Para entender qué sucederá en Córdoba el próximo domingo, hay que tener en cuenta en primer lugar que el peronismo liderado por el actual gobernador de la provincia, Juan Schiaretti, aparece como el claro ganador del proceso electoral para ser reelecto. En segundo lugar, que, a pocos meses de la muerte del histórico líder peronista José Manuel De la Sota, el candidato del PJ calcula alzarse con más del cincuenta por ciento de los votos en las urnas, mientras que su gestión de gobierno provincial exhibe una imagen positiva de cerca del sesenta por ciento.

En tercer lugar, que ese liderazgo no solo se expresa como la contundente fuerza electoral de un espacio que gobernó por dos décadas, sino que hay un reordenamiento de todo el peronismo cordobés. La alianza con fuerzas como el socialismo y GEN, la inclusión de sectores del kirchnerismo –fundamentalmente luego de que este definiera bajar la candidatura propia– y un fuerte proceso de cambio generacional de segundas y terceras líneas son factores que lo proyectan como un fuerte espacio para los próximos años.

Además, el peronismo cordobés consolidó en los últimos años alianzas con diferentes sectores sindicales y movimientos sociales y articuló con éxito las distintas vertientes internas. Llega a esta elección provincial muy estructurado y, como ya se pudo comprobar en las elecciones municipales previas, avanza sin problemas por sobre intendencias radicales y/o de Cambiemos. No será de sorprender que el resultado provincial de este domingo arrastre al candidato a intendente peronista Martín Llaryora –actual vicegobernador con uso de licencia y Diputado Nacional– hasta el Palacio Municipal 6 de Julio.

Tampoco hay que olvidar que en Córdoba Cambiemos obtuvo un apoyo determinante en el 2015 en el triunfo que Mauricio Macri tuvo sobre Daniel Scioli, y que en un primer momento de la gestión nacional Schiaretti apareció llevando adelante un “diálogo”, por momentos muy cercano, con Mauricio Macri. Hoy ese gesto se ha diluido y el gobernador expresa más distancia que cercanía de la propuesta del ejecutivo nacional. De hecho, el gobernador cordobés fue de los primeros en definir despegar las elecciones nacionales de las provinciales, sumando así al efecto de olas de derrotas provinciales de macrismo.

No es menor que en el radicalismo provincial pase algo similar. El actual intendente cordobés, Ramón Mestre, definió jugar con fórmula radical, cuestionando el armado de Cambiemos nacional que va con una lista propia y con parte del radicalismo afuera. La “ayuda nacional” de Elisa Carrió para el candidato de Cambiemos, el radical Mario Negri, terminó con bochornos, al amenazar a un periodista en Río Cuarto luego de haber “agradecido” a Dios por la muerte de De la Sota. La diputada nacional por la Coalición Cívica y referente de Cambiemos se refirió al ex gobernador de Córdoba durante un discurso en Cruz del Eje. “Gracias a Dios murió De la Sota, porque ahí sabrían qué es una denunciadora”, aseguró.

Para entender todo esto hay que observar la economía. El experimento filo-liberal de “gobierno empresario” fue otra tragedia en nuestro país. No solo se convirtió en una “patronal” gobernando y reduciendo derechos a los trabajadores y trabajadoras, llevando a la pobreza a una alta porción de la población por la pérdida de poder adquisitivo y la creciente desocupación, sino que terminó por quebrar parte del aparato productivo y de consumo en una reconversión de negocios que, en teoría, insertarían a grandes capitales dinámicos y a sus cadenas de valor regional de manera competitiva a las cadenas globales.

La principal crisis que tiene el macrismo, como ensayo, es que los sectores rentísticos que integraban –y ya se puede hablar de pasado– la alianza de gobierno y el bloque que hizo posible el ejercicio del poder terminaron conformando el “partido de la deuda”, arrastrando no solo a buena parte del entramado PyME a la crisis, sino a buena parte del grupo de las grandes corporaciones con intereses productivos y fuerte inserción en el mercado interno. Luego de construir y alimentar la ficción de un “Estado Interventor” que dañaba y no dejaba consolidar a las grandes empresas nacionales, Cambiemos termina evidenciando que un “Estado endeudador”, más que abrir las puertas para “salir al mundo”, abre las puertas a los intereses globales a ocupar espacios sin límites.

De alguna manera, tanto el peronismo cordobés de Juan Schiaretti como el radicalismo de Mestre están sostenidos –más allá del espacio popular que contengan en sus estructuras, sus armados y sus bases– por los intereses de algunos grupos empresarios que en algún momento incluso sostuvieron la alianza macrista, y al poco de andar quedaron afuera de ella o severamente afectados por sus políticas.

José Manuel De la Sota fue el armador, junto a Sergio Massa, de una estructura para acompañar al macrismo en su primera etapa, tanto en lo legislativo como en la interlocución con un espacio peronista que garantizó gobernabilidad. José Manuel De la Sota también fue el encargado de tender puentes –incluso horas antes de su trágica muerte– con Cristina Fernández de Kirchner para perfilar una salida, un aterrizaje suave, que de ninguna manera llegue al vacío de poder y crisis social, económica y política del 2001.

El programa de Schiaretti está centrado en la producción, el trabajo y el agregado de valor. Los intereses que articula responden a esos ejes y el caudal de votos que obtendrá le dará legitimidad para jugar un rol fundamental en el armado peronista de cara a las presidenciales. Por su parte, tanto Mestre como un referente histórico de Hernando, “Freddy” Storani, se sostienen hace rato firmes en replegar parte de la tropa radical de una alianza que los rifó, y terminarán siendo funcionales a la estrategia del actual gobernador.

Hoy el peronismo, como expresión de síntesis de las experiencias populares en Argentina, tiene no solo la posibilidad de gobernar Córdoba de la mano de Schiaretti, sino de replantear un Proyecto Nacional que incluya a las mayorías y apuntale la Patria Grande como plataforma indispensable para una inserción en los procesos globales. Un proyecto que recoja la mejor de las experiencias de participación popular de los más de doscientos años de existencia de nuestro país, que incorpore la producción y el trabajo –la producción con trabajo y el trabajo con producción– como matriz unificadora de los intereses de la mayoría. Para ello no basta, ni de cerca, con ganar las próximas elecciones.