“Mi amor, mi amigo, puede ser o no un buen partenaire. El bueno, el que me acompañaría a matar o morir (y a beber), suele actuar a la altura, redoblando la apuesta y poniendo su ingenio para responder, punto por punto, los agravios.”
María Moreno, Black out

Buscar bares para leer y buscar bares para beber: especialidades distintas de una misma disciplina.

Salir por tu barrio a buscar un bar.

Salir por barrios de otros a buscar un bar, con la notebook y los libros a cuestas, con papeles sueltos y cuadernos. Encontrar un bar que va más o menos bien, que no es tan ruidoso ni tan silencioso, que tiene buena luz pero no sol, que tiene café y algo para picar. Que te podés quedar un rato o un rato largo sin pedir algo más.

En noviembre de 2017 estuve parando en el bar Español de la esquina de Belgrano y Rioja, en el barrio de Once. Al principio había elegido una mesa sobre Catamarca, de las que están solas y en fila. Pero cuando empezó a subir el calor, me mudé a las mesas sobre Belgrano frente a la barra, donde pasa la corriente de aire cuando quedan abiertas las dos puertas del bar. En esas mesas confluían también, hacia el mediodía, los diarios que ya no eran noticia.

Un día estaba leyendo algo del trabajo, o tratando de escribir algo, no me acuerdo. Pero estaba, como ella, concentrada. Rubia, todavía no me había decolorado el pelo pero –creo– ya lo tenía cortito. En ese bar entra mucha luz todo el día porque está en la esquina y sus paredes son todo vidrio. Al principio me llamó la atención la forma en que ella leía. No estaba leyendo el diario como lee la gente (pasando la vista sobre títulos y bajadas, prestando atención a las partes subrayadas o mirando precios de alguna publicidad salteada) sino de otra forma, de la forma en que siempre imaginé que David Viñas leía los diarios. Subrayaba las notas de La Nación con sus ojos delineados; sostenía las páginas como mostrándose a sí misma. Fijé la vista en ella. Vestida de negro, ocupaba las dos mesas con el cuerpo en diagonal. Hasta que levantó la mirada sobre los anteojos de lectura, para devolverme la incomodidad. Bajé la vista y las dos volvimos a las lecturas que teníamos entre manos.

Alcohol: violencia y celos

Entre fines de 2016 y principios de 2017 se publica Black out de María Moreno. Un libro privado, fragmentario y retrospectivo, de estructura circular: los tres títulos de los capítulos se repiten en el mismo orden de principio a fin, como partes que se van completando con cada nueva entrada.

“Detrás de la puerta vaivén” es el título bajo el cual encontramos los microensayos. En sus lecturas de la literatura argentina el alcohol es motivo en los dos sentidos: es causa y tema. En El Martín Fierro, la desgracia del gaucho tiene su “argumento químico” en el alcohol. Antes de que Fierro lo mate, a El Negro la ginebra “le pega dos veces: desde la copa y desde la botella”. El asesinato provoca la expulsión de Fierro al desierto, donde el porrón sirve como “antiséptico generoso” que lubrica las veladas. En Una excursión a los indios ranqueles la violencia es siempre provocada por el alcohol (aguardiente, vino, chicha o piquillín), el cual se reparte y se bebe entre los indios según las reglas del potlatch. El Estado –en reorganización– es el único que mata sobrio.

El libro salta de un fragmento al otro, como un “lector omnívoro” que se aburre de leer de manera lineal y busca cambiar de libro, de género y hasta de disciplina. Del microensayo al relato, de la crítica a la literatura. Los fragmentos se con-funden y yo (lectora ansiosa) me siento cómoda. No espero más que eso: me canso y abandono. Paso a otra cosa. Vuelvo cuando quiero beber un poco más de su escritura.

Si, como dice María Moreno, “la prosa no es más que nostalgia de la poesía”, el día no es más que nostalgia de la noche. A la noche las diferencias se eclipsan. La noche es horizontal como la barra de un bar. Una de las madrugadas en que ella y Miguel Briante –uno de los compañeros de ruta retratados en el libro– caminaban por la ciudad en busca de un bar abierto, ven a un hombre tirado adentro de una vidriera que parecía un linyera. Dudan pero paran a ayudar a quien, finalmente, resultó ser un juez de la Nación: “Se llamaba Peña y vivía en la calle Peña; con Briante pusimos cara de cholulos.”

El alcohol es el motor y el hilo que conduce el libro hacia la oscuridad total. El desmayo.

No se ve nada, aparecen en la oscuridad unos destellos de luz: ¿cómo llegué acá?

Me acuesto a esperar que pase; sigo leyendo.

Alcohol: lágrimas y sangre

Me estoy construyendo como hombre, dice una amiga cuando (siempre) busca provocar. Así lo hace María Moreno al asomarse –primero como “groupie venenosa”– a los bares: “En ese ejercicio de fan me paso de la ginebra al whisky, un ritual para ser aceptada por la muchachada” (La Nación, 1/11/2016). El alcohol es en este sentido elemento de construcción de la figura autoral:

“Comencé a beber para ganarme un lugar entre los hombres. Imitaba una iconografía fuerte: Alfonsina Storni en el Café Tortoni, Norah Lange en el Auer’s Keller. Como Alfonsina, quería un hogar contra el hogar, ser la mujer de las medias rotas –una gota de esmalte detiene la corrida–, la varonera ante cuya sorna se ponen a prueba las teorías, la amada vitalicia pero protegida por el tabú del incesto a la que se descubre de pronto como la amante más fiel aun en su traza impostada de pendenciera. Estaba convencida de que, más que ganar la Universidad, las mujeres debían ganar las tabernas.”

María Moreno aparece en las páginas de Black out como una mujer determinada, instalada en su soledad etílica, dispuesta a vivir y morir en su ley y de ganar casi cualquier pulseada mental. Su vida se dirime entre barras y mesas de bares, entre redacciones y habitaciones oscuras y desordenadas. Forja colocaciones: “eufemístico perfume” o “muertos diferidos” (para los que están en coma); e ideas: “la ropa interior como objeto de una biografía forense”. Siento que su prosa viene de los años 60 o 70, que usa oraciones recursivas, ricas en subordinadas y tropos. Cuando cuenta los comienzos de su vínculo con Briante confiesa: “Coincidimos en una redacción. Yo era barroca.”

Algunas referencias se me pierden. Hay personajes que no conozco, o cuyos apellidos solo escuché algunas veces y muy al paso. Los fragmentos que más me gustan tienen que ver con el bar, el alcohol y la noche. Bendita tú eres, María, entre todos los hombres del bar. Que te acompañan a beber más y más hasta que se hace de día y el bar tiene que cerrar. Porque en Buenos Aires también tienen que cerrar los bares. Cuando los diarios el día siguiente empiezan a llegar, los canillitas ya están acomodando todo para iniciar la jornada de trabajo y cada vez más hay más colectivos y autos blancos por las avenidas.

 

¿Hace cuánto estoy leyendo Black out? Estoy leyendo Black out desde hace mucho. Desde que leí una nota en Radar, o desde que sin conocerla reconocí a María Moreno en un bar de Once, o después, desde que me lo regaló mi amiga Amparo para mi cumpleaños de veintiséis, o desde antes, cuando comencé a beber por la boca de mi padre.