Nacido en Verona, Italia, en 1961, Sandro Chignola es profesor de filosofía política en la Universidad de Padua, Italia, y profesor invitado en otras universidades, como la UNSAM. Es especialista en historia de los conceptos, estudioso de las obras de Michel Foucault y Giorgio Agamben, y su perspectiva de investigación se inscribe en el postobrerismo italiano. Tiene publicados libros como Fragille cristallo. Per la storia del concetto di società (2004), Storia dei concetti e filosofia política (2008, con Giuseppe Duso) [Historia de los conceptos y filosofía política, Biblioteca Nueva, 2009]; Il tempo rovesciato. La Restaurazione ed il governo della democrazia (2011), Foucault oltre Foucault. Una politica della filosofia (2014) [Foucault más allá de Foucault. Una política de la filosofía (Cactus, 2018)] y Da dentro. Biopolitica, bioeconomia (2018).

Sandro Chignola
Sandro Chignola

En este texto, Chignola analiza críticamente la relación entre emergencia, crisis y normalidad en el marco del contexto actual de incertidumbre sanitaria, económica y política; llama la atención sobre los riesgos que suponen las exigencias de “vuelta a la normalidad” ligadas a los dispositivos de gobierno y normalización neoliberal y empresarios; y propone pensar, de la mano de conceptos como el de normatividad de lo viviente de Georges Canguilhem y el de ecotecnia de Jean-Luc Nancy, una apuesta instituyente que, sobre la cooperación y el cuidado de lo común, permita a las mayorías disputar e impugnar el actual control del capital sobre la crisis y el ambiente.

Original en: http://www.euronomade.info/?p=13288
[Ilustración: Ana Celentano – Traducción: Emilio Sadier para Sangrre]

La emergencia consolida la crisis. Esto sucede tanto en el plano económico como en el plano político. Desde 2008, desde la crisis de las hipotecas subprime, los dispositivos de governance[1] neoliberal consolidan su tecnificación y su sustracción del control democrático. Fuerzas de tarea de economistas, técnicos, expertos –y ahora: de virólogos, epidemiólogos, demógrafos– se instalan como tomadores de decisiones en última instancia de políticas que recaen en los individuos sin ser autorizadas en términos de procedimiento y que se legitiman en base al carácter emergencial de su propia acción.

A partir de la crisis de 2008 se organizó una estabilización autoritaria del neoliberalismo. Ahora, la tentación autoritaria a escala mundial es quizás aún más fuerte. Orban, en Hungría, se dota de plenos poderes exactamente como reformuló la legislación laboral hace solo unos años. En la India, Ecuador, en los EE. UU., allí donde no es inmediatamente operativo el negacionismo neoliberal-fascista de Bolsonaro o Piñera con el que se han sentido tentados Trump o Boris Johnson, aparecen tentaciones autoritarias. Y no es difícil imaginar que también en Europa –se están dando signos evidentes en esta dirección– modelos autoritarios de gobierno de la crisis y de reducción de derechos, envueltos de tecnicidad y experticia [expertise] neutral, sean implementados no solo en dirección del control digital del distanciamiento social, sino también en el terreno del trabajo: reestructuración de la semana laboral, regreso obligado al trabajo, cancelación de vacaciones, aumento de los ritmos, serán medidas dispuestas como compensaciones por la pérdida forzada de plusvalía absoluta y de plusvalía relativa.

Las exigencias de producción presionan. En Italia, por ejemplo, ya antes de que las autoridades regionales cedieran al chantaje de los industriales en muchos ámbitos productivos, en las redes asincrónicas de la governance de la crisis los empresarios habían eludido el cierre forzando los dispositivos de consentimiento silencioso de los municipios y habían retomado el trabajo. La apuesta malthusiana –llevar una tendencia a un límite– no fue solo la que perseguían aquellos que apuntaban a dejar que corriera el virus para lograr la inmunidad de rebaño de la población, sino también la de aquellos que imaginan una gran cantidad de ilotas trabajando para reproducir los volúmenes de consumo y de renta de la masa de los aislados, en el marco de una normalidad trazada en términos algorítmicos y estadísticos basados ​​en la circulación del riesgo.

