El pueblo chileno fue a las urnas el último domingo y dejó a la contienda por ocupar la presidencia del país totalmente abierta. Al menos hasta el 19 de diciembre cuando, en el ballotage, elijan, finalmente, entre dos candidatos de signos diametralmente opuestos: el joven diputado de izquierda Gabriel Boric de Apruebo Dignidad y el ultraderechista José Antonio Kast del Frente Social Cristiano. Aunque Kast confirmó el liderazgo que le habían dado las encuestas y obtuvo el 27,9 %, la distancia con Boric es de tan sólo 2 puntos, y las primeras encuestas de cara a la última elección del año muestran una paridad absoluta.

Ricardo Balladares Castilla

Sobre este proceso electoral, conversamos con Ricardo Balladares Castilla, chileno de corazón conosureño y trasandino, quien, además de ser sociólogo, diplomado en Defensa y Seguridad en la Escuela Superior de Guerra Conjunta de las Fuerzas Armadas argentinas y con estudios de posgrado en Políticas Publicas en Chile, es asesor de derechos humanos, seguridad humana, políticas públicas y territorio del diputado Rubén Moraga Mamani (PC) y del convencional constituyente Hugo Gutierrez (PC).

Después de las movilizaciones de 2019 en Chile, que culminaron en el proceso de reforma constitucional, la victoria del “Apruebo” a la opción constituyente con más del 80% y la gran elección que hizo la izquierda en las elecciones municipales y las de la Asamblea Constituyente, se realizan las primeras elecciones presidenciales y gana un ultraderechista pinochetista. Hay lecturas que hablan de una “victoria del orden” contra “el cambio”. A esto se suma una baja participación electoral, ya que fue del 47,19%, y los votos a un candidato como Franco Parisi –el factor sorpresa de la elección con el 13%–, quien hizo campaña a través de Zoom y redes sociales con un mensaje contra “la casta política” sin pisar el país, debido a una causa abierta por no pasarle la pensión alimenticia a su expareja y una querella por estafa y lavado de dinero. ¿Se evidencia, en toda esta deriva, una desconexión entre quienes protagonizaron las movilizaciones de 2019 y el Chile que fue ahora en 2021 a votar? ¿Cómo se entienden ambos procesos, tan distintos en apenas dos años?

Me van a disculpar por entrar a partir de la aridez de los números, pero antes de responder hay que ordenarse en relación con las cifras, para tener un mejor entendimiento del fenómeno, por cuanto hay que puntualizar algunas cuestiones.

Primero, advertir que, tal como lo indica la evidencia comparada, en sistemas electorales con voto voluntario los procesos plebiscitarios o de referéndum tienden a caracterizarse por tener una mayor participación en comparación con procesos eleccionarios. Esto se comprueba si comparamos la diferencia de participación del plebiscito de octubre de 2020 con las elecciones de mayo y la primera vuelta presidencial de este 21 de noviembre. En el plebiscito participaron 7.534.189 electores; en cambio, en las de mayo de 2021 para elegir Constituyentes solo lo hicieron 5.713.858; y el 21 de noviembre, para elegir presidente, asistieron a las urnas 7.027.068.

Segundo, en el plebiscito de octubre de 2020, la opción “Apruebo” obtuvo 5.899.683 preferencias y el “Rechazo” 1.634.506. Ahora, este 21 de noviembre, el sector que representa las formaciones políticas de derecha y –podríamos decir– al “Rechazo”, obtuvo 2.859.632 votos; es decir, aumentó en más de 1,2 millones su votación. Mientras que el sector que representa claramente a las formaciones políticas del “Apruebo” obtuvo 3.268.033 votos: 2,6 millones menos de votos que en octubre de 2020. Y, aunque supusiéramos que los votantes de Parisi fueron en octubre de 2021 por el “Apruebo”, la cifra sigue quedando corta, ya que tan solo se recuperan 900 mil votos para la canasta del “Apruebo”.

Esto ocurre porque el plebiscito por una nueva constitución y las elecciones presidenciales son actos de decisión política electoral muy distintos en su motivación, que, si bien pueden ser usados como referencia para obtener algún tipo de conclusión respecto a las tendencias, en rigor no son idénticos en cuanto a participación ni en la selección de preferencias.

