A horas del triunfo del Frente de Todos en las elecciones a la presidencia de la Nación Argentina y comenzada la transición entre el gobierno de Mauricio Macri y el electo presidente Alberto Fernández, SANGRRE conversó con el referente político y director de planificación del Observatorio del Sector Audiovisual e Infocomunicacional Germán Calvi sobre las perspectivas de esta coyuntura, el antiperonismo, y su significado en los procesos políticos regionales.
Con los resultados cerrados de la elección nacional, ¿cuál es tu lectura sobre la composición y distribución del sufragio a nivel nacional? ¿Por qué creés que, luego de una gestión con índices económicos de rotundo fracaso, la coalición de Cambiemos retiene cuarenta puntos a nivel nacional?
En primer lugar, pienso que hay ordenar las ideas a partir de la realidad, para no empujar la realidad y exigirle que se ordene alrededor de las ideas. Lograr derrotar en las urnas a un presidente en ejercicio que busca su primera reelección es un desafío que por única vez se logró desde la vuelta de la democracia. Con lo cual creo que la derrota del Presidente Macri es un dato contundente para comenzar el análisis: era supuestamente imposible de derrotar pero fue derrotado.
Creo que la elección combina múltiples factores y el fracaso económico de la gestión del gobierno de Macri fue el central para su derrota. Luego, en términos históricos, la dictadura y los años noventa consolidaron en la sociedad argentina un altísimo desprecio por la política: hay amplios sectores de la sociedad en los que es natural referir a los políticos como “sucios”, “corruptos”, “una casta que se beneficia a sí misma”, “oportunistas”, “gente que se enriquece en la función pública”, “insensibles que no atienden las necesidades de la gente”, “inútiles que llegan a esos lugares por acomodo”. Son ideas muy instaladas en el sentido común de esos sectores de la sociedad que referimos como “antipolítica”. Por eso, la antipolítica es un factor complejo, que el marketing político aprovecha y el sistema de partidos políticos no logra interpelar de manera eficaz.
Había antes de mayo de 2019 dos ideas-fuerza muy instaladas en el sentido común: una de ellas era que la gobernadora María Eugenia Vidal era imbatible en las urnas; la otra era que Cristina no lograba ganar las elecciones en primera vuelta y perdía en segunda vuelta. Vuelvo a este punto para jerarquizar el sentido común, poner en el centro de la escena del análisis a los símbolos que logran sintetizar los procesos políticos y los procesos que precipitaron en este resultado.
Vidal fue una sorpresa como candidata y otra sorpresa como gobernadora. El gobierno de Vidal desarmó uno de los mitos mejor armados de la antipolítica argentina: “los varones del conurbano”. Ya nadie habla de ese “cuco” porque la existencia de una gobernadora “Heidi” que llega a terminar su mandato “sepulta” ese mito.
¿Por qué Vidal era imbatible? Ahí hay parte de la respuesta en relación al límite del marketing político frente a una gestión económica que fracasó, pero, sobre todo, frente a una lógica política de la oposición que triunfó. La derrota de este símbolo de “Vidal imbatible” desarmó el relato electoral del macrismo.
Al mismo tiempo, el corrimiento de Cristina de la candidatura manteniéndose en la fórmula permitió una alquimia que desarmó ese sentido común que la condenaba a la derrota y rompió la idea del “techo”.
Por su lado, Alberto logró desarmar otra idea –que se había instalado en el sentido común, pero, sobre todo, en los dirigentes políticos– que pregonaba el sectarismo del kirchnerismo, transformándose él mismo en un articulador de sectores con historias diversas pero con vocación de confluir en un gran frente electoral. Ya todos habíamos asumido que el diálogo entre Cristina y Massa era imposible, pero rápidamente comprendimos que el diálogo entre Alberto y Cristina era natural y el diálogo Alberto y Sergio pasó a serlo.
El cierre de la alianza electoral con el Frente Renovador fue clave en materia de símbolos, con doble impacto: el macrismo había logrado instalar que su victoria necesitaba el peronismo dividido; Massa lideraba la otra alternativa; sellar la alianza con Massa generó la idea de una victoria electoral posible y se “rompió el techo”.
Creo que acá hay algunas claves: saber escuchar a una sociedad que exigió unidad y obedecerla hasta lograrlo. Con aquellos argentinos que no confían y cuestionan lo peor de la política, lo peor del sindicalismo, lo peor de la función pública, les proponemos un nuevo contrato ético y moral del que hablan Alberto y Cristina. Yo no tengo dudas que viene un tiempo maravilloso para recuperar la política, para jerarquizar la práctica política, para honrar la unidad y hacer carne esta necesidad imperiosa de construir la nueva mayoría argentina.
Siendo vencedores indiscutidos a nivel nacional, el Frente de Todos tiene la oportunidad histórica de avanzar a partir del 10 de diciembre sobre políticas dirigidas al núcleo duro de su electorado: los jóvenes, las capas más humildes, la clase trabajadora, y las PyMEs. ¿Podrías adelantar algunas de las medidas de orden prioritario consensuadas en tal sentido?