Hacer vivir o dejar morir, la cifra biopolítica del liberalismo, significa aquí –cuando no se invierte literalmente en el corazón de las tinieblas homicida y necropolítico de una soberanía a la que no se renuncia, cualesquiera que sean sus titulares, cuando se trata de migrantes a ser abandonados en el mar– diseñar y rediseñar el sistema de jerarquías y estratificaciones de clase a través del cual se reproduce el sistema de valorización del capital, dejándolo fluir sobre el lubricante de una responsabilidad encomendada solo a los gobernados.

Una población en cuarentena –dispositivo inventado entre Venecia y Marsella en el siglo XIV, reactivado hoy en clave posmoderna y digital– encerrada entre muros modulares que reproducen diferencias, que permiten los chantajes, que consolidan desigualdades y periferias fractales. Un cuadro de inmovilización de las estructuras de articulación de la relación de capital fotografiado por los drones y los helicópteros que persiguen a corredores y a proletarios de fiesta en terrazas de viviendas populares, y que expulsa en los galpones a endeudados que piden trabajar, porque el salario es la única medida su inserción en el circuito de la ciudadanía diferencial; aislados y solos, en exceso, porque los cuerpos no se pueden «ensamblar».

La crisis reactiva el código entre lo normal y lo patológico. La pandemia es una crisis que se propaga, nos dicen, mientras las estadísticas no hablen de una vuelta a la normalidad. Esta normalidad es el problema. Normales son, en la lógica de la normalización neoliberal, las desigualdades y jerarquías, los riesgos naturales e individuales, los costos sociales y singulares de las crisis. Normal es el cuadro de patologías, accidentes, desastres ambientales que las estadísticas y la demografía –a concurso de los expertos ahora convocados en apoyo técnico a los tomadores de decisiones políticas– consideran compatibles con la reproducción y con el aumento de los procesos de valorización del capital. La normalidad es un fin imposible de alcanzar mientras quienes la decidan sean técnicos para quienes lo patológico es solo el otro lado, numérico, de un proceso que se trata de gobernar reafirmando, de él, una rígida, pero “natural”, matriz binaria y distributiva.

Normativo es el viviente, escribía desde la década de 1950 Georges Canguilhem. Valere, “mantenerse saludable”, significa instituir normas, imponer valores, como ya había argumentado Nietzsche. La vida es esa actividad polarizada en contraste con el ambiente que se siente o no se siente normal –es decir, en condiciones de salud o de normalidad– en función de sentirse o no sentirse en posición normativa. No pueden ser expertos o gobernantes quienes decidan qué cosa es nuestra vida: cuándo ella puede, o bien no puede, volver a una normalidad en cualquier caso imposible. Convivir con el virus –nos dicen que será una situación destinada a durar– significa ubicarnos en términos instituyentes con respecto a la situación que su difusión o su latencia trazan y no en la posición que nos es asignada como simples terminales pasivas de la acción de gobierno.

Es sobre esta apuesta instituyente que vale la pena construir colectivamente una nueva agenda política multitudinaria y “comunista”. Quedarse en casa sin duda ha significado cuidar lo común de la relación; responder –este es el sentido del término responsabilidad– al riesgo de la multiplicación del contagio. Sin embargo, cuidar lo común también quiere decir volver a discutir las políticas que destruyeron la salud y el bienestar condenando a muerte a hombres y mujeres, entre ellos quienes son llorados y llamados héroes tras haberlos mandado al matadero. Cuidar lo común exige poner en discusión las políticas urbanísticas y sociales llevadas a cabo en las últimas décadas en las ciudades y áreas metropolitanas en las que, en Europa, América Latina o Estados Unidos, los niveles de mortalidad y de contagio marcan un incremento y una aceleración especialmente en las periferias y en los barrios populares. Cuidar lo común significa enfrentar, en los muchos niveles que la organizan, la governance neoliberal de territorios en los que las tasas de ganancia y de extracción de valor establecidas parasitan la cooperación multitudinaria y obrera del trabajo vivo. Cuidar lo común significa atacar por adelantado el control del capital sobre la crisis económica que caracteriza al indefinido post- de la pandemia.

