Jorge Semprún fue un resistente toda su vida. En la trinchera y en la literatura. Contra el levantamiento franquista en España, contra la ocupación nazi en Francia, en los campos de exterminio de Buchenwald y en la clandestinidad durante la dictadura del “Generalísimo”. Sus libros fueron testimonio de esos tiempos donde la muerte respiraba aire gélido en la orejas.

Acabo de terminar de leer Ejercicios de supervivencia. Allí, Semprún relata su participación en la Resistencia francesa contra el nazismo, su captura a manos de la Gestapo y las torturas a las que fue sometido. Se lee de un tirón y casi sin respirar. Y aunque su último libro evoque el horror de lo que “el hombre es capaz de hacerle al hombre”, como describió Primo Levi su experiencia en Auschwitz, también es un relato cargado de esperanzas: “La experiencia de la tortura no es únicamente, quizá ni siquiera principalmente, la del sufrimiento, la de la abominable soledad del sufrimiento. Es sobre todo, sin duda, la de la fraternidad. El silencio al que uno se aferra, contra el que uno se apoya apretando los dientes, intentando evadirse mediante la imaginación o la memoria de su propio cuerpo, su miserable cuerpo, ese silencio es rico en todas las voces, todas las vida que protege, a las que permite seguir existiendo”, explica Semprún.

El autor de La escritura o la vida siempre fue un héroe para mí. Un ejemplo. Un faro. Como también sus contemporáneos españoles de mi sangre. Anarquistas republicanos, trabajadores sencillos con convicciones libertarias. Como mi abuelo David Vázquez, que combatió contra la sublevación fascista en España y sufrió dos años de prisionero con los italianos de Benito Mussolini y recién pudo conocer a su hijo mayor cuando este ya tenía dos años. O mi tío abuelo Román Gómez, trabajador gráfico que padeció veinticinco años de cárcel en una de las peores mazmorras franquistas. Por eso siempre los maquis viven en mi alma.

Como los que pretenden desconocer la magnitud del genocidio nazi, hoy en la Argentina, gobernada por los nuevos fascistas disfrazados de derecha moderna, algunos quieren instalar el debate sobre el número de detenidos-desaparecidos para así desconocer el plan sistemático de desaparición forzada y de apropiación de bebés de la última dictadura cívico-militar. Son los que se llenan la boca de la palabra “diálogo” para someter el pasado al olvido, son los que pretenden lacerar la memoria de los muertos banalizando el Terrorismo de Estado. Se regodean en la Teoría de los dos demonios desde sus tribunas de doctrina.

La restauración conservadora no solo implica el retorno a los oscuros días neoliberales, también salen de sus cavernas los negacionistas. Así, el macrismo incentiva la banalización del genocidio y los derechos humanos.

En la España de Franco, la Alemania de Hitler y la Argentina de Videla se intentó ocultar las huellas del genocidio planificado. Por lo tanto, las cifras no son las que pone el perpetrador de la muerte, la desaparición, la tortura y el destierro. Ellos tuvieron el control del Estado, destruyeron las pruebas y minimizaron los rastros del horror. Como dijo el escritor Martín Kohan sobre la represión ilegal en la Argentina: “La discusión no es entre 8.000 casos probados y 30.000 casos no probados. A mi criterio, lo que la cifra 30.000 expresa es que no hay pruebas porque el Estado no da la información respecto de lo que pasó. La represión fue clandestina y fue ilegal, no pasó por ningún sistema judicial, fue tan clandestina como los centros clandestinos de represión y de tortura. Y la cifra de 30.000 expresa que no sabemos exactamente cuántos fueron porque el Estado ilegal, que reprimió clandestinamente, no abre los archivos, no da la información de dónde están los desaparecidos ni la información de dónde están los nietos secuestrados”.

Escribo sobre esta experiencia de la tortura (“El que se ve inmerso en el dolor de la tortura siente su cuerpo como nunca antes. Su carne se realiza totalmente en autonegación”, formuló Jean Améry) para impugnar a aquellos que hoy deciden en la Argentina (y en cualquier parte del mundo) relativizar genocidios. La mal llamada “nueva derecha” que encarna el macrismo ha montado una campaña de ignominia para encubrir los crímenes del Terrorismo de Estado (ya juzgados por la Justicia) y escupirle en la cara a los 30.000 detenidos-desaparecidos. Y hay ciudadanos que, imbuidos en su odio al kirchnerismo, repiten esa vergonzosa campaña.

Las redes sociales hoy replican de la manera más miserable este odio negacionista. Tuve varios encontronazos en redes sociales respecto al tema, incluso con afectos de toda la vida. Por eso el ejercicio de la memoria es vital para que las nuevas generaciones no banalicen el horror ni lo repitan. Es urgente dar testimonio, negarse al olvido.

Reflexionó Semprún en Ejercicios de Supervivencia: “La Transición española hacia la democracia había tenido, entre otras causas, el doble motor, la doble motivación, extraordinariamente eficaz, fértil de la amnistía y de la amnesia, surgidas ambas de las profundidades de la voluntad popular. En aquel momento, no obstante, yo no quería olvidar. Tampoco perdonar nada”.