[Ilustración: Ana Celentano]

Si algo le faltaba a la cultura letrada para correrse a los bordes y ser desplazada hacia la periferia de las prácticas culturales era una pandemia global que provocara el aterrizaje forzoso de millones de alumnos, docentes, e instituciones educativas, comerciales, científicas en el mundo digital. En 2020 el paréntesis de Gutenberg (ver Piscitelli, 2011) ha llegado a su fin. Muchos lo intuían y otros ya lo sabíamos, pero ahora tenemos el acta de defunción con su fecha definitiva en la mano. Se ha cerrado el paréntesis de las jerarquías autorales y de la creación individual y estática. Renace una postoralidad colectiva y lábil, en movimiento permanente y negociación continua con la autoridad y sus márgenes suturados. El relato que en la prehistoria se contaba alrededor del fuego y que convertía a cada oyente en posible coautor mediante operaciones de recombinación memorística hoy retorna mediante el potencial editable de lo digital y la remezcla multimedia. Todo ya ocurría mucho antes de 2020, pero la pandemia logró oficializar los datos y formalizar el ritual.

Además del paréntesis se han cerrado las escuelas, las fábricas y las puertas de un futuro previsible en el corto plazo. Sobre estos cierres y aperturas en lo que sigue avanzamos unas líneas en un ensayo por interpretar las fracturas en el orden temporal y espacial que atravesamos colectivamente desde el 20 de marzo de este año.

Basta de enlatado

En 1950 el escritor estadounidense Ray Bradbury publica un relato breve, Vendrán lluvias suaves, que describe el funcionamiento automático de una vivienda inteligente que a diario, entre sus muchas funciones, prende las luces e indica la hora a sus habitantes mientras les prepara el desayuno, les lee un poema o prepara el agua caliente para el baño de la noche. La casa está deshabitada porque la familia que la ocupaba se desintegró luego de una explosión nuclear que dejó sus siluetas impregnadas en la pared del jardín que recorre la fachada hacia el oeste. Sin embargo, todos sus sistemas funcionan de manera efectiva y eficiente, repitiendo la misma rutina una y otra vez, hasta que en la noche del 4 de agosto de 2026 un incendio la consume completamente. O casi. Porque de la única pared en pie luego de las llamas, del único trozo del esqueleto de cemento y ladrillos que queda bajo las lluvias suaves que la enjuagan, se oye nuevamente una voz que indica la fecha y hora como si aún viviera la familia, y su casa, y su rutina.

Una escuela que conversa con los múltiples contextos en que está inmersa no queda aislada en la normalidad ficticia y simulada de la casa robótica que describe Ray Bradbury en sus Crónicas marcianas. La escuela ya estaba en ese camino de diálogo con el afuera. Solo que ahora esa parece la única alternativa.

Además de las formas divergentes de lectura y escritura (Albarello, 2019), otros procesos estaban en marcha antes de la bisagra sanitaria. La apertura de las aulas para conectar con la experiencia cotidiana de los estudiantes en el mundo extraescolar comenzaba a emerger, pero ahora es insoslayable. Los intercambios con el afuera, el movimiento hacia prácticas dialógicas que interpelen y sean interpeladas por el mundo real, y la incorporación de saberes adquiridos por los alumnos en su tiempo de ocio (Ferrarelli, 2015), constituyen una valiosísima materia prima para generar experiencias significativas en la escuela y en la universidad. La conversación es ineludible.

Tal como señala Carlos Skliar (2020) “un mundo en estado de excepción no puede pedirle a la educación normalidad”: la escuela no puede, no quiere seguir hablándose a sí misma. Es preciso revisar las representaciones que operan sobre nuestras prácticas para deconstruirlas y avanzar hacia modelos más abiertos, que inviten a los estudiantes a solucionar un conflicto, resolver un problema o producir materiales relevantes socialmente, siempre buscando reponer la relación con el mundo real y avanzando más allá de las paredes del aula. Si como docentes o instituciones no ponemos la pandemia sobre la mesa, nos perdemos de trabajar con nuestros alumnos sobre los problemas que enfrentan hoy, ahora, sus ansiedades, sus descubrimientos cotidianos, lo que más les cuesta del confinamiento y lo que les resulta placentero.