Hace años, Jean-Luc Nancy introdujo el término ecotecnia para designar el marco de gestión técnica de la vida y del ambiente en el que ella se reproduce. El término hoy me parece adecuado para indicar no solo la proliferación de poderes y autoridades que estructura el movedizo dispositivo en configuración para el gobierno de la crisis, sino también la “máquina” que atrapa a la vida para extraer de ella valor a lo largo de un amplio arco, que se extiende entre la enorme cuota de capital fijo de los laboratorios de bioingeniería farmacológica reconvertidos en busca de la vacuna y el injerto de tecnologías digitales en el cuerpo de las personas para rastrear su movimiento con las aplicaciones o para controlar al trabajo en las plataformas, doblegando su sentido de responsabilidad y de cuidado en la formación a distancia escolar y universitaria o limitándolo a los ritmos y a las condiciones, muchas veces imposibles, del teletrabajo. Aquí la cuestión no se plantea entre “vida”, más o menos nuda, y “política”: aquí el terreno es el de la confrontación, organizada y mediada por una composición técnica del capital en acelerada innovación, entre la vida instituyente y un ambiente de regulación irremediablemente sustraído –pero obviamente es así desde siempre, en lo que respecta a la biología– a su control.

La cooperación y el cuidado de lo común encuentran su impulso en esta asimetría, y es a partir de ella​​ que deben encontrar su propia fórmula de organización. El virus nos recuerda que no existe un afuera de la relación de capital, así como tampoco hay una “naturaleza” o un “ambiente” al que tutelar colocándose frente a él como frente a un amoroso objeto de cuidado. La vida está polarmente atrapada en el ambiente y el ambiente está integralmente condicionado y reestructurado por tecnologías bajo el control de las cuales se trata de abrir una batalla política.

Están en cuestión la vida y la movilidad de las personas, la reapropiación y la reinvención de un Bienestar [Welfare] de lo común, una vida digna en barriadas y periferias, el volver a ocuparse de la supuesta “neutralidad” de la técnica, el derecho de insubordinación al distanciamiento social, cuando este termina siendo utilizado para impedir la acción colectiva y la conjugación multitudinaria y asamblearia de las singularidades. En términos más generales, la cuestión es si también en la farmacología y la innovación tecnológica necesarias para intervenir en la crisis del Covid-19, y en las que vendrán, deberían necesariamente entretejerse la ganancia o la especulación financiera, como ya señalan los hoax que ponen a competir entre sí a terapias o medicamentos producidos por empresas cotizantes en bolsa o compañías de software [software houses] cuyos capitales prometen duplicar su valor.

Por esta razón, el uso de las plataformas solo puede ser interlocutorio y preliminar. Debe hacerse de ellas un uso no sustitutivo y, en cualquier caso, provisorio. Todavía tendremos que salir de nuestras casas. Y será bueno hacerlo con ideas y palabras a la altura del desafío y de las tareas que debemos afrontar.

 


Notas

[1] En inglés en el original. Traducido en la actualidad en muchos casos como gobernanza, preferimos dejarlo en su idioma original en este caso, ya que su autor tiene desarrollada una reflexión acerca del término governance, la precisión de su significado respecto de otros como government y governing, así como en relación con el más abarcador y menos específico governo en italiano (que podemos extender a nuestro gobierno). Este razonamiento y un análisis más detallado del concepto y la semántica de la governance pueden seguirse en su artículo “A la sombra del Estado. Governance, gubernamentalidad, gobierno”, Utopía y praxis latinoamericana, Maracaibo, Universidad de Zulia, v. 19, n. 66, octubre 2014, pp. 37-51. [N. del T.]