Considerando esto, podemos aventurarnos en decir que en el plebiscito de octubre de 2020 hubo una importante tasa de reemplazo. Aumentó la participación de jóvenes y disminuyó la de los adultos mayores, esto por causa de la situación COVID y la baja competitividad de las preferencias a plebiscitar. Hubo un segmento significativo de adultos mayores y de votantes conservadores que no asistieron a las urnas porque se preveía la derrota de su opción “Rechazo”. De igual forma, hubo un sector importante del electorado de derecha que no fue a votar en dicho plebiscito y, aun menos, quienes de ese sector lo hicieron para la elección de Constituyentes en mayo. En cambio, aquellos dos segmentos –adultos mayores y electorado de derecha– sí se movilizaron para la primera vuelta presidencial recién pasada.

Por otra parte, la base electoral que puede identificarse con el “Apruebo” sí votó para la elección de Constituyentes, pero, en su mayoría, lo hicieron por candidaturas independientes fuera de partidos políticos. En aquella elección, los partidos identificados con el “Apruebo” obtuvieron 1.191.481 votos, mientras que las candidaturas independientes identificadas con esta opción alcanzaron los 3.839.777. En contraste, para esta primera vuelta presidencial hubo una importante desmovilización de electores del “Apruebo” y de las preferencias de Constituyentes identificados con las demandas de estallido social de octubre de 2019 (O-19), quienes decidieron no votar en esta primera vuelta presidencial. Respecto al fenómeno Parisi, según algunos cruces de datos se ha podido establecer que gran parte de esos 900 mil votos corresponden principalmente a un electorado que votó “Apruebo” y votó por independientes en Constituyentes.

En consecuencia, hubo un cambio significativo en el tipo de electorado que asistió a las urnas este 21 de noviembre respecto de aquel que participó de los dos procesos que tenían directa relación con las demandas de las movilizaciones de octubre de 2019: Plebiscito y Constituyentes. Y parte del electorado que votó opciones independientes en mayo de 2021 fue capturado por la candidatura de Parisi, quien se posiciona fuera del eje tradicional izquierda-derecha y se declara “anti-partido”, proponiendo una relación directa del ciudadano con la decisión política sin que dicha relación esté mediada por estructuras intermedias. Postura muy en boga entre el liberalismo conservador de [Raymond] Aron y [Pierre] Manent, quienes plantean la secularización de la acción política y el término de cualquier intermediación entre ciudadano/ciudadana y el poder político.

Para esta última elección, el Congreso Nacional no realizó una reforma constitucional para dar las mismas opciones a los independientes como sí lo hizo para las elecciones de Constituyentes. En aquellas elecciones se le permitió a los independientes conformar listas de independientes y así poder competir de igual a igual con los partidos políticos. Recordemos que eso terminó en un fracaso para los partidos políticos y en un éxito para las candidaturas independientes y de colectivos más movimentistas y territoriales. Entonces, puede que algunos significativos segmentos del electorado no se hayan sentido atraídos por la oferta electoral y por lo tanto no hayan asistido a las urnas el 21 de noviembre.

También hay que considerar que el estallido social de octubre de 2019 fue un estallido contra el abuso económico, la corrupción, la elite política y la desigualdad económica. Semanas después, al calor de la movilización y de la represión desatada contra estudiantes y mujeres, es que el movimiento feminista tomó mayor protagonismo y la movilización se volcó hacia un relato que tiene más que ver con la igualdad de género e identitaria que con la económica. Al mismo tiempo, se comienza a radicalizar las formas de lucha en los sectores más populares y es en ese contexto que toma fuerza la demanda por una nueva Constitución y se llega al acuerdo del 15 de noviembre. Que fue lo que abrió paso a la nueva Constitución. Lamentablemente, durante la instalación de la Convención Constitucional y los primeros meses ocurrieron algunos hechos, errores y desaciertos políticos que golpearon su credibilidad; a eso se suma que la mayoría del debate y relato de instalación tenía relación con la igualdad identitaria –mujeres, diversidad de género y pueblos originarios– y la gente no veía que sus demandas, que son más bien economicistas y fueron la causa primordial del estallido social y de la demanda por una nueva constitución, estuvieran presentes. Eso pudo haber provocado un desencanto en sectores de la población que, bien aprovechado por la derecha y la ultraderecha, favoreció la abstención y los resultados del domingo pasado.