Si nuestra clase asépticamente envasada pudiera existir en cualquier tiempo y lugar, entonces perdería relevancia cultural e histórica, y se parecería a lo que se denomina usualmente enlatados en la jerga televisiva: esos programas de televisión grabados que se repiten una y otra vez a lo largo de los años, sin conexión alguna con las problemáticas sociales emergentes y los cambios culturales. Si lo que decimos y hacemos en la clase no posee fecha de vencimiento, no transforma la experiencia vital de los estudiantes, si puede ser trasladado, pandemia mediante, a un video que se consume por YouTube, entonces es mejor dejar el tiempo de la clase para ser atravesado de otras maneras, con diálogos que inviten a pensar y conversaciones que permitan poner en tensión la experiencia cotidiana.

Si la misma clase se reitera año tras año, cuatrimestre tras cuatrimestre, entonces se parece más a la casa robótica de Ray Bradbury que no registra la catástrofe humana a su alrededor y sigue sirviendo el desayuno o anunciando la hora como si nada hubiera pasado. No queremos enlatados en lugar de clases… queremos auténticas experiencias compartidas de construcción de saber colectivo. Esto ya está ocurriendo. La pandemia nos recuerda que la escuela nos necesita, pero, sobre todo, que somos nosotros quienes necesitamos a la escuela. El desafío es escalar los escenarios para no dejar a nadie afuera.

Emulsiones mediáticas en el horizonte panmedia

El pasaje hacia la cuadrícula de caras que muestra bibliotecas, cuadros torcidos y alguna que otra mascota nos devuelve preguntas sobre cómo aprovechar pedagógicamente ese momento de conexión en vivo y en directo con nuestros estudiantes, ubicados ahora en el fluir convocante de los eventos deportivos, los recitales o la performance teatral. La traducción perfecta de la clase física a la digital demostró ser insuficiente, como también lo son las pantallas extracurriculares (García Canclini, 2014) que funcionaban como promesa de la imaginación tecnocultural de las nuevas generaciones.

En términos generales, panmedia supone mezcla, pero también una superposición de mensajes, canales y actores: un crossover desordenado de bits y átomos que ponemos en marcha para que el distanciamiento solo sea físico y no social y pedagógico. Según la RAE, el prefijo pan- indica “totalidad”, “integridad”, “cualidad de total”. Tal es el sentido que adquiere en la definición de pan-teísmo, pan-nacional, pan-americano. En medio de la escena convulsionada de las clases por videoconferencia, los debates en el foro y el acceso intermitente a Internet, surgen diversas estrategias para garantizar la continuidad escolar y las trayectorias formativas de los estudiantes (Ferrarelli, 2020). Llegar a todos se hace difícil, y tanto docentes como instituciones ponemos en marcha estrategias totales para sostener el vínculo con los alumnos en todos los planos posibles: digitales, analógicos y de carne y hueso. A la propuesta televisada o leída le sumamos otras creaciones: circulamos audios por WhatsApp y videos por diversas plataformas, pasamos un mensaje vía telefónica o mandamos un email, si podemos vamos a la casa. La totalidad se inscribe en el agotamiento de canales, formatos y medios.

Pero panmedia también supone intercambios en otras direcciones. ¿Qué nos dicen de las narrativas transmedia? ¿Qué toman de sus formas descentradas y dispersas? ¿Cuáles son las mediaciones que entran en juego? ¿Qué se superpone y qué se impugna? Pensamos que los cruces entre pan- y trans- se despliegan no tanto en términos de superación sino más bien desde lógicas de negociación e intercambio, una suerte de escamoteo digital que asegura medios y escenas híbridas, mientras esperamos del otro lado de la radio/ pantalla/ puerta que alguien responda nuestras señales. Panmedia trasciende la discusión sobre las plataformas digitales e instala preguntas respecto de cómo acompañar a los estudiantes a lo largo de su aprendizaje durante el aislamiento, pero también una vez que este haya concluido. Se abren interrogantes sobre la autonomía de los alumnos para aprender por su cuenta, para saber si efectivamente lo están haciendo, y autoevaluarse para identificar qué aprendieron y qué necesitan.

