Martín Hourest

¿Cómo leer estos días? Lo que sucedió el domingo, en la elección de las PASO, demostró que fue mejor la respuesta que la sociedad planteó que la consulta que la política ofrecía. Es decir, la coalición que se armó en función de la impugnación cultural del macrismo es mucho más diversa, plural, compleja y tensionada que lo que el propio plebiscito político le había planteado a los argentinos. Quedó demostrado, también, que el tipo de coalición sobre la que se asentó el macrismo se quedó corta en relación a la supuesta existencia de un capitalismo con rostro humano o de un liberalismo popular.

En segundo lugar, la crisis externa, productiva y social que atravesamos ni se inmuta con las medidas anunciadas por el presidente a posteriori a la elección. Estos no son ni siquiera paliativos, son solo mecanismos para sostener lo peor de la crisis tanto en materia de contención social como de contención electoral. Es necesario abrir esta idea bifronte –social/electoral–, porque la Argentina posterior al menemismo tiene una práctica sofisticada para evitar procesos de desestabilización social. En este tipo de contexto nunca ha demostrado ser mezquina a la hora de recurrir a modificar ciertas condiciones distributivas para mantener bien ordenada la viga del orden social.

Siguiendo con los anuncios, la cuestión de la eficacia económica en términos de dinamización del consumo o de reformulación del sistema tributario no registra influencia de este tipo de medidas. La discusión de precios sí tiene que ver con una cuestión bastante mayor, y es que, cuando uno discute precios, lo hace no solo para dimensionar la rentabilidad del momento sino en la hipótesis de que haya algún tipo de proceso de estabilización. En consecuencia, los actores dominantes del sistema económico tienden a tomar posiciones colinas arriba y a dejar, para ser estabilizados debajo, a los actores menos concentrados.

La realidad es que los sectores más concentrados de la Argentina, con Macri o con la coalición política que lo suceda, no tienen miedo al futuro. Y me parece que esto es importante de entender. La riqueza concentrada sabe y entiende que está trabajando con actores de orden. No del mismo orden, con las mismas características, porque sería un absurdo decir que Macri y Alberto Fernández, o las coaliciones que expresan, son lo mismo. Pero la verdad es, que, para la lógica general de la reproducción concreta del sistema, ambos significan partidos de orden. En consecuencia, lo que se dirimió fue de qué manera el orden social se reestablece con algún tipo de vector alternativo.

Por su parte, el dólar y la lucha que está expresada a partir de su cotización expresan las limitaciones productivas y tecnológicas de la Argentina: su subdesarrollo, la extranjerización y la finalización de la riqueza. El dólar no significa solamente el apetito de los ricos sino el hambreador de familias. El dólar es un arma. Y en tanto arma letal nunca debe ser desregulada para su uso ni incentivada para su propiedad. Unos de los ejes centrales de cualquier política económica es intentar reconstruir, a partir de aquietar la crisis externa, la matriz fiscal, y recuperar lo mejor que se pueda la unidad monetaria propia. Pero, en el momento de financialización global que nos encontramos, nosotros estamos ubicados en el peor de los cuadrantes: dependemos de ricos que no pagan impuestos para sostener al Estado; de un sector privado que tiene déficit crónico en materia de provisión de divisas; y de una moneda que el propio Estado –desde la dictadura y luego durante el menemismo– se dedicó a destruir. Consecuencia de este episodio: en estos tres cuadrantes –que significan la zona del terror en materia de financialización global– es donde está radicada Argentina hoy y donde, desgraciadamente, la irresponsabilidad y la actitud criminosa del gobierno macrista profundizó su inserción.

Toda sociedad en general bascula entre el miedo y la esperanza. Esta es una forma tradicional de analizar las sociedades. Ahora, al estar en plena época de naturaleza conservadora, no aparece en el imaginario colectivo la transformación o la reforma profunda acerca de cómo vivimos en común o de las cosas que nos resultan intolerables como sociedad. Esta época conservadora tuvo –o tiene– una expresión liberal que ha demostrado una fenomenal ineficacia para gestionar el orden social, aún para sus propios intereses. Pero el domingo se abrió el interrogante sobre si, en esta época conservadora, el pensamiento popular tiene capacidad de sortear la hipótesis del miedo y resituar un concepto de esperanza. Porque el asentar una época en relación al miedo y no en base al futuro obliga al imaginario colectivo, y a las medidas políticas que se articulan con su sombra, a elegir entre pasados –sean populares o neoliberales– a reivindicar.

En los meses que quedan se juega el aumento o la restricción de la democracia. Si de esta situación se sale diciendo “hay que hacer tal cosa porque si no se nos van los mercados” o “tal otra porque los inversores internacionales huyen”, lo que va a suceder es que el que llegue a la Presidencia de la República va a tener que minar las veinte manzanas que rodean la Casa de Gobierno para entregar finalmente rendido su poder político al poder económico.

Obviamente, sería preferible discutir cómo fracasó el capitalismo en la Argentina, cómo la concentración y extranjerización del capital es un lastre y cómo la riqueza extrema y sus capitales ficticios son temibles. O mejor, cómo una distribución del poder y de la economía en Argentina, si pretendemos mantener los conceptos de ciudadanía que tenemos, son inviables. Pero esa discusión aún no está dada. En la campaña, hasta ahora, no discutimos la falta de dinamismo del sector privado que eligió erróneamente a sus representantes de clase para gestionar una economía capitalista que fracasó. Ahora estamos discutiendo que tenemos que mitigar daños, cosa que a la política no le debe dar asco: la política claramente también debe encargarse de mitigar daños. Pero una política de mitigación de daños no reemplaza la necesidad de una política de reformulación de futuros. En este punto, no podemos quedar constreñidos a que lo máximo sea reducir los niveles de crueldad.

El proceso político que se abre en diciembre va a tener que atreverse a ser una experiencia de experimentación y de transición para demostrar que los límites que pretende establecer el capital y su fracaso para gestionar la economía argentina deben ser removidos desde distintos lugares –sumariamente expresado: un mayor control sobre el sector externo y la reconstrucción de la soberanía monetaria, la reformulación de la matriz fiscal y, finalmente, una intervención muy profunda sobre la matriz productiva–. Esto implica pensar con imaginación nueva cómo crear riqueza desde la igualdad y no crear riqueza para la igualdad, e implica no resucitar aparatos productivos ineficaces para la época. Será un debate muy complejo en materia de política industrial, de política tecnológica, de política sectorial, de restricción del gasto suntuario de la Argentina. Es una cuestión seria que hay que discutir.