Nada hay más raro en un hombre que una acción de su propia voluntad.
Emerson

Ni en sus sueños más extravagantes Ralph Waldo Emerson, en su Boston natal, hubiese imaginado que una de sus máximas de escritor, pensador y filósofo se traduciría en una anunciación certera de hechos que con espasmo miramos acontecer en estos tiempos y en nuestras tierras.

Comunicadores, periodistas, políticos, funcionarios, medios hegemónicos y algunos no tanto, enlodados hasta el lomo, disputándose en privado y en público quién se arrastra más, quién es más escandaloso, quién más miserable, quién menos ético, cuando de encarnar intereses espurios se trata.

Para muestra solo hace falta un botón: basta observar las conductas desvergonzadas frente a la tragedia de esta pandemia –y fundamentalmente, frente a las vacunas– para “sacarles la ficha”. Elijan ustedes, amigos, los personajes: Canosa, Peretta, Bullrich, Amadeo, Zuvic, Carrio, Lanata… seres oscuros que, con su necedad, ni llegan a ignorantes. Ya que de un ignorante es factible un pensamiento trascendente, mientras que de un necio solo queda esperar la negación por la negación misma, cuando no la estratagema para esconder lo inconfesable.

Escucho a ellos, y obviamente a quienes intentan no subyugarse a esa subjetividad, entre estos últimos muchos amigos, todos con probados valores éticos, como Sísifos de estos tiempos, agotados de levantar la misma piedra hacia la misma montaña, la misma montaña de miserias y mentiras construidas por los necios de siempre en nuestro país. De todas maneras, aun coincidiendo las más de las veces, debo reconocer que no puedo hacerlo cuando desde sus análisis se encierran en pensarlos como “una oposición que se queda en la grieta”. ¡No! No puedo coincidir. Hay que ser tajantes. La derecha en nuestro país siempre ha sido “destituyente”, y nunca escatimó en el precio: la Fusiladora, la proscripción a los movimientos populares, las persecuciones a los militantes, las muertes si era necesario, los treinta mil desparecidos, la extranjerización de recursos naturales, la representación como “mano de obra barata” de lo peor de los intereses trasnacionales. Y es en esto último donde creo que debemos prestar atención.

Me pregunto y les pregunto: ¿es casual el énfasis y hasta la pasión que han puesto algunos en desvirtuar, bajo cualquier excusa y fundamento, los acuerdos con las vacunas logradas por nuestro país? ¿Ha sido accidental que en sus pobres discursos se hayan filtrado diatribas irrestrictas contra algunas vacunas y elogios entusiastas hacia otras como Pfizer, J&J, Moderna? “Las verdades son siempre más pequeñas que sus manifestaciones”, afirmaba Oscar Wilde; y las manifestaciones de esas verdades día a día derriban mitos de estos personajes de vodevil.

Les decía que, en política, la derecha no anduvo nunca con chiquitas, ni ahorró precio. Y tampoco lo hizo y lo está haciendo en cuestiones de salud. Primero fue contra la Sputnik: ni se tomaron el tiempo de averiguar que Nikolái Gamaleia no solo fue médico y científico, menos aún su participación en Francia en el laboratorio Louis Pasteur, su lucha contra el cólera, la tuberculosis, el esputo o el ántrax; era “ruso”, “rojo” y encima reconocido con la “orden de Lenin”. No importó el prestigio del Instituto de investigación por él fundado, lo que importó fue solo la posibilidad de socavar un nuevo gobierno, práctica recurrente, a la cual nos tienen acostumbrados y que no debe ser callada.

Luego fue Astrazeneca: hurgaron donde pudieron pero solo juntaron escoria. Se cuidaron, obviamente: Oxford los paralizaba. Aun así, una posible trombosis como efecto secundario les dio un poco de vida golpista.

Y siguen los botones de muestra, por supuesto. Porque, en un mundo donde nada queda exento de la escalada geopolítica, no podía quedar afuera nada menos que aquel pueblo que hace años se animó a dar su propia batalla a partir de “la gran marcha con Mao”. Así es que en los últimos días la metralla contra los “chinos” –también “rojos”– recayó en Sinopharm y Sinovac. “Lawfare” mediante, nuevamente no escatimaron ni recursos ni vergüenza para hacer tapa de diario de la desinformación y las mentiras.

Es verdad que, por ahora, nada de todo esto alcanzó ni alcanza para “tapar el sol” de la campaña de vacunación y los esfuerzos que nuestro país está haciendo en el arduo e inédito escenario planetario. Pero en la medida que actúan con una voluntad más fuerte y que no les pertenece, ellos están en plena ofensiva, han tomado la posta de aquel “periodismo de guerra” que algún periodista que ya no está que acuñó como bandera frente a lo popular.

Si algo va quedando cada vez más claro es que nunca su “sujeto protegido” fue, es o será el ser humano –léase los argentinos– y menos aún su “objeto protegido” fue es o será el informar o esclarecer. Lo único por ellos protegido es su propio interés –el privado, el de clase– y los intereses inconfesados, aquellos mismos que pusieron en juego en cada golpe institucional a lo largo de nuestra historia.

En ese sentido: les quedan balas, no lo olvidemos. Es cuestión de esperar, solo hay que ser pacientes para ver su nueva jugada. Y para esto quizás no sea necesario recorrer archivos, ni siquiera detenerse a desmenuzar sus notas, sino –otra vez, para muestra, un botón– simplemente ver sus titulados y sus tapas.