Miro las imágenes del 17 de octubre del ’45 que estamos buscando para sumar a Sangrre al movimiento virtual del próximo sábado. Todo es cercano: por la memoria del propio cuerpo en la movilización callejera, por la cantidad de veces vista la figura del General, la plaza mítica, el estallado resplandor del blanco y negro. Todo es lejano desde este 2020 pandémico, desosegado y cruel, donde no contaremos con el amor táctil ni con el cruce de miradas intensas e históricamente enlazadas en la plaza.

Prendo el televisor y también veo imágenes de cuerpos con banderas por la calle en plena pandemia. Convocó Clarín a movilizar junto a la derecha negacionista del país: reforzaron su “activismo”, “tomaron la calle”, ejecutaron la acción “alternativa” (y guionada) al gobierno en ejercicio. Todo el desenfreno gorila se transmitió una y mil veces a esta sociedad inerme, empobrecida, dolida y cansada. Ya van horas y horas, días y días de programa a presenciar. Aglomeradas una a una, las imágenes de esos “ciudadanos honestos” –las comillas corresponden siempre al dispositivo de prensa convocante– contribuirán a lo que representan: una patética neo-lengua mediática con vocación de escolarizar, con sabor a cierta legitimación nazi e ideologización bárbara. Nunca para resolver su pasado, ni para vivirlo otra vez –en ese caso hubieran convocado el 27 de septiembre para conmemorar su revolución–; sí, para constituir una crítica moral al movimiento de masas que les ha ganado las últimas elecciones: el peronismo.

¿Acceden con sus cuerpos, sus desorbitadas pupilas y sus gritos de libertad, al misterio de la “participación”? Imagino que acceden a algo parecido al espectáculo, algo que solo es a condición de reducir toda dimensión histórica contestaria, política, teológica, crítica de un país en situación definitiva. Maqueta, reducción, videos y escenificación, unidas exclusivamente para extirpar del régimen de lo visible la experiencia peronista argentina.

¿Pueden desplegar algo más allá de los procedimientos mediáticos/judiciales y los sueños de domesticación/desaparición de nuestra experiencia? Calculo que, sí, y que ese algo será semejante al gobierno de Macri: otra situación de vejación seguida de ruina tan o más triste que la experiencia de Cambiemos que culminó en diciembre en nuestro país. Pienso, sin embargo, que sobre esta instalación mediática –negacionista del fracaso político de Cambiemos respecto al bienestar de los argentinos– se despliega la prueba más cabal de una dislocación entre lo que efectivamente sucede y lo que se dice sobre lo que sucede en Argentina. Recuerdo lo que señala Alejandro Kaufman sobre la dislocación en nuestro país a partir del genocidio: la dislocación entre la práctica de desaparición de personas y lo que pronunció Videla –“un desaparecido, no está ni muerto, ni vivo, es un desaparecido”–, mientras se llevaba a cabo esa desaparición de personas. Un reflejo de aquella dislocación opera en la actualidad argentina, en la cobertura mediática; y es lo que hace posible la reaparición del ex presidente Macri en la esfera pública hablando como un inocente “ciudadano” desconectado de lo que verdaderamente ocurre –la deuda, el vaciamiento, la desestructuración del tejido social y productivo argentino– cuando es uno de sus principales responsables.

Esta cuestión es nuclear para entender la instalación de todo el arco actual de prácticas de confrontación al peronismo. También es nuclear, de nuestra parte, la recuperación de una trama interpretativa –hoy interrumpida– sobre lo que efectivamente sucede en Argentina, y la certeza de que, bajo una lógica que niega toda nuestra articulación con el bien, el antiperonismo se ideologiza al punto de articularse exclusivamente con el mal. Apago el televisor.

¿Hemos perdido el botín de las imágenes? Intuyo que jamás lo tuvimos. El peronismo no termina de ser una experiencia estética; se empieza a atontar cuando habita la materialidad inerte de las imágenes. Si algo lo separa de otras expresiones políticas en el país es su resistencia a disolver su origen, la construcción colectiva y la problemática ética con el pasado al interior de una economía simbólica. Por eso le cuesta deglutir la “movilización virtual”; por eso lleva solo esas dos o tres imágenes eternas de Perón y Evita como estampitas viejas que ahuyentan males; por eso las aprieta fuerte mientras, como hoy, habita el borde. Las lleva para usar como palanca que nos arroje hacia el pasado, como talismán para desoír las historias oficiales sobre nuestra Patria. Mientras las transpira en la mano apretada, se apoya –como hermosamente escribió ayer Lucía De Gennaro– en otras memorias: grupales, caseras, callejeras, laborales, también políticas, artísticas e intelectuales. El peronismo asume, así, que existen imágenes que nunca terminan de componerse efectivamente, y desde ahí resiste a disolverse en cuanto memoria sobre lo común o dolor de todas las veces que se dislocó la idea de una comunidad argentina.

El peronismo es la fuerza. La fuerza en cuanto aquello con lo cual algo se levanta. La fuerza con que nosotros vinimos a la presencia de la historia argentina. Esa fuerza no sé si es “honesta” o “deshonesta”; son insoportables esas palabras que asocian a lo argentino con lo punitivo para declararlo “irrecuperable”. Prefiero pensar que es la fuerza con la que contamos nosotros para discutir el mundo que nos toca vivir, incluyendo las “instalaciones” de país que nos construyen para “vivir”. La fuerza que nos queda para asumir el verdadero estado de las cosas, para no sumarle silencio al silencio. Por su origen indomesticable, por su capacidad para enfrentar el desamparo, por la responsabilidad incumplida, y también por lo que se logra, aunque sea inasible, como la experiencia: un camino, un pasado, varias tramas, una intensidad hecha multitud para la disputa argentina de tiempo inmemorial y todavía soñar que este pueblo sea feliz.