Igualmente, no se puede negar que desde un inicio los sectores conservadores y las derechas comenzaron a generar un clima de incertidumbre económica en la población. Empresarios y Banco Central comenzaron a intervenir descaradamente en la economía, aumentando la tasa de interés, no conteniendo el dólar y manipulando la inflación. En tanto, los medios de comunicación azuzaban respecto al riesgo económico del país y la incertidumbre económica que provocaría un gobierno de centroizquierda e izquierda en un contexto de nueva Constitución, creando una realidad paralela, imponiendo creencias, haciendo la “otra campaña”. En ese marco, habría que preguntarse: ¿puede el relato feminista, el de la plurinacionalidad, el del cambio climático, combatir el miedo a quedarse sin trabajo, sin inversión, sin créditos bancarios ni de casas comerciales (única forma de salvación de millones de chilenos y chilenas), sin apoyo a las PYMES, etc.? La respuesta está en la elección del domingo pasado.

Las demandas del estallido social están plenamente vigentes en la sociedad chilena, pero, por las características de nuestra sociedad, en la que el neoliberalismo es un modelo ideológico y económico, hay que tener mucho cuidado respecto de cómo se responde a individuos e individuas que quieren derechos sociales económicos y culturales, pero sin sacrificar la estabilidad macroeconómica y el orden microeconómico. Cuestión difícil. Casi un problema cuántico. Y, por otro lado, esto sucede en una sociedad que desconfía absolutamente de las instituciones democráticas y los partidos políticos. Por todo esto, los resultados del domingo no deberían sorprender a nadie, porque es obvio que la sociedad es más que nuestro sector político, más que el que se visibiliza en las marchas o manifestaciones. La sociedad es un mar que sigue más allá de la línea de nuestro horizonte y esa sociedad es mayormente diversa y probablemente seleccione otras posibilidades, que no siempre serán las estemos pensando desde la izquierda. Por eso es importante escuchar y observar a la sociedad, meditar su contingencia, y considerar que nuestros actos o relatos pueden tener efectos visibles en el escenario del drama político, pero también lo pueden tener o no detrás del telón, que es donde se sitúa la mayoría de la sociedad.

Ninguna de las facciones o coaliciones más “tradicionales”, tanto de derecha como de izquierda, pertenecientes al sistema de partidos que emergió con la transición y gobernó hasta hoy, pudo pasar al ballotage. En el caso del derechista Kast, ¿se puede entender como un proceso de repuesta, justamente, a esas avanzadas de cambio? ¿Un candidato mejor posicionado para enfrentar a la izquierda que los más “moderados” de la derecha tradicional, como el candidato del actual presidente Piñera? ¿Qué papel juega, en este sentido, las menciones de Kast al conflicto mapuche en el sur o el conflicto migrante en el norte, por ejemplo, o la mención a la conflictividad por el territorio con Argentina?

La derecha que votó por Kast es la derecha de siempre, la derecha dura del pinochetismo, del “Sí” del 88 y de Vamos por Chile (UDI, RN). Una derecha que siempre va a preferir a un claro exponente de sus ideales frente a uno que nos los representa. Sichel, el candidato de centroderecha, si bien estaba apoyado por los partidos de la derecha tradicional, es un político que viene de la Democracia Cristiana y cuyos ideales son más bien de un centroderecha con cierto grado de compromiso social. Y además fue visto como la continuidad de Piñera, quien es visto por el sector como un traidor y el gran responsable de que el progresismo y la izquierda tomaran la agenda en estos dos años. Por lo que las alusiones de Kast a los temas del orden y la seguridad nacional, así como las referencias a querer exaltar conflictividades limítrofes o el desprecio por la humanidad en sus provocaciones y referencias a los migrantes son algo que en Chile está muy arraigado en una buena parte de la sociedad, que sigue siendo ese 48% de pinochetistas del “Sí”, que es una cifra histórica de 1988 pero que, creo, sigue plenamente vigente.