A partir del 10 de diciembre no hay más núcleos duros, hay políticas públicas universales, sectoriales y territoriales. Lo más importante es el sentido del proyecto político, el nuevo rumbo; ahí vamos a observar algunas diferencias elementales: el Presidente de la Nación va a cambiar el discurso oficial, transformando los problemas del país en la agenda de gobierno, basta de marketing político vacío.
Va a exigir a los organismos internacionales de financiamiento que respeten a la soberanía del voto, pero especialmente que asuman su parte de responsabilidad en las consecuencias económicas derivadas del manejo financiero, basta de legitimar la timba financiera. Volverá a trabajar para fortalecer el mercado interno. Estas diferencias nos darán en marzo otro país.
Poner de pie a la Argentina y encender la economía son las ideas fuerza que Alberto transmitió a la sociedad y que le dieron el triunfo, y es lo que va a hacer en el gobierno. Ejercer la gestión de gobierno va a ser la herramienta para que la dinámica política conquiste derechos, en un proceso que legitime este esquema de alianzas sectoriales, territoriales y políticas que tienen que beneficiar a las mayorías, generar ámbitos en los que consolidar la unidad y movilizar a la sociedad en un paradigma nuevo de democracia participativa, federalismo y desarrollo económico con inclusión social.
Desarmar el antiperonismo y el antikirchnerismo no es una cuestión electoral ni comunicacional: es una cuestión de cómo se construye sentido, en el ejercicio del poder, en esa dirección. Alberto Fernández tiene los mejores atributos de este momento de la historia para romper el cerco, hablar de frente y a los ojos de todos los argentinos de bien que quieran escucharlo y gobernar para el interés general.
Parece una sarta de frases hechas, pero es que la clave está ahí, en recuperar los atributos de un liderazgo capaz de conectar con esos argentinos que desprecian al sindicalismo, que desprecian a funcionarios políticos, que huyen de la política porque la encuentran repulsiva, pero son argentinos a los que Alberto va a gobernar y a los que va a garantizarles políticas que les generen una mejor calidad de vida.
Un gobierno federal es una bandera que nos va a reencontrar con los argentinos de cada rincón del país hablándoles desde su propia casa, con un Presidente que los va a buscar y va a hablar directo con ellos, sin intermediarios, en una escala más humana. Esto es revolucionario, va a romper las inercias y nos va a conectar con las economías regionales como nunca antes en la historia.
Alberto está convencido de la economía del conocimiento: esa apuesta por la educación, la ciencia, la tecnología y la innovación productiva también va a ser una cualidad que lo distinga, porque son valores universales para nuestro pueblo que, si logran conectar con buenos resultados de la gestión de gobierno, van a configurar un nuevo pacto social, en clave de la solidaridad y el progreso, dos aspectos que todo este tiempo forzaron por llevar al campo del individuo y que ahora vuelven al terreno de lo colectivo, de la familia, del barrio, del ámbito laboral, de lo público y lo privado a la par.
La elección en la que resultó vencedor el Frente de Todos tiene un correlato regional de constante movimiento. ¿Cómo analizás este triunfo en ese sentido y cuáles ves que pueden ser las medidas tácticas del espacio de cara a la región durante los próximos cuatro años?
Alberto dice siempre que su apuesta pasa por fortalecer el Mercosur, en el convencimiento de que los bloques regionales nos dan una oportunidad de insertarnos en mejores condiciones en este mundo turbulento. También señala que el crecimiento del PBI del país es uno de los objetivos de su gestión de gobierno, lo que nos lleva a la relación comercial con Brasil como un socio clave en el camino del crecimiento económico.
Luego está la política sectorial en temas de energía, telecomunicaciones, alimentos, medicamentos, tecnología. Creo que la presencia de José Luis Rodríguez Zapatero muestra otra capa de complejidad en este esquema de relaciones internacionales, lo mismo que el pedido de libertad a Lula en su acto de confirmación del triunfo, y los saludos con Evo Morales y Sebastián Piñera. Alberto tendrá un gobierno con una política internacional funcional al objetivo del crecimiento económico con inserción en el mundo, con un perfil propio menos subordinado a las imposiciones extranjeras, insertado en el continente y con altísima proyección geopolítica internacional.
La negociación de la deuda externa, el fortalecimiento del comercio exterior y la recuperación del aparato productivo-industrial requieren una política exterior inteligente, pragmática, coherente y funcional con la política nacional. Alberto tuvo la experiencia del 2003 y comprende mejor que nadie cómo lograr que a un país se le abran puertas, cómo mejorar las relaciones y alianzas con los actores globales, cómo aceptar las restricciones externas y cómo administrar las fuerzas propias en relación a la capacidad de conducir la conflictividad en cada frente.
Es un tiempo de aceitar los mecanismos de acuerdos bilaterales y multilaterales, de revitalizar las agendas con los aliados históricos para fortalecer el comercio y de vigorizar el campo de las ideas humanistas para un mundo multilateral desde un continente en paz.