Ya no hay vuelta atrás. Panmedia nos pone la mirada sobre las tecnologías que nos rodean y la calidad de la conectividad que deberían tener asegurada estudiantes y docentes. Dispara preguntas sobre los esfuerzos institucionales, pedagógicos, de política pública que realizamos como como sociedad para no dejar a nadie afuera, para avanzar hacia construcciones colectivas y sanadoras, que busquen sellar brechas y emprender proyectos comunes, inclusivos, cuidadosos. Así emulsionamos brebajes mediáticos, digitales y físicos, combinamos lenguajes, narrativas y plataformas para no soltar a quienes nos necesitan y a quienes necesitamos. Panmedia es verbo, adjetivo y sustantivo; recupera acciones de salvataje pedagógico, paisaje que mezcla lenguajes y actores; es territorio, mapa y sendero a la vez; forma y contenido.

De las prácticas mestizas a la temporalidad escindida

Hace unas semanas el escritor español Jorge Carrión (2020) publicaba en su columna del New York Times un profundo artículo en el cual analiza la estética de la pantalla dividida que predomina en la era del confinamiento: “La imagen de esa cuadrícula de rostros en lugares distintos resume lo que somos en estos momentos: una sucesión de celdas con ventanas de píxeles que comunican con otras celdas. Una colmena infinita y virtual”. Creemos que esa fragmentación visual que evoca Carrión y que remite a la dispersión espacial que atravesamos se corresponde con otra fractura adicional que, además de separarnos geográficamente, nos devuelve una temporalidad escindida y desarraigada. Una temporalidad despojada de la ficción de simultaneidad que sincronizaba presentes y colegiaba acciones. Una ficción rota.

La fragmentación de las pantallas es reflejo de la fractura espacial y temporal que experimentamos a diario, recluidos en nichos infinitos que nos obligan a reconstruir la socialidad, ahora descarnada (Fernández, 2020), desde plataformas digitales. Se trata de un tiempo no domesticado, inmóvil y fraccionado que nos interpela en soledad y nos recuerda que para que el aislamiento sea solo físico (y no social) debemos abrir ventanas digitales, pasillos de diálogo sincrónico para recuperar la simultaneidad colectiva, corredores virtuales para vernos las caras en miniatura.

Las videoconferencias e incluso los llamados telefónicos tradicionales funcionan como intervenciones vivas en la temporalidad inerte. Nos conectan con colegas, alumnos y amigos en un vínculo que va más allá de los temas laborales o la clase a distancia… nos devuelven las caras y los gestos de lo comunal suprimido, nos regalan la ilusión del tiempo compartido de a ratos. Flashes que duran 40 minutos o un poco más si pagamos la suscripción. Se convierten en reductos socializantes, un privilegio para algunos. Las piezas del tiempo y espacio estallados se reúnen de a ratos en un prolijo mosaico de ventanas rectangulares con costuras invisibles.

Y en ese presente dilatado y quieto, la opción que emerge es la de intervenir-nos como reflejo de eso que le hacemos al mundo (Maguregui, 2020), y así rediseñarnos en la “digitalidad” para trascender la espacio-temporalidad quebrada por la peste. Para escapar de esta “biopolítica autoconsentida y voluntaria” (Valdettaro, 2020) y buscarnos en los pliegues de la virtualidad compartida una sincronía con otros. Con la pandemia cruzamos la frontera del purismo de formatos, lenguajes y escenas para no volver. Ya no hay vuelta atrás: pedimos la ilusión del control, se cayó “la credibilidad del sistema” (Segato, 2020). Podremos forzar una nueva normalidad, ensayar viejos hábitos y pretender conservar rutinas de la presencialidad física de antes, pero ya hemos cruzado un puente. En este contexto hablamos de “prácticas mestizas”, porque el futuro del aula será híbrido, una mezcla a veces improvisada, a veces pensada, de analógico y digital, con papel, tiza y pantalla, o no será. Mestizaje por el cruce de tecnologías, de roles, de espacios y tiempos. En una vuelta a Giroux, alumnos y docentes, amigos, familiares, somos los nuevos cruzadores de fronteras, seres mixtos que portan prácticas y miradas divergentes que se entrecruzan y se vuelven a separar. Y, en ese puente, nos preguntamos si la colmena infinita mutará tal vez en panal cognitivo (Lion, 2015), un repertorio colectivo de acciones e ideas compartidas.