Más aún, esto ocurre en un proceso social de 30 años que se destacó por una dinámica de empoderamiento ciudadano/consumidor y bajo un contexto de fuerte competencia neoliberal. Es decir, en palabras de Boaventura Santos, el clima ideal para la construcción del fascismo societal, un tipo de fascismo que se construye de abajo hacia arriba y que no requiere sacrificar ni el mercado ni la democracia para quedar vigente y actuar políticamente. Los chilenos y chilenas son conocedores de sus derechos, los defienden, los reconocen. Somos un pueblo valiente y empoderado, por eso también fue posible el estallido social; pero, lamentablemente, somos capaces de violentar los derechos de quien está a nuestro lado para hacer valer los propios. Y eso es culpa de estos 30 años de cultura neoliberal, porque se adiestró y se conformó ciudadanía, pero con altos grados de individuación; por lo tanto, tampoco debiera ser sorpresa que una buena parte de la sociedad opte por preferencias filofascistas o propiamente pinochetistas para defenderse de otro que pasa a ser el “enemigo interno”. La socialdemocracia tiene mucho que explicar de aquello y de por qué vio a aquel modelo de construcción de ciudadanía y sociedad como algo viable. La academia también debe responder, porque en vez de avizorarlo y de advertir, calló y fue cómplice. El único que levantó datos y advirtió lo que estaba ocurriendo, pero sin mucha insistencia, fue el PNUD (Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo). Y ahí que estamos donde estamos, entre la abstención y una importante preferencia por el candidato de la ultraderecha.

Por último, las encuestas ya proyectaban un crecimiento significativo de Kast, por tanto, no hay tampoco en ese sentido sorpresa por sus resultados. La sorpresa fueron los resultados obtenidos por Parisi y el Partido de la Gente: 900 mil votos de un candidato que nunca pisó suelo chileno y que fue acusado de no pagar la pensión de alimentos a sus hijos. Pero eso fue un descuido también de nuestra parte, de quedarnos solo con nuestro horizonte. El teletrabajo y la situación del covid-19 están configurando una subjetividad que asume y reconoce que la presencialidad no es algo fundamental para la realización de ciertas acciones o de ciertos procesos. Incluso complejos procesos políticos y gubernamentales se hacen por presencialidad digital. El Congreso sesionó dos años así, la Convención Constituyente lo hace así, las escuelas funcionaron así, el pago de impuestos, la telemedicina, las compras digitales, etc. ¿Y nos sorprendemos de los resultados de Parisi? Más aún cuando su caballo de batalla en la campaña fue lo digital y propone mecanismos de democracia directa y participativa mediante los sistemas digitales. Si bien Parisi no piso Chile, estuvo en el territorio digital en directo quizás con un contacto más estrecho e intenso que cualquier otro candidato a la presidencia. El crecimiento de Parisi es resultado de nuestra miopía. Yo como asesor me siento plenamente responsable de no haber avizorado aquello, que era tan obvio.

De igual manera, parecería que Boric pudo representar el 18 de octubre de 2019 mucho mejor que cualquier otro. ¿Por qué pudo capitalizar su lectura de ese proceso en caudal electoral? Ahora bien, de cara a diciembre ¿podrá ampliar su piso electoral en el ballotage?

No cabe ninguna duda que Gabriel Boric es quien mejor representa el espíritu de las movilizaciones de octubre. Más, porque él representa a una generación que inició el despertar de Chile. Octubre de 2019 no existiría sin un 2006, un 2011 y un 2013, batallas en las que Gabriel y muchos y muchas de las que lo acompañan estuvieron. El despertar de Chile fue un proceso. Y Gabriel fue valiente en sentarse con los partidos tradicionales y dar una señal que dio paso al proceso constituyente; sí con algunos baches y amarres a la institucionalidad de 1980, pero él hizo lo creía correcto para darle a Chile una salida en orden y en democracia. Por eso, no tiene sentido las histerias de la derecha respecto de que Gabriel representa el desorden, cuando fue él el que puso orden y, dicho sea de paso, salvo la continuidad del gobierno constitucional de Sebastián Piñera y de la mano de ello quizás evitó que algún sector de las Fuerzas Armadas se pasase de revoluciones ante la radicalidad que estaba aconteciendo. El programa de Gabriel y de las formaciones políticas que componen Apruebo Dignidad recoge cada uno de los reclamos y reivindicaciones de las movilizaciones de octubre de 2019. Gabriel es la única garantía de continuar este proceso de cambio constitucional y de hacerlo en y con mayor democracia.

