Si bien lo que pueda suceder en el país luego de la conferencia del Presidente Mauricio Macri del lunes no se puede aún prever cabalmente, sí hay un recorrido económico de esta gestión a tener en cuenta a la hora de leer la estrategia del macrismo luego de la derrota del domingo pasado.
En primer lugar, este gobierno –con las características que tuvo y el tipo de alianzas que tejió durante los últimos cuatro años– comenzó como un proceso absolutamente inviable en términos económicos, sobre todo en cuanto a la macroeconomía. No tuvo políticas en lo que respecta a los números grandes: lo que refiere a todos los presupuestos y gastos nacionales, el impacto en economías regionales, el impacto en la economía doméstica de los trabajadores, el impacto en la recaudación impositiva. Todas esas variables fueron desatendidas, tanto como la posibilidad de tener dólares.
Por otro lado, el macrismo, desde el comienzo de la gestión, desfinanció definitivamente al Estado. Dejó en este sentido de cobrar retenciones, permitiendo que quienes cobran en dólares los puedan dejar en el exterior de por vida: es decir, anuló la obligación de los exportadores de traer al país los dineros que ganan con productos argentinos abriendo la posibilidad de formar activos en el exterior. En términos financieros, abrió la economía argentina a una enorme circulación de capitales especulativos, habilitando a grupos económicos que no saben qué es nuestro país ni dónde queda, pero que sí saben de plazas que se abren, a entrar con una moneda, cambiarla, ganar con la tasa de interés, volver a cambiar esa moneda y salir con dólares para dirigirlos a algún paraíso fiscal. Otro dato que viene atado a este mecanismo de “bicicleta financiera”: si el Estado pide plata prestada y a la semana devuelve esa plata con el 74% de interés, es un Estado bobo o bien se la está sacando a alguien; y en este caso se la sacó a cada uno de los argentinos que trabajan, quitándole dinero vía impuestos solo para pagar esas tasas especulativas a grupos financieros, a bancos y a especuladores.
Una vez que transformó Argentina en una de las principales plazas de capitales especulativos del globo, este gobierno macrista también les permitió a los ciudadanos argentinos con mayor poder adquisitivo del país formar activos en el exterior de manera legal y sin pagar un centavo de impuestos.
Ahora bien, esta gestión política de Macri, que desfinanció el Estado, dejó sin dólares al país, desprotegió la política productiva, sosteniendo solo los impuestos sobre los trabajadores y sobre las Pymes y condonando deuda a la clase más rica del país, hoy se convierte en un gobierno imprevisible. Pierde las elecciones y logra que el dólar se dispare generando una disparada total de toda la economía argentina. Porque todo lo que nosotros consumimos está dolarizado, desde la nafta hasta los alimentos, incluso las tarifas de los servicios; por lo tanto, una disparada del dólar en un día al treinta por ciento impacta en todo. La lógica diría que no se sostiene por la ineficiencia de un plan que hace tres años y medio es inviable y no, como intenta argumentar el presidente, “por el temor de los mercados ante voto mayoritario al Frente de Todos del domingo”. Porque esto mismo ya pasó hace dos meses, y ya pasó hace un año, cuando tuvimos que volver a pedirle plata al Fondo Monetario Internacional.
Un punto aparte: el FMI como un mero ejecutor del flujo entre capitales internacionales también debe ser pensado. A saber, si FMI pone una suma de dinero en Argentina que sabe que inmediatamente va a salir de este país para formar activos en el exterior; más que un regulador de flujos se transforma en el garante de la circulación más aceitada de capitales especulativos. Sería demasiado ingenuo pensar que es otra la función de este Fondo Monetario bajo dirección de Estados Unidos, que es el país que imprime los dólares que circulan por todo el planeta.
Pero volvamos, ya que el problema no es el Fondo, el problema es nuestro. El problema de Argentina no está afuera de Argentina. Y la solución tal vez no sea económica sino política. Es decir, que, bajo algún mecanismo, esta banda de marginales de la economía que son los funcionarios radicales y del PRO se vayan del Estado e inmediatamente la gestión esté en manos de funcionarios que sepan de macroeconomía y que se ocupen de tomar medidas para salvar el paquete macroeconómico que sostiene al país: desdolarizar la economía argentina de una vez por todas; restablecer de inmediato el consumo interno; proteger la producción y frenar esta circulación de capitales especulativos que lo único que hacen es vaciar a la Argentina de divisas para producir capital en el exterior.
La coyuntura es incierta, pero deja al desnudo el tremendo salvajismo de esta banda de marginales que tomó el poder a fines del 2015 y su intención desmedida de hacer dinero. Macri hará todo lo necesario para sostener el gran negocio para estos intermediarios y comisionistas que, no satisfechos con enriquecerse a costa de la sociedad argentina, mediante el control administrativo se condonaron deudas particulares. El domingo quedó develada una estafa sobre la sociedad, a la que le prometieron determinadas cosas y no cumplieron ninguna, –algo que es parte del juego de la política–; pero el lunes quedó en evidencia una enorme estafa económica sobre las cuentas del Estado Nacional.
La gestión macrista llegó al poder diciendo que “venían para quedarse”; lo sostuvieron incluso dos días antes de las elecciones, incluso sabiendo que las perdían. Ese espíritu de “sí se puede”, de “se puede todo”, hace pensar que lo que está ocurriendo desde el lunes en la economía argentina es un tipo de golpe económico que tiene como fin último una forma de clausura democrática, ya no a la vieja usanza de los golpes de Estado pero sí con parámetros similares para limitar el desarrollo de la democracia. La escena del lunes sería, en esta lógica, un fuerte castigo. Una amenaza explícita –“soy capaz de romper todo y generar terror si no me votan”–, utilizada para limitar todas las formas de discusión democrática sobre la situación y los problemas de la economía nacional. En lugar de solución política que debería proponer un gobierno democrático frente a una crisis política de esta envergadura, el macrismo no tardó ni veinticuatro horas en producir un autogolpe económico para generar terror en la población argentina que debería proteger.