En homenaje a Juan José Hernández Arregui, indispensable pensador de la Argentina futura, autor de –entre otras obras– La formación de la conciencia nacional.
Parece ser una costumbre que al inicio de los años otoñales exista cierta predilección por las relecturas antes que por los descubrimientos. ¿Economía de esfuerzo? Tal vez. Quizás así tratamos de engañar al tiempo, al recorrer la tinta leída en los años mozos. Por suerte, y como no lo dijo Heráclito, nunca se lee nunca dos veces el mismo libro. Es imposible encontrar otra cosa que la serena melancolía en la búsqueda de quien ha sido uno, a través de los subrayados y de los comentarios al margen. A veces es posible concordar en las apreciaciones y precisiones del joven pasado. A veces no.
Es así como una nueva recorrida por Marx me devolvió al capítulo XXIV del primer tomo de El capital, ese que habla de la acumulación originaria en el capitalismo. Estaba en busca de la cita exacta acerca del nacimiento del capital, cuando reparé en una nota al pie, quizás leída y olvidada, sin duda poco significativa en otros tiempos pasados, pero que me pareció hecha para hoy.
Escribe Marx: “Si el dinero, según Augier, ‘nace con manchas naturales de sangre en las mejillas’, el capital viene al mundo chorreando sangre y lodo por todos los poros, desde los pies hasta la cabeza”. Y ahí está la nota, que remite a un libro de Thomas J. Dunning, que era secretario general del sindicato de encuadernadores de Londres. Ese trabajo era Sindicatos y huelgas: su filosofía e intención, publicado a cuenta de autor en 1860. Allí leemos que “el capital huye de los tumultos y las riñas y es tímido por naturaleza. Esto es verdad, pero no toda la verdad. El capital tiene horror a la ausencia de ganancias o a la ganancia demasiado pequeña, como la naturaleza al vacío. Conforme aumenta la ganancia, el capital se envalentona. Asegúresele un 10 por 100 y acudirá a donde sea; un 20 por 100, y se sentirá ya animado; con un 50 por 100, positivamente temerario; al 100 por 100, es capaz de saltar por encima de todas las leyes humanas; el 300 por 100, y no hay crimen a que no se arriesgue, aunque signifique el patíbulo. Si el tumulto y las riñas suponen ganancia, allí estará el capital alentándolos. Prueba: el contrabando y el comercio de esclavos”.
Esta reflexión del siglo XIX, que parece describir la situación argentina de la semana pasada, describe el comportamiento del capital y también establece una escala, que podríamos llamar la “Escala de Dunning”, en honor al compañero sindicalista. Esta escala le da al capital ubicuidad para con un 10% de ganancia; vitalidad, con un 20%; temeridad, con un 50%; ilegalidad, con un 100%; criminalidad, si el retorno sobre inversión es del 300%. Es una medición cualitativa acerca de inversiones y ganancias que permite prever los comportamientos del capital en la sociedad.
Continúa Dunning: “El contrabando y la trata de esclavos han demostrado ampliamente todo lo que aquí decimos; y, lo que es peor, la trata de esclavos y la esclavitud, por la ganancia que conllevan, allí donde existen –y recuérdese que no existirían si no fuera por el provechoso rendimiento del capital así invertido– han pervertido tanto la mente pública que esta ha convertido al supuesto país más libre del mundo (Dunning se refiere a los Estados Unidos de 1860) en un vasto campo de esclavos; y, lo que es peor, ha puesto a todos los púlpitos del ‘Sur’ de ese país a demostrar a través de la Palabra de Dios que este crimen perfecto es aprobado por el Todopoderoso”. En una nota subsiguiente, Marx se la agarra con Edmund Burke, para quien “las leyes del comercio son las leyes de la naturaleza, y por lo tanto las leyes de Dios”. Esto parece describir la situación de la Argentina la semana que viene.
Aquí y ahora, el régimen libertario ha logrado una reforma constitucional de facto a través del decreto 73/2023, así como la suma del poder público con la ley 27.742 (la llamada “ley bases”). Como señalaba nuestro Sampay, las reformas constitucionales legitiman revoluciones o contrarrevoluciones, cuyos aspectos principistas son menos importantes que la sanción legal de las relaciones de poder existentes. Ya lo sufrimos en 1994, pero aún ese texto constitucional parido en los noventa empalidece ante los alcances destructivos del actual gobierno. En efecto, decreto y ley constituyen el Estatuto del Proceso de Disolución Nacional realmente existente, que resuelve todos los problemas del capital, ya sean de lugar (podríamos decir medioambiente), de ánimo, de temeridad, de ilegalidad o de criminalidad, lo que lleva la Escala de Dunning a niveles exponenciales.
La gavilla de cosplayers en ejercicio del Poder Ejecutivo son apenas empleados bien pagos. Hace algunas semanas, el portal Letra P le ponía nombre y apellido al poder del capital: Elon Musk y Starlink; Daniel Funes de Rioja y el estudio jurídico Brouchou & Funes de Rioja; Héctor Magnetto y el Grupo Clarín; Claudio Belocopitt y el Swiss Medical Group; Eduardo Eurnekian y la Corporación América; Eduardo Elsztain con IRSA y Cresud; Marcos Galperín con Mercado Libre y Mercado Pago; Pierpaolo Barbieri y Ualá; Mario Quintana y Farmacity; Paolo Rocca y Techint; Carlos Blaquier y Ledesma; Luis Pagani con Arcor y las alimenticias; Víctor Navajas y Las Marías; Brian Sikes y Cargill; Alejandro Roemmers y laboratorio Roemmers; Alfredo Coto y supermercados Coto; Joe Lewis y los terratenientes; Mauricio Sana y Flybondi; Carlos Slim y Claro; Gustavo Salinas y Toyota.
Estos no son cosplayers con Edipos mal resueltos y problemas cognitivos, incapaces de distinguir la realidad de la ilusión. Son los más conspicuos dueños del mencionado Estatuto, cuyos artículos llevan esos nombres y apellidos, escritos por mano de fiel amanuense. Es cierto que el comportamiento del gran capital privado, local o internacional, no ha variado demasiado en nuestro país, aunque esta vez parece que no precisan intermediarios, como los militares en las dictaduras o la compra de dirigentes en períodos democráticos de baja intensidad. Esta vez, los monopolios mandan en vivo y en directo. Quizás el compañero Dunning no previó que en algún lugar y cierta vez serían los propios criminales los que impusieran las leyes: queda desbloqueado un nuevo nivel en su escala. La disolución nacional es necesaria para asegurar la rentabilidad indiscutida e indiscutible del capital.
De allí que, en esta jornada muy particular que recuerda al 17 de octubre de 1945 –el día que la Argentina entró en la modernidad popular–, valga entonar nuestra marcha-canción Los Muchachos Peronistas con la emoción de siempre, como si fuera la primera vez, con especial énfasis en aquello de “combatiendo al capital”. Digámoslo: no es combatir al capitalismo como sistema, sino al capital como modelo de ordenamiento social a través del “libre” juego de las fuerzas del mercado, esa oligarquía de monopolios locales o extranjeros. Por medio de un Estado estratega –es decir, planificador–, un Estado regulador –esto es, empresario–, un Estado organizador de la comunidad –quiero decir, político–, para que puedan desarrollarse pequeñas y medianas empresas, cooperativas, empresas recuperadas, economías sociales y producciones locales que generen y distribuyan la riqueza argentina. Quizás entonces la Escala de Dunning llegue a ser cosa del pasado, y no dependamos más del insaciable apetito de ese capital “que chorrea sangre y lodo por todos los poros”.