De cara a la segunda vuelta, para aumentar el caudal electoral no cabe duda de que se debe dialogar con fuerzas democráticas del centro, centroizquierda y el progresismo. Pero, también, bajar a la expresión territorial y encontrarse con cada ciudadano y ciudadana. Recuperar la épica y el espíritu de los cabildos autoconvocados, el sentir y las metodologías de acción de las movilizaciones barriales y locales de 2019. Construir un relato de libertad que enfrente la falsa libertad que propone la ultraderecha. Mostrar medidas económicas y productivas del programa que implican mayor libertad, sobre todo a las mujeres jefas de hogar, madres cuidadoras y a los padres que trabajan extensas horas. La rebaja de 40 horas laborales, la renta universal por labores de cuidado, el aumento de las pensiones, el apoyo a los emprendimientos y a las PYMES, el enfoque de un desarrollo territorial y una gobernanza local productiva son pilares para un Chile mejor y más libre. Si trabajo menos horas, si obtengo mayores ingresos, tengo más tiempo libre para estar con la familia o los amigos. La libertad no está en el consumo, la libertad está en la libre disposición de tiempo durante el día. Aquella fracción del tiempo que no se me enajena.

Y otro punto importante es incluir en el programa mecanismos de democracia digital, experiencias piloto para aplicar en el nivel local y regional. Es sumamente importante tomar en consideración aquello de que la gente no desea intermediarios para la realización política y ciudadana: con la tecnología que hoy se cuenta, es algo factible y además atractivo de realizar. Como dice Gabriel, las deficiencias de la democracia se solucionan con más democracia.

Las primeras encuestas poselectorales muestran una paridad absoluta (39 a 39) entre ambos candidatos. Pareciera que la elección se dirimirá con un margen muy chico de diferencia. ¿Cómo imaginás la gobernabilidad de un país después de una elección tan reñida (si, finalmente, se da de esa forma) entre dos fuerzas tan opuestas? En paralelo, además, a un proceso constituyente que puede derivar en una nueva reorganización política institucional, quizá, en tan solo algunos años.

Tengo la plena confianza de que seremos capaces de movilizar a los electores que votaron “Apruebo” en octubre de 2020: porque lo que está en juego es el proceso de cambio constitucional, y no podemos perder el único momento en la historia de Chile en que una Constitución se hace de forma plenamente democrática porque nos quedamos en casa. Si logramos aquello, eso dará una importante ventaja sobre la ultraderecha. Lo complejo estará en el Senado y en la Cámara de Diputados, ya que nadie contaría con los supraquórums que exige la actual Constitución para realizar modificaciones importantes que permitirían dar continuidad a la Convención en caso de que no pueda terminar su trabajo en el plazo establecido o de evitar que siga rigiendo la Constitución de 1980 si el nuevo texto constitucional fuera rechazado por la ciudadanía. Por lo que, en este contexto, la responsabilidad máxima está en cada uno de las y los constituyentes, para lograr tener el texto en el plazo establecido y de ofrecer a la ciudadanía una nueva Constitución que recoja la diversidad de anhelos y expectativas, individuales y colectivas, que conforman el país.

También creo –y esta es una opinión personal– que correspondería, en un plazo sensato, volver a realizar elecciones bajo las reglas de la nueva Constitución; porque sería inaceptable que, si se resuelve un Congreso unicameral, mantener el Senado ocho años y no aplicar la disposición constitucional, o que se decida un nuevo sistema electoral y continuáramos cuatro años con un congreso electo bajo lo que dispone la Constitución de 1980. Una nueva Constitución se merece, por lógica, razón y coherencia, un gobierno y un Estado bajo sus reglas. Por eso, los artículos transitorios serán la clave para resolver la cuestión del régimen de transición y la gobernabilidad de ese tránsito.

Otra cuestión fundamental es reactivar la movilización popular propositiva. Recuperar la expresión política en lo territorial será la única manera de enfrentar a los propagandistas del caos y a los manipuladores de los factores de la economía. El protagonismo popular y ciudadano será clave para los procesos que se vienen. No debemos tener miedo ni asustarnos. El actual proceso y la nueva constitución vienen a solucionar contradicciones y a generar otras nuevas; lo que hay que considerar es que visualicemos con claridad el horizonte que desea el país y la forma en que quiere navegar hacia él. No tengo ninguna duda de que las mayorías lo quieren hacer en democracia, en paz y con un Estado que, ante la inestabilidad o el asedio de los poderes fácticos, acompañe y proteja la decisión ciudadana. La unidad política de los y las demócratas, los y las progresistas y las mayorías populares bajo la presidencia de Gabriel Boric es el único garante de una buena gobernabilidad.