La tradición oral aymara pasa de boca en boca. De generación en generación. Abuelas y padres la narran a sus nietos e hijas. Cuando el español capturó a Tupac Katari, este les espetó: “Hoy me matan. Pero mañana volveré y seré millones”. Lideró las revueltas más extensas contra el colonizador español, junto a su esposa Bartolina Sisa. Unos 40 mil conformaban el ejército que en 1781, por dos veces, cercó la ciudad de La Paz, provocando el pánico castizo. Dos largos años les llevó doblegar este levantamiento. Esta memoria colectiva sobrevoló la multitudinaria caravana de retorno de Evo Morales a Bolivia tras once meses de exilio forzado en la Argentina. Durante tres días y 1.200 kilómetros por parajes, pueblos y ciudades el primer presidente indígena volvió hecho millones.

Pocos antecedentes de un golpe derrotado en un apenas un año y por imperio de las urnas. Ganar por el 55,1% de los votos contra una maquinaria represiva que dejó 37 muertos, miles de encarcelados, cientos de exiliados incluidos a sus líderes, funcionarios asediados en embajadas, censura de prensa y estigmatización en las redes constituye una victoria épica.

Desde el 20 de marzo de 2020 que la frontera internacional La Quiaca-Villazón era un páramo. Vallada, sin flujo humano ni tránsito, parecía abandonada. Hasta que el 9 de noviembre se abarrotó a ambos lados de muchedumbres exultantes. El presidente Alberto Fernández acompañó a Evo Morales hasta la mitad del puente que unen ambas naciones y lo estrechó en un abrazo. Esta postal de la victoria de la democracia y la unidad latinoamericana contra el golpismo permanecerá tatuada por siempre.

Desde allí, Evo comenzó un hamacado periplo por las biodiversas geografías bolivianas. Recibido, para pesar de la miope clase dirigente opositora y los pseudoanalistas, casi como estrella de rock. Siempre rodeado de un remolino de periodistas, fotógrafos y camarógrafos y por un hervidero de hombres, mujeres y niños que lo abrazaban y vitoreaban.

Se realizaron actos masivos en Villazón, Atocha, Uyuni, Río Mulato, Sevaruyo, Orinoca, Oruro y Chimoré, desde las alturas andinas, pasando por los valles, hasta llegar al trópico cochabambino. Pero hubo además decenas de encuentros impensados, improvisados a la vera de los caminos, en poblados y aldeas, ante las desiertas extensiones, los picos nevados, las selvas.

En Villazón, un compacto bloque humano hizo casi imposible avanzar las cinco cuadras que separaban la frontera de la plaza Bolívar, sede del acto central. En Orinoca, su pueblo natal, las comunidades originarias lo recibieron como a un hijo pródigo, con músicas, bailes y cantos: allí el MAS superó el 99% de los votos en las elecciones del 18 de octubre. Por último, en el aeropuerto de Chimoré, en el sitio exacto donde un avión de bandera mexicana lo sacó del país salvándole la vida en noviembre del año pasado, sus bases campesino-cocaleras lo recibieron como su líder natural.

De la partida en cerrada noche el 11 de noviembre de 2019 para salvar la vida al retorno el 11 de noviembre de 2020 en plena luz del día ante las masas. “Si no me iba terminaba en un cementerio o en Estados Unidos”, dijo Evo en el acto de Villazón.

Ante esa marea humana que la vista no alcanzaba a dimensionar, Álvaro García Linera y Evo Morales arrojaron un puñado de tierra, la misma que habían tomado un año atrás, antes de salir a un exilio forzado, regresándola así a su Pacha originaria, rectificando la historia. “En este mismo aeropuerto dijimos ‘volveremos siendo millones’. Y ahora lo somos, hermanos y hermanas. Ahora tenemos que devolver la dignidad y la soberanía al pueblo boliviano”, dijo rememorando a Tupac Katari.

