La abanderada de los humildes, la organizadora de milicias obreras para defender al gobierno popular, la enemiga acérrima de la oligarquía, la jefa espiritual de la Nación. Sin medias tintas ni vacilaciones ni miedos. “Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi rebeldía y de mis odios”.

“¡Viva el cáncer!”. Pintadas en una y otra y otra pared. Para que se viera. Para que no quede gramo de duda sobre la algarabía que en la oligarquía, que en los antipatria, causó la noticia de que Eva Perón tenía cáncer de útero.

Un puñado brindaba en sus mansiones con champán francés.

Millones rezaban.

Plegarias al cielo.

Ofrendas en postales de santos.

Estampitas benditas.

El puño cerrado alegando al cielo.

Los ojos entrelazados en plegaria con esos ojos de barrio bajo.

Se hizo noche cerrada en los años de más felicidad de la historia del pueblo argentino.

Ese “viva el cáncer” era la esperanza de volver a sus privilegios de jeques para quienes vieron con horror y repugnancia el ascenso de los condenados de siempre al olimpo de los derechos sociales.

A pesar del avance del cáncer Evita no dejó de participar en actos públicos. El más destacado fue el del 1º de mayo de 1952. Donde pronuncia un discurso anhelante. Su testamento político.

Candor y fuego en hilos de esplendor que apenas salían de su garganta.

Las palabras de Evita eran (son) como chuchillas andantes. Los cipayos se atragantaban: “A (Juan Domingo) Perón y a nuestro pueblo les ha tocado la desgracia del imperialismo capitalista. Lo he visto de cerca en sus miserias y crímenes. Se dice defensor de la justicia mientras extiende las garras de su rapiña sobre los bienes de todos los pueblos sometidos a su omnipotencia… Pero más abominables aun que los imperialistas son las oligarquías nacionales que se entregan vendiendo y a veces regalando por monedas o por sonrisas la felicidad de sus pueblos”

Apenas consumado el holgado triunfo del peronismo en las elecciones de 1946, Evita dio su primer discurso político ante cientos de mujeres por su apoyo a Perón: “La mujer argentina ha superado el período de las tutorías civiles. La mujer debe afirmar su acción, la mujer debe votar. La mujer, resorte moral de su hogar, debe ocupar el sitio en el complejo engranaje social del pueblo. Lo pide una necesidad nueva de organizarse en grupos más extendidos y remozados. Lo exige, en suma, la transformación del concepto de mujer, que ha ido aumentando sacrificadamente el número de sus deberes sin pedir el mínimo de sus derechos”, pronunció.

El proyecto de voto femenino se presentó pero el machismo puso sus trabas. Prejuicio. Atraso. Mezquindad. Evita peleó, prepoteó a senadores y diputados. Finalmente, la Ley 13.010 se aprobó por unanimidad.

En 1949 creó el Partido Peronista Femenino (PPF), sin jerarquías ni cargos, fue organizado a partir de unidades básicas femeninas: las sindicales, para trabajadoras asalariadas; las ordinarias, para amas de casa, empleadas domésticas, trabajadoras rurales.

El 11 de noviembre de 1951 fueron las elecciones generales. Evita votó en el Policlínico de Avellaneda, donde estaba internada por ese cáncer que ya hacía estragos en su cuerpo. Por primera vez en la historia de la Argentina fueron elegidas 23 diputadas nacionales, 6 senadoras nacionales, más las legisladoras provinciales. En total, 109 mujeres fueron elegidas.

Evita era amor incondicional a su pueblo.

“Todo lo que se opone al pueblo me indigna hasta los límites extremos de mi rebeldía y de mis odios, pero Dios sabe también que nunca he odiado a nadie por sí mismo, ni he combatido a nadie con maldad, sino por defender a mi pueblo, a mis obreros, a mis mujeres, a mis pobres grasitas a quienes nadie defendió jamás con más sinceridad que Perón y con más ardor que Evita. Pero es más grande el amor de Perón por el pueblo que mi amor; porque él, desde su privilegio militar supo encontrarse con el pueblo, supo subir hasta su pueblo, rompiendo todas las cadenas de su casta. Yo, en cambio, nací en el pueblo y sufrí en el pueblo. Tengo carne y alma y sangre del pueblo. No podía hacer otra cosa que entregarme a mi pueblo. Si muriese antes que Perón, quisiera que esta voluntad mía, la última y definitiva de mi vida, sea leída en acto público en la Plaza de Mayo, en la Plaza del 17 de Octubre, ante mis queridos descamisados”.

Evita era odio puro, visceral y genuino a la olgarquía.

“Los dirigentes sindicales y las mujeres que son pueblo puro no pueden, no deben entregarse jamás a la oligarquía. Yo no hago cuestión de clases. Yo no auspicio la lucha de clases, pero el dilema nuestro es muy claro: la oligarquía que nos explotó miles de años en el mundo tratará siempre de vencernos”.

El 18 de julio de 1952 entró en coma por primera vez.

Murió a los 33 años, el 26 de julio de 1952, a las 20.25.

Una hora y 11 minutos después se escuchó por cadena oficial: “Cumple la Secretaría de Informaciones de la Presidencia de la Nación el penosísimo deber de informar al pueblo de la República que a las 20.25 horas ha fallecido la Señora Eva Perón, Jefa Espiritual de la Nación. Los restos de la Señora Eva Perón serán conducidos mañana, al Ministerio de Trabajo y Previsión, donde se instalará la capilla ardiente…”.

Comenzó un duelo nacional como jamás se vio. Los medios de la época señalan que la procesión de sus descamisados fue seguida por más de dos millones de personas y su paso por las calles recibió una lluvia de claveles, orquídeas, crisantemos, alhelíes y rosas arrojados desde los balcones cercanos.

Los mismos que glorificaron al cáncer, luego de que la “Revolución Libertadora” derrocara a Perón en septiembre de 1955, secuestraron su cadáver y lo desaparecieron durante 14 años. Como si los sueños de un pueblo pudieran sumirse en el silencio sepulcral de la ausencia.

Había nacido el 7 de mayo de 1919.

El cáncer no la mató.

Ella nunca murió.