“Mi ánimo se abatió y conocí que nada se haría
por unos hombres que por sus intereses
particulares posponían el del común.”
Manuel Belgrano

Amanece en la comarca y es día patrio. El sol brilla en el inmenso cielo y por un rato hasta se olvida uno de la permanencia viral. Esperan los niños y las fuerzas armadas el tradicional juramento de lealtad a la bandera argentina. El presidente de la Nación tomará esa promesa desde la quinta de Olivos. Treintaiuno son los alumnos de cuarto grado de distintos lugares del país que están conectados virtualmente para escuchar el discurso y dar juramento, al igual que los integrantes de las tres fuerzas. Sirve, aunque sea para que resuene el valor de la ceremonia. Hace pie en la melancolía, se extraña hasta el acto escolar con lo precario: la desnudez voluntariosa de los maestros, el abandono estructural del sistema y la candidez de los hijos que hace que todo vuelva a valer la pena.

No es un veinte de junio más. Hoy se celebra de forma excepcional porque se cumplen los doscientos años de la muerte del creador de la bandera argentina, don Manuel Belgrano. Porteño, educado en la península ibérica principalmente en las ideas de economía política, miembro de la Primera Junta, Belgrano “tuvo virtudes únicas, propias de los grandes hombres”, introduce Alberto Fernández. Difícil pensar a un héroe nacional sin caer en el extremo cuidado de la historia. Volver a pensar doscientos años de un héroe y su drama. Un drama que es nuestro, colectivo; “…no podría decirse que Belgrano es un hombre exitoso”, argumenta el presidente; “no somos un pueblo exitoso”, un susurro responde en cada uno de nosotros. Como dice Javier Trímboli, “Belgrano fue aquel que aceptó un llamado más allá de reconocerse frágil para asumirlo… (el llamado) del interés público, de la revolución y de la Patria”; el presidente insiste sobre la frágil disponibilidad que tenemos los argentinos para asumir un nuevo intento.

Belgrano deseante y la idea de una Nación. Belgrano jefe del Ejército del Norte y polvo curtiéndole la cara rumbo a la frontera de la patria. Belgrano hombre de letras y derrotero de su crítica incansable. Belgrano congresal clave y agudo en Tucumán. Belgrano héroe popular y puro deseo de arrancar a la comarca de su destino de promesas incumplidas. Puro deseo, Belgrano. Inmenso amante: “se apoderó de mí el deseo de propender cuanto pudiese al provecho general, y adquirir renombre con mis trabajos hacia tan importante objeto”.

“Bastante he dicho, bastante he hablado y bastante he demostrado por los estados que he remitido: ¿se puede hacer la guerra sin gente, sin armas, sin municiones, ni aún pólvora?”, corcovea Belgrano cuando le quieren cargar el error ajeno. Pero no se baja, no desoye. Belgrano soldado. Avisa Belgrano, mientras entiende que unir fue el mandato para proteger la vida nacional. “Kantiano sin saberlo, juzgaba el acto de los consulares no por sus consecuencias concretas sino por el principio que los había guiado: lo que lo hacía condenable era que se hubieran preocupado menos por el bien común que por la defensa de sus intereses particulares”, escribió Tulio Halperín Donghi en El enigma Belgrano. Aceptar que la fuerza para poner de pie este país tiene en sus anales una lectura ética de los actos de quienes detentan el poder no es una cuestión del pasado. Retorna siempre en la medida que la transformación de la política y de la cultura intenta sembrar condiciones para la justicia y la libertad entre los hombres.

Los niños juran, las fuerzas juran. Se entona el himno nacional y allá está el gobernador Perotti al pie de la bandera en Rosario liderando una nueva batalla sobre la propiedad nacional y la soberanía en su puerto. Quién más que él y Alberto ayer reunidos en Buenos Aires invocan el conjuro belgraniano para levantarse y continuar. Fernández se le atreve al prócer. No le cuesta, lo mira de frente sabiendo todo lo que tienen en común: la ciudad, el colegio, el respetado padre de sociedad rioplatense, y claro, como buen demócrata, el tesoro: sus ideas, su verdad. Su fuerza que se construye sobre un deseo: hacer próspero y fraternal lo que hasta hace meses fue desguace y amargura.

Juran la bandera “y defenderla hasta perder la vida”. No sirve el cinismo para pensar el deseo. Belgrano “me inspira hacia la utopía de hacer otro país”, lo late el presidente Fernández, hoy también arrojado a su destino, ilusionado con que finalmente la inquietud sosiegue y se cumplan los anhelos “de desarrollo, educación e igualdad” que comparte con don Manuel. Empezar y concluir con este país injusto. Belgrano es talismán.