Como cuando era presidente y trabajaba desde las cinco de la mañana hasta las doce de la noche, Morales no se tomó ni un día de descanso. Reunión tras reunión con dirigentes del Pacto de Unidad, del Movimiento Al Socialismo, con brigadas parlamentarias, con asambleístas electos, con delegaciones de cada departamento e internacionales. Hasta confirmó la realización, dentro de un mes, de un encuentro de pueblos originarios por una América Plurinacional, en Cochabamba.

También por consenso fue ratificado como presidente del MAS-IPSP y anunció la realización de un Ampliado Nacional el 21 de noviembre próximo para avanzar en la campaña y nominaciones rumbo a las elecciones subnacionales de marzo. Como escribió el periodista Julio Peñaloza: “(Luis) Arce y Morales triangulan decisiones con la incidencia del vicepresidente (David) Choquehuanca, otro referente de las organizaciones sociales, sobre todo en las provincias del altiplano de La Paz, que le está permitiendo al Movimiento al Socialismo (MAS) la proyección de un programa de gobierno para reactivar la economía y neutralizar un rebrote del coronavirus, y al mismo tiempo, la selección de cuadros para designar candidatos a gobernadores y alcaldes que participarán en las elecciones subnacionales previstas para el 7 de marzo del próximo año”.

Y amplió: “Los medios de la derecha escarban dónde estarían las fisuras que pudieran distanciar al gobierno de Arce del activismo partidario de Morales, y hasta el momento se han encontrado con que caminan a paso firme por rutas paralelas, pero en permanente conexión debido a que el aparato gubernamental se encuentra en plena organización, conformado por ministros nuevos y viceministros que ya participaron de las tres gestiones presidenciales anteriores desarrolladas entre 2006 y 2019”.

Le pese a quien le pese, Evo Morales, quien durante más tiempo ejerció la presidencia del pais –casi catorce años–, que cambió de raiz las condiciones materiales y simbólicas de las mayorías históricamente sojuzgados, que garantizó una Asamblea Constituyente para redactar una nueva Constitución que reconocció en un Estado Plurinacional a las 36 nacionalidades, que nacionalizó los hidrocarburos, que demostró que Bolivia puede tener un gobierno digno y no uno mendicante, que evidenció que los indios pueden gobernar y mucho mejor que las elites blancoides, no se jubilará, seguirá siendo un actor preponderante de la vida política de Bolivia.

Sin embargo, aún hoy en medios de comunicación y redes sociales dicen que en Bolivia no hubo golpe de Estado, entonces: los motines policiales y militares, la sucesión inconstitucional con biblias y botas, las masacres de Sacaba y Senkata, los delitos de lesa humanidad, las detenciones arbitrarias, las delirantes acusaciones por “sedición” y “terrorismo”, la prensa estigmatizando como “hordas” y “salvajes” a los resistentes, el cercenamiento de la libertad de expresión, el intento de asesinato contra Evo Morales, su exilio forzado como el de cientos de dirigentes y militantes ¿ocurrieron en Marte?

Mientras surgen más pruebas de los financiadores, instigadores y ejecutores del putsch de noviembre de 2019, la derecha derrotada por paliza el 18 de octubre le exige al presidente electo Luis Arce que se aparte de Evo Morales. Tal su desvarío. Tal su obsesión. Seguirán fingiendo demencia o huyendo fuera del país como los exministros de la mandataria de facto Jeanine Añez, brazos represivos del régimen. Me refiero a los brutales titulares de las carteras de Gobierno, Arturo Murillo, y de Defensa, Luis López.

Así como debe haber un juicio de responsabilidades contra los golpistas, los medios de comunicación y sus principales plumas deberán hacerse cargo de la idealización del movimiento “pitita” como una “revolución ciudadana pacífica”, cuando se constituyó como grupo de choque racista y como una de las lanzas del quiebre constitucional.

No solo la historia los debe juzgar.