Lo que leerán a continuación parece una crónica policial pero no lo es. Es una crónica política, quizá la más política que se pueda hacer estos días desde Brasil tras la abrumadora votación para un candidato abiertamente fascista.
En un bar de Salvador de Bahia, un reconocido maestro de capoeira de 63 años fue asesinado. Recibió doce puñaladas por la espalda de un seguidor de Bolsonaro durante una discusión política en la que defendió su voto por el Partido de los Trabajadores. Mestre Moa, como lo apodaban en el nordeste, era un educador popular, compositor, artesano, divulgador cultural y líder del movimiento negro.
En Curitiba asesinaron al peluquero gay José Carlos de Oliveira Motta. Fue encontrado en un armario con los pies maniatados. Tras el descubrimiento de su cadáver, los vecinos recibieron por el portero eléctrico gritos de “Viva Bolsonaro”.
Una joven de 19 años fue atacada por tres hombres que le grabaron en su estómago una esvástica con un cuchillo por llevar la camiseta #EleNão, en referencia al candidato del PSL. Ocurrió en Porto Alegre.
En el centro de Curitiba, el periodista Guilherme Daldin, que vestía una camiseta con la imagen del expresidente Lula, fue atropellado por un auto. El conductor se identificó como seguidor de Bolsonaro y amenazó con un arma a los transeúntes que se acercaron a increparlo.
En Rio de Janeiro, durante la jornada electoral, la hermana y la sobrina de la líder favelera asesinada Marielle Franco fueron increpadas por seguidores de Bolsonaro.
En el interior de São Paulo, una periodista que cubría los comicios fue cortada en su rostro y amenazada de ser violada por dos sujetos identificados con Bolsonaro.
En Teresinha, un joven con una camiseta roja, hijo de un dirigente del PT, fue golpeado salvajemente por una patota de patovicas de clase alta que vitoreaban al candidato ultraderechista.
En Botafogo, una mujer le dijo a una joven que llevaba una camiseta con la leyenda #EleNão: “Merecés ser violada, así aprendés a quién votar”.
La lista continúa. Se registraron más de cien eventos violentos desde que Bolsonaro se alzó con el 46 por ciento de los votos en la primera vuelta del domingo 7 de octubre. De los discursos de odio a la agresión física por imperio de las urnas. Han salido del closet los más primarios instintos. La respuesta del candidato fue débil, sin condena: solo afirmó que “no puede controlar a millones de seguidores”. Tal es el nivel de brutalidad, que hay un sitio web que está registrando la violencia electoral (http://mapadaviolencia.org/).
49 millones
Brasil tiene 208 millones de habitantes; la mitad de la población se reconoce como negra y mestiza. 147 millones de ciudadanos están habilitados para votar. De ellos, más de 49 millones votaron por Jair Messias Bolsonaro, quien lleva 27 años como diputado sin presentar ningún proyecto relevante y votando en contra de todas las iniciativas que ampliaban derechos. Su crecimiento meteórico en los medios y las encuestas se produjo por sus declaraciones altisonantes. Desprecio por los pobres, por los negros, por las mujeres, por los colectivos LGTB, por los militantes de izquierda. Se añade su defensa a la dictadura militar, la tortura, los escuadrones de la muerte y la pena capital. Odio en tiempos en que la población siente odio por la crisis de representación de la democracia. Un cóctel que puede hundir a Brasil y a la región en una crisis impredecible.
Entonces, ¿se puede afirmar que 49 millones de personas adhieren al fascismo? No. Aunque el perfil de sus seguidores muestra una base de hombres blancos, adinerados, religiosos y con estudios universitarios, otros sectores de la sociedad se identificaron con su discurso antisistema y anticorrupción. Lo ven como un outsider de la política, a pesar de que transita esas arenas hace tres décadas. Paradójicamente, muchos votantes del excapitán manifestaron que si Lula hubiese sido candidato sus votos hubieran sido para él. Es que el expresidente, proscripto y criminalizado por la justicia brasileña, también es visto como un antisistema.
La población explicita un hartazgo contra la clase política. La responsabiliza de la degradación del país. Este enojo incluye a los partidos tradicionales de centro y de derecha, pero también al PT, al que ven como parte del entramado corrupto. Un sondeo de la encuestadora Datafolha afirma que el 78 por ciento de ciudadanos se siente desanimado, el 88 por ciento se siente inseguro, el 80 por ciento se siente triste y el 68 por ciento siente rabia.
El voto a Bolsonaro es un voto cargado de odio, sí. Pero también es un voto castigo.
Antonio Gramsci, en las reflexiones de sus Cuadernos desde la cárcel, durante el período que estuvo preso en Italia de 1926 a 1937, analizaba el surgimiento del fascismo. Tenía la conciencia de que el fascismo había ganado porque supo dar una respuesta (reaccionaria) a preguntas que no eran reaccionarias.
El corazón de las tinieblas
Al calor del genocidio belga en el Congo, el polaco nacionalizado británico Joseph Conrad escribió El corazón de las tinieblas. Novela por entregas, fue publicada en 1899. Describe rudamente el derecho pretendido de las “razas superiores” a aniquilar a las “razas inferiores”. “Exterminad a todos los salvajes”, delira el capitán Kurtz. Matar como derecho divino. Así desvaría Jair Bolsonaro cuando amenaza: “Las minorías se tienen que adaptar a las mayorías, o lo hacen o desaparecen”.
En A la sombra de las palmeras (1907), el misionero bautista sueco Edward Wilhelm Sjöblom relata su experiencia en Congo en 1892. Dice sobre los negros: “El mejor de ellos es apenas bueno para morir como un cerdo”. Del mismo modo, Bolsonaro se enorgullece de que sus hijos “están bien educados, jamás saldrían con una negra ni se mezclarían en esos ambientes de promiscuidad, los negros ni para reproducirse sirven”.
A mediados del siglo XIX, Herbert Spencer –creador e impulsor de la teoría del darwinismo social– narró en Parásitos sociales (1850): “Las fuerzas que trabajan por el resultado feliz del gran proyecto no tienen ninguna consideración con los sufrimientos de menor importancia, sino que exterminan a esos sectores de la humanidad que estorban en su camino”. Como Bolsonaro, cuando vocifera como promesa de campaña: “En Brasil hay que terminar con el activismo y matar a treinta mil personas para salir adelante”.
“En un país fascista el capitalismo existe solamente como fascismo. Combatirlo es combatir el capitalismo, y bajo su forma más cruda, más insolente, más opresiva, más engañosa. Entonces, ¿de qué sirve decir la verdad sobre el fascismo –que se condena– si no se dice nada contra el capitalismo que lo origina? Una verdad de este género no reporta ninguna utilidad práctica. Estar contra el fascismo sin estar contra el capitalismo, rebelarse contra la barbarie que nace de la barbarie, equivale a reclamar una parte del ternero y oponerse a sacrificarlo”, reflexiona el historiador Eric Hobsbawm, con una actualidad que estremece.