Hace casi ochenta años que un apellido de raíces hispanas no concitaba la atención política de millones de argentinos. Desde aquellos lejanos meses de julio y agosto de 1939 en los que, derrotado y “cautivo” el ejercito republicano, la caída del gobierno legal de España provocó masivos exilios, muchos de ellos rumbo a Sudamérica, que un nombre español no capturaba el interés de la prensa, los ciudadanos y la entonces movida política.

Hoy el Fernández por dos pone revulsión en un ya agitado aunque pelma universo electoral. Aburrido, con final incierto y repleto de deseos antes que certezas.

La decisión de CFK de no aspirar a la presidencia de la Nación es la movida política más creativa, inesperada y audaz de los últimos años, muchos años. Algunos creen que hay que remontarse hasta 1962, cuando el exiliado general Juan Domingo Perón anotó su nombre como candidato a vicegobernador de la provincia de Buenos Aires. Esta cronista considera superior en osadía e inusitada acción lo hecho por la senadora ex presidenta.

En aquella ocasión de los años sesenta y con el tambaleante y jaqueado gobierno de Arturo Frondizi, el líder peronista plantea ir en la fórmula para provocar la impugnación de la misma y arrastrar en esa inhabilitación a todo el peronismo como un servicio prestado a la democracia pues sabía, intuía y acertaba en que un triunfo justicialista en Buenos Aires haría caer a Frondizi mediante un golpe militar. Como casi siempre, acertó. ¿Y por qué es distinto y superior lo de CFK? Porqué Perón fue candidato para perder, mientras que Cristina se baja para ganar.

Por ahora existen percepciones políticas sobre lo atinado de la jugada. Estas sensaciones son positivas, hablan de maestría y auguran éxitos electorales sostenidos en una ampliación de los nichos sociales y culturales donde el cristinismo (¿o ya hay que llamarlo “kirchnerismo” nuevamente?) puede cosechar votos. Pero son, precisamente, percepciones. No encuestas ni mediciones serias que aproximen a esa realidad autofigurada. Se verá.

Es cierto que el nuevo candidato Alberto Fernández presenta rasgos más cercanos a una corrida al centro que CFK no podía lograr. Y, cuando se tiene asegurada una orilla, los manuales de “ganar adhesiones” enseñan a correrse hacia el lado opuesto. Fernández el nuevo puede hacerlo. Tiene fama de moderado, es inteligente, vincula mejor con el peronismo histórico, posee experiencia en el Poder Ejecutivo Nacional, no ofende (en caso que existieran) a los capitales de inversión, puede expresar con más genuinidad a la casi exhausta o en vías de desaparición “burguesía nacional” y, lo más importante, tuvo la bravura de criticar cuando una dirección política no le satisfacía e irse del poder. Así de simple, irse del poder. Acción poco reiterada en la historia de la política nacional.

Luego vienen las suposiciones que hablan de su relación estrecha con el odiado (por sus futuros votantes) grupo Clarín o, aún más grave, una conjetural relación con la Embajada (puesto así sin aclarar cual, es la de EE.UU.), cuestiones ambas que anidan en mentes conspirativas ya que no hay ninguna acción pública consumada en ese sentido.

En definitiva, la decisión de CFK apunta a mejorar las condiciones electorales de su fuerza. Tomando esto como cierto –que lo es–, no se puede dejar de mencionar que supone una gran generosidad política y un acto de humildad a los cuales, para ser sincera, no nos tiene acostumbrados la senadora nacional.

Ahora bien: si la que tiene más votos no va, es dable pensar que cualquiera que la reemplace tiene menos votos. Es un simple silogismo que tal vez se vea superado por la presencia en la misma boleta de quien posee el mayor caudal electoral. Se verá también.

La decisión afecta a Cambiemos y mucho. Quita de la lid a uno de los extremos de la hendidura nacional. La grieta pierde su esencia como factor agonal de la campaña electoral. Su contrapartida el presidente Macri podrá seguir declamando contra CFK, lo que es casi sembrar en el viento al no ser ella la candidata. Y probablemente esa siembra no le permita recoger mucho. La situación lo golpea. Le cambia el juego y el eje. Eso es política de alto nivel. Salir de la comodidad del pensamiento lineal y atreverse con otras cosas. Ojo… esta calidad no garantiza una victoria.

¿Y el peronismo de Alternativa Federal? Bien, gracias: soñando que representa al 45% del electorado que no elegiría ni a Macri ni a CFK, pero absolutamente inmovilizado en su intento de dar pasos contundentes en ese sentido (un psicólogo podría hablar de bloqueo en los deseos), y para colmo su discurso contra dos referencias rivales y antitéticas se debilita al desaparecer una de ellas. No alcanza con el fervor y el millón de votos de Schiaretti. Tal vez tengan una semana más de tiempo –a contar desde el 21 de mayo– para lograr algo, antes que los agarre el tango que dice “la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

Al menos, somos contemporáneos de una jugada nacida de la política y que mueve gran parte de las fastidiadas estructuras mentales argentinas. No es poca cosa.