En julio de 2015 el comentador de Fox News Greg Gutfeld calificó al Papa Francisco como “el hombre más peligroso del planeta”. La cadena ultraderechista de televisión estadounidense obviamente nunca utilizó el mismo término para el derrotado presidente Donald Trump, a quien elogia con elocuencia irresponsable y amplifica el discurso de “fraude” que puede incendiar al país.

Cuatro años de desvaríos lanzados desde la Casa Blanca engrosaron la base ultraderechista, violenta y racista que ha salido del closet para gritar su fascismo sin ruborizarse e idolatrar a Trump.

“Es necesario mentir como un demonio, sin timidez, no por el momento, sino intrépidamente y para siempre […] Mentid, amigos míos, mentid, que ya os lo pagaré cuando llegue la ocasión”. Esta frase de Voltaire, fechada en 1736, es de vigente actualidad. Es que Trump ha hecho del embuste una regla en estos cuatro años de presidencia. El Washington Post corroboró que dijo al menos 22.247 mentiras desde su primer día mandato hasta finales de agosto.

También el sitio www.factba.se, que hace un seguimiento de cada palabra de Trump, publicó un informe que indica que entre agosto y noviembre el presidente de Estados Unidos en cientos y cientos de ocasiones que la elección está “amañada”. Con los primeros resultados en la noche del 3, la virulencia de sus palabras, en actos públicos y en su cuenta de Twitter, se ha acrecentado. Utilizó la palabra “fraude” y pidió la detención del conteo atacando así el curso natural de una elección: computar hasta el último voto. La retórica incendiaria puede generar enfrentamientos serios.

Los discursos entre ambos candidatos no puede ser más contrastantes. Mientras Joe Biden pidió paciencia, contar cada voto y advirtió que “nadie nos va a quitar nuestra democracia”, Trump quiere romper todo: “Se ha dañado la integridad de nuestro sistema y de la propia elección presidencial”, declara. El exvicepresidente de Barack Obama también comprendió que su figura constituía un catalizador y que la elección era más un referéndum sobre el polémico habitante de la Casa Blanca que sobre sus propuestas o cualidades. “Terminaré con el caos de Donald Trump”, fue su mensaje. Es decir, traer un poco de paz y previsibilidad, tras cuatro años de un pirómano en el centro de poder más importante del planeta.

Las pasiones que genera Trump, positivas y negativas, hicieron que esta elección se cargara de récords. Fue la de participación más alta desde 1900, con el 67% del padrón, y Biden se convirtió en el presidente más votado de la historia alcanzando hasta el momento los 74 millones de votos –cantidad que en la práctica no sirve ya que el voto es indirecto–, 4 millones de diferencia con el actual presidente. A pesar de las controversias, la incorrección, los discursos de odio, el magnate ha consolidado un liderazgo transversal en la sociedad estadounidense, con un núcleo duro conservador e intolerante que desdeña el conocimiento científico y se pronuncia en formatos mesiánicos.

Ni la catástrofe sanitaria –Estados Unidos encabeza el ranking de contagiados y muertos por Covid-19– ni la debacle económica han eclipsado a Trump. La incompetencia no tiene castigo en este nuevo tiempo político en el cual la democracia está en entredicho.

En 2016 Hillary Clinton perdió el “paredón azul” de los estados tradicionalmente demócratas del noreste; Biden lo recuperó y arrebató dos habitualmente republicanos como Georgia y Arizona. En este último el partido demócrata no ganaba desde 1952: allí los nuevos votantes latinos crecieron con el miedo al salvaje sheriff antimigración, el racista Joe Arpaio, quien mantuvo 24 años de manera ininterrumpida su cargo en el condado de Maricopa.

La judicialización de la elección es la amenaza latente. Lo dijo anoche Trump desde la propia Casa Blanca. Los republicanos –aunque muchos se están alejando de la retórica golpista de Trump– saben jugar a este juego. La Corte Suprema de Justicia tiene una mayoría conservadora inédita: 6 a 3. En el 2000 fue el Poder Judicial el que dirimió la elección cuando detuvo el conteo en Florida y declaró ganador a George W. Bush. El actual presidente del máximo tribunal es John Roberts, quien fuera asesor legal de Bush en el 2000. Este es el proyecto de poder a largo plazo del Partido Republicano: que vote la menor cantidad de gente posible, desdeñar el voto por correo porque es usado mayoritariamente por los simpatizantes demócratas y garantizar una Corte adicta dispuesta a dar un golpe de Estado ante elecciones reñidas.

“Al final, no se trataba de que las encuestas fueran correctas o incorrectas, aunque ciertamente parecían estar equivocadas en algunos estados clave. Se trataba de la incertidumbre de un país dolorosamente dividido, quizás la característica definitoria de Washington, y de la política estadounidense en general, en los años de Trump. El cuestionamiento incesante de Trump de las instituciones básicas de nuestro gobierno y sistema electoral ahora ha producido el resultado deseado, incluso si no regresará hasta dentro de cuatro años: una superpotencia desgarrada desde adentro, que ya no confía en su propia democracia. Ha habido muchas veces, en los últimos cuatro años, que cubrir el Washington de Trump me pareció una tarea extranjera, nunca más que mientras conducía por la capital estos últimos días y veía escaparates tapiados y calles acordonadas en cuadras alrededor de la Casa Blanca, en previsión de una violencia poselectoral sin precedentes. He visto escenas así antes, en lugares como Azerbaiyán y Rusia. Esta es la América de Trump. No es la América que he conocido”, graficó la periodista Susan B. Glasser para la prestigiosa revista New Yorker.

Biden ya es el presidente electo, pero Trump continuará encaprichado con su nuevo juguete. La pregunta es ¿cuál será su capacidad de daño de aquí hasta el 20 de enero de 2021, cuando el próximo mandatario jure en el cargo?

Esta inquietud iba a ser el cierre de la nota, pero en las redes encontré esta reflexión de una madre en Estados Unidos: “Voy a crear una ONG para concientizar al país sobre la importancia de enseñar a sus hijos a saber perder. El mío de 3 años está mejor que el actual presidente de los Estados Unidos”.