se iban a resignar ante los mandatos del Fondo Monetario Internacional. Aquí algunos fragmentos de su discurso:

“No nos asustan por más que quieran difamarnos, por más que quieran perseguirnos. También un pueblo trabajador cuando no fue escuchado avanzó hasta esta plaza e hizo el 17 de octubre de 1945… El pueblo argentino tiene una conciencia, el pueblo argentino tiene el mejor pasado histórico, porque en los momentos más difíciles supo decir presente, porque todos ustedes hoy no son gobierno pero lucharon contra la dictadura para que haya un gobierno de democracia en nuestro querido país”.

“Hoy hay hombres en el gobierno que fueron golpistas del ’55 y que aplaudieron cuando las balas asesinas del 16 de junio estaban masacrando a un pueblo. A esos golpistas disfrazados de demócratas le decimos hoy, claramente: nosotros conocemos de democracia. Claramente en esta asamblea del pueblo decimos que no vamos a cesar en nuestro intento, porque entre la liberación y la dependencia este pueblo hoy grita LIBERACIÓN, porque se lo merece y porque le corresponde. Queremos la defensa de la producción nacional, pero el capital debe estar al servicio del pueblo…”

“Queremos una legislación laboral que esté de acuerdo a las circunstancias del trabajo; no puede ser que todavía se siga implementando la ley de la dictadura, no puede ser que se siga con una Ley de Contrato de trabajo devastada, aberrante y vergonzosa, no puede ser que a diecisiete meses de gobierno democrático no tengamos paritarias como corresponde…”

Los últimos años del gobierno de Alfonsín fueron muy duros para los trabajadores. Bajo presión del FMI se dispuso congelamiento de salarios y la suspensión de las mesas paritarias entre sindicatos y cámaras empresariales. La conflictividad continuó, hasta que en 1988 el gobierno cedió y aceptó negociar con los gremios; eso generó una nueva ley sindical, la 21.551, que fue aprobada por unanimidad y, como resultado del diálogo, por fin en 1989 Alfonsín convocó a paritarias, de las que resultaron los primeros convenios colectivos de trabajo desde 1975. De todos modos, la difícil situación se complicó aún más con el proceso hiperinflacionario: los precios al consumidor aumentaron un 3000% y esto produjo un gran aumento de la pobreza, que pasó del 25% a comienzos de 1989 a más del 47% en octubre de ese mismo año. Y así llegaron los noventa de la mano de esa crisis.

El movimiento obrero organizado no solo fue, junto a las Madres y Abuelas, protagonista estelar de la recuperación democrática, sino también que, cada vez que fue necesario construir y oponer resistencia a los modelos de ajuste y políticas de flexibilización que iban en detrimento del pueblo trabajador y de los derechos adquiridos, de la salud y la educación públicas, de los derechos humanos, siempre estuvo ahí para poner el cuerpo. La particularidad del movimiento sindical argentino, que participa de la política nacional, se sienta a la mesa de las decisiones –o al menos lo intenta– y que sabe de su fortaleza y poder de movilización, lo hace casi único en la región y en gran parte del mundo.

Hace un par de días Joe Biden, presidente de los EE.UU., en su discurso al Congreso dijo algo que bien podría enmarcarse en la doctrina peronista, algo que perfectamente podrían haber dicho Ubaldini o Moyano en alguna de sus plazas: “Wall Street no construyó esta nación. La clase media construyó esta nación y los sindicatos construyeron la clase media”.

Parafraseando a Biden, y en la vigilia de un nuevo Día del Trabajador, podemos decir que los sindicatos argentinos construyeron nuestra nación. Quien quiera oír que oiga.