Un cierre siempre parcial: sujetos en diáspora

La temporalidad interrumpida fractura la ilusión de simultaneidad de un presente y una espacialidad imaginados en comunidad. De aquí que los Zooms y videoconferencias detenten la poderosa facultad de reinventar el imaginario y restituirnos, aunque sea en breves lapsos diarios, una forma de cotemporalidad actualizada.

El desplazamiento hacia nuestros hogares nos ha convertido en inmigrantes de lo estático; somos extraños en un lugar que nos es familiar. La escuela en la casa y la casa en la escuela. La oficina en el living. Videos con camas o patios de fondo. Evocamos, cual sujetos diasporizados, esa patria imaginada de la normalidad perdida. Una patria que se añora cada día menos, que recuperamos vía chat desde nichos distantes y cercanos a la vez.

El presente se dibuja como una temporalidad contingente, más instantánea y precaria que simultánea. Hemos pasado de la conversación cara a cara a la conversación pantalla a pantalla, del uno-a-muchos, al muchos-a-uno. Pero la conversación permanece (Nigro, 2020). Resiste los embates del espacio partido y el tiempo endurecido. Siempre.

Buscamos (¿buscamos?) restablecer nuestra habitualidad, recobrar lo usual. Reencontrar a otros y reencontrarnos. Este es solo un comienzo, uno de tantos: porque, mientras nos acostumbramos a la nueva rutina, seguimos en tránsito hacia otras configuraciones laborales, familiares, culturales que inyectarán más preguntas en la coyuntura post-pandemia.


Referencias

Albarello, F. (2019). Lectura transmedia. Leer, escribir, conversar en el ecosistema de pantallas. Buenos Aires: Ampersand.

Carrión, J. (2020). “Las estética de la pandemia”. New York Times en español. 9 de mayo de 2020. Disponible en: https://www.nytimes.com/es/2020/05/09/espanol/opinion/zoom-coronavirus.html

Fernández,  M. (2020). Conversaciones en panmedia. Sesión 1. Centro de investigaciones en mediatizaciones (CIM) de la Universidad Nacional de Rosario (UNR). Webinar disponible en: https://youtu.be/3zvT4O7iAcs

Ferrarelli, M. (2020). “Educación: de la pandemia a las estrategias panmedia”. Entrevistada por Lucía De Gennaro.  Disponible en: http://sangrre.com.ar/2020/04/27/educacion-de-la-pandemia-a-las-estrategias-panmedia/

Ferrarelli, M. (2015). “La actualidad des-bordada: transmedia y educación en la cultura digital. Revista Lenguas V;vas. Año 15, número 11. Noviembre 2015. ISSN 2250-8910. Disponible en: https://ieslvf-caba.infd.edu.ar/sitio/upload/Lenguas_11_web.pdf

García Canclini, N. (2014). Lectores, espectadores, internautas. Barcelona: Gedisa.

Lion, C. (2015). “Las ciudades y los sueños”. Las ciudades visibles. Transmedia educativo. Disponible en: https://wp.me/p6P0nH-1j

Maguregui, C. (2020). “Descoordenadas narrativas para el presente expandido”. Disponible en: https://hipermediaciones.com/2020/05/16/descoordenadas-narrativas-para-el-presente-expandido/

Nigro, P. (2020). “En defensa de la conversación, pero ¿de cuál de ellas?”. Hipermediaciones. Disponible en: https://hipermediaciones.com/2020/05/22/defensa-de-la-conversacion/

Piscitelli, A. (2011). El paréntesis de Gutenberg. Buenos Aires: Santillana.

Segato, R. (2020). “Coronavirus. Todos somos mortales. Del significante vacío a la naturaleza de la historia”. El futuro después del covid-19. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/argentina-futura

Skliar, C. (2020). Entrevista. Entrevistado por Pablo Gutiérrez de Álamo. Disponible en:  https://eldiariodelaeducacion.com/2020/05/11/un-mundo-en-estado-de-excepcion-no-puede-pedirle-a-la-educacion-normalidad/

Valdettaro, S. (2020). “El virus es el mensaje”. El futuro después del covid-19. Disponible en: https://www.argentina.gob.ar/argentina-futura