Immanuel Kant fundó un vértice inigualable en el pensamiento filosófico: sintetizó el concepto con el conocimiento a priori; en definitiva, el devenir sensorial hasta el concepto se conjugaría para siempre con aquello que el ser trae como aprendizaje de la “otredad” ‒para algunos el “superyó”, para otros el “inconsciente colectivo” y para muchos otros la heredad materializada en la cosa determinada generacionalmente.

En este marco, entender e interpretar el concepto de nación se ha transformado en una determinación indubitable: territorio, soberanía, suelo, límites, son algunos de los rasgos distintivos que lo caracterizan. Pero otra cosa distinta es cuando abordamos el concepto de patria, no como definición estática, sino absolutamente dinámica, expresión volátil que depende de la perspectiva histórica.

Una fotografía nos remite a “lugar de nacimiento”, pobre definición, pero definición al fin, donde la demarcación o la normalización debe acudir al auxilio de nación, sin hacer caso omiso a lo sustantivo y menos a lo subjetivo, puesto que, aún ubicándonos en una misma perspectiva, seres con una misma sustancia arriban a una caracterización que difícilmente sea unívoca.

Al respecto, el devenir histórico de la sociedad no es aséptico: la evolución o involución de la sociedad es una variable a no desmerecer cuando la verdad de patria está en juego; el contexto de cualquier sociedad es determinante en la potencia comprensiva en general y lo es más en las particularidades. La pregunta, ante este 25 de mayo, es ¿que está entendiendo nuestra sociedad por patria?

El interrogante no solo se ve inundado por la subjetividad innata, sino que tiene una caracterización componente insoslayable. El hombre como individuo y como multitud no escapa a la introyección directiva de los poderes de turno; menos aún, a la inyección mental cargada de conceptualización abismal y selectiva.

El maltusianismo hoy es tan real como en los viejos tiempos. La selección de quién es parte y quién es el otro es cada vez más palpable, más animal, más trágica. La pervivencia, no ya del más fuerte, sino de quien se adapta a una realidad excluyente, implica definitivamente un “sálvese quien pueda”, y la práctica es el campo de experimentación desde el cual se cae o no desde la Roca Tarpeya.

Aquellos que el sistema estigmatiza y deja tras el umbral del “deshumanismo” actual han perdido su facultad de elegir; y es entonces que ese remanente que presuntamente se ha “salvado” es el único que conserva casi el único derecho que le es propio: pensar.

En este escenario de catástrofe, pobre del que cree que piensa y no lo hace, pobre del que piensa y no interpreta, pobre de aquel que no se pregunta el “qué” y el “por qué” de la comunicación que lo inunda. Sin subestimar al colectivo, las multitudes en estos tiempos de grietas se multiplican, y fácilmente es detectable cuando lejos estamos de la verdad.

Preguntarnos por patria es tan aberrante, en estos tiempos de abstracción, como preguntarse por palabras simples como amor, amistad, lealtad o moral, conceptos que quitaron el sueño a pensadores de toda laya. Entonces, vuelvo a la pregunta: ¿qué se entiende por patria en estos tiempos? ¿Y qué se entiende, en este espacio y en este tiempo, donde nuestros patriotas no solo son cuestionados sino que además son observados a través de un prisma de una política en reversa, que nos ha hecho retroceder aspiracionalmente a 1850?

Si convenimos silenciosamente en aceptar que se golpee a viejos, que las calles estén inundadas de caídos de pensiones u hoteles de cuarta, si no paramos de contar gente que vende lapiceras para morfar, si presentimos que casi la mitad de nuestros compatriotas comen una sola vez al día, me planteo ¿cómo convenir, sin miedo a equivocarnos, desde qué punto podemos abordar la definición que nos transita lo más íntimo y aflora como un símbolo de orgullo cuando pronunciamos la palabra “patria”?

No alcanza con googlear su significado; tampoco, con la pregunta intimista. Estamos cada vez más lejos de realizar el acto más majestuoso que otrora conocimos y practicamos: ser parte de una síntesis como pueblo, para acercarnos magnánimos a un concepto que se extraña, que identifica y que subleva, que entendemos por patria. ¿Será que existe un miedo colectivo a definirla?