Evo Morales es el presidente en América Latina que más años lleva en ese cargo. Tres mandatos y catorce años, lo que también lo convierten en el mandatario récord de Bolivia, superando al Mariscal Andrés de Santa Cruz, quien dirigió los destinos de la incipiente nación entre 1829 y 1839, y al histórico líder del Movimiento Nacional Revolucionario (MNR) Víctor Paz Estenssoro, quien ejerció cuatro veces la primera magistratura, pero en períodos salteados, completando doce años de mandato.
Al galope del crecimiento económico sostenido y la reducción drástica de la pobreza, Morales aspira a ocupar cuatro años más el Palacio Quemado tras las elecciones del domingo próximo, 20 de octubre. Las encuestas lo muestran al filo: oscilando por encima y por debajo del cuarenta por ciento, el piso necesario para ganar en primera vuelta si le saca diez puntos al segundo. Es decir, si este domingo los cómputos indican que deberá disputar un balotaje –que sería el 15 de diciembre–, todos los sondeos lo dan perdedor en esta instancia. Los nervios se palpan a uno y otro lado del arco político. El rumbo de Bolivia se definirá voto a voto.
Sin embargo, en un país caracterizado por la inestabilidad a lo largo de sus casi dos siglos de vida republicana, el caso de Evo Morales es más que curioso. No es habitual que tras catorce años de vertiginosa permanencia en el poder un presidente aspire a un cuarto mandato y encabece todas las encuestas. La respuesta está en los vigorosos e inéditos números socioeconómicos que muestra el proceso de cambio desde 2006 a la fecha.
Recordemos el famoso leitmotiv de la campaña que llevó a Bill Clinton a la presidencia de los Estados Unidos en 1992. Parecía agresivo, inadecuado. Pero “Es la economía, estúpido” dio vuelta la elección cuando George Bush parecía dirigirse sin oposición hacia la reelección. La campaña demócrata en torno a la recesión que afectaba al país terminó inclinando la balanza. Desde entonces, esa frase es el botón de muestra sobre el valor de la economía para decidir el voto. Y Bolivia, en 2019, parece no ser la excepción.
Paradójicamente, esta fortaleza que hoy ostenta el llamado Modelo Económico Social Comunitario Productivo, elogiado incluso por organismos internacionales y economistas ortodoxos, era, para los que siempre detentaron el poder, lo que eyectaría a rápidamente Morales de la presidencia.
Retrocedamos. Morales ganó por abrumadora mayoría las elecciones presidenciales del 18 de diciembre de 2005, convirtiéndose así en el primer indígena en asumir ese cargo. Ante la elocuencia de las urnas, la derecha racista, colonial y capitalista de Bolivia hizo una apuesta. Imposibilitados de ignorar el histórico 53,7 por ciento de los votos, auguraron: “Dejemos al indio gobernar seis meses, la economía se desplomará y volveremos nosotros”. Las siguientes tres elecciones, incluido el referéndum ratificatorio de 2008, elevaron esas cifras por encima del 60 por ciento.
Casi tres lustros después, Bolivia es un ejemplo de economía pujante que transformó un país excluyente, formateado por las elites blancoides en la segregación de sus mayorías, en un país incluyente. Los números de catorce años de estabilidad son contundentes. Veamos algunos indicadores sociales y económicos:
- Producto Bruto Interno (en millones de dólares): 9.574 (2005); 40.574 (2018)
- Inflación acumulada anual (en porcentaje): 4,9 (2005); 1,5 (2018)
- Reservas internacionales netas (en millones de dólares): 1.714 (2005); 8.946 (2018)
- Tipo de cambio (peso boliviano por unidad de dólar): 8,08 (2005); 6,96 (2018)
- Inversión pública (en millones de dólares): 629 (2005); 4.458 (2018)
- Deuda pública externa (en porcentaje del PBI): 51,6 (2005); 25,1 (2018)
- Ahorro en el sistema financiero (en millones de dólares): 3.826 (2005); 27.121 (2018)
- Salario Mínimo Nacional (en dólares): 54 (2005); 300 (2018)
- Diferencia entre más ricos y más pobres (en veces): 129 (2005); 39 (2018)
- Pobreza extrema (en porcentajes): 38,2 (2005); 15,2 (2018)
- Pobreza moderada (en porcentaje): 60,6 (2005) a 34,6 (2018)
- Desempleo abierto urbano (en porcentaje): 8,1 (2005); 4,3 (2018)
- Esperanza de vida (en años): 64 (2005); 73 (2018)
- Coeficiente de Gini (cuanto más cerca del 0, mayor igualdad): 0,60 (2005); 0,46 (2018)
La pregunta es si esta elocuencia que muestra el modelo boliviano –que se complementa con los desastres que la derecha latinoamericana y caribeña, aupada por el Fondo Monetario Internacional y los Estados Unidos, está perpetrando en la región, cuyos ejemplos trágicos son Argentina, Ecuador, Haití y Brasil– permitirá la continuidad de Evo y ese proceso político. La campaña del MAS se ha centrado en eso: en los logros económicos y en la catástrofe social de la Argentina.
Los incendios en la Amazonía boliviana y la irrupción de cabildos opositores masivos –aunque cargados de racismo y odio– muestran un músculo que la oposición no había podido exhibir desde hacía más de una década, cuando el separatismo de la Media Luna amenazaba con balcanizar Bolivia.
En su libro La potencia plebeya, el vicepresidente e intelectual Álvaro García Linera da cuenta del modelo económico naciente en Bolivia a partir de 2006 y del rol de las identidades indígenas, obreras y populares. Afirma que el Modelo Económico Social Comunitario Productivo de Bolivia “ha sido manufacturado por el presidente Evo Morales, las organizaciones sociales, acompañado por profesionales: intelectuales, economistas, ingenieros comerciales”.
Se trata de una economía plural que reconoce “varias formas o sistemas organizativos de economía: régimen mercantil empresarial privado, su característica es que el dueño no trabaja, administra y contrata trabajadores; la economía estatal que se mueve entre capitalismo de Estado y el socialismo, y la pequeña economía mercantil urbana que no necesariamente es empresarial, en la que el dueño trabaja y recibe la colaboración de la familia, que suma a la economía campesina mercantil y la campesina comunal”, enumera García Linera.
El 20 de octubre está a la vuelta de la esquina y el escenario está polarizado. ¿Para qué lado del péndulo decantará Bolivia?