Puta, feminista y peronista, según se autodefine, Georgina Orellano es desde 2014 la secretaria general de la Asociación de Mujeres Meretrices de Argentina (AMMAR), una de las experiencias sindicales más innovadoras de las que se tenga registro. La sede de AMMAR funciona en el edificio de la CTA en la calle Piedras. Hay biblioratos con documentación e información, películas sobre el trabajo sexual, afiches, penes de madera y, en un rincón, una vulva gigante. “La hicimos para la Marcha del Orgullo en 2015 y quedó. Para todas las Marchas del Orgullo la llevamos. Va arriba de todo en el camión”, cuenta Georgina. Detrás de uno de los escritorios está sentado Santino, su hijo de nueve años, mirando un dibujo animado en su tablet mientras almuerza.

¿Cómo empezaste a trabajar?

Veía que la mamá de los chicos que yo cuidaba vivía una vida bien, que trabajaba muy pocas horas, que estaba presente en su casa, que iba a los actos de sus hijos. Un día le dije que me gustaría trabajar de lo que ella trabajaba y ahí me confesó que ella no era empleada de un hotel, sino que era trabajadora sexual. Me fui a mi casa con un montón de preguntas que le quería hacer, pero tampoco quería invadirla. Empecé a buscar en internet cómo es la prostitución y qué era una mujer prostituta. Me aparecieron un montón de artículos, videos tipo documentales e informes periodísticos, todo desde un lugar re amarillo y poniendo a la mujer en un lugar re marginal, por un lado, y re víctima, por otro. Ninguno de esos videos que vi ni los artículos que leí reflejaban a la persona que yo veía todos los días.

¿Qué pasó cuando volviste a verla?

Le empecé a preguntar un montón de dudas que tenía, si no tenía miedo de subirse a un auto, de ir con un desconocido a un hotel, si nunca le pasó nada malo, si los clientes no le pegaban. Ella fue derribando mis prejuicios y mi desconocimiento, contándome su historia. Me dijo que la violencia la pueden sufrir todas las mujeres en cualquier lugar, independientemente del trabajo que ejerzan. Muchas veces ella se sintió más violentada por sus parejas que en el trabajo sexual, por eso había decidido separarse y quedarse sola con sus hijos.

¿Cómo le contaste a tu familia que sos trabajadora sexual?

Nos habían hecho una entrevista para el diario Tiempo Argentino sobre el proyecto de ley que AMMAR quería presentar en el Congreso. Yo había accedido a la entrevista pensando en decir que soy Georgina y hay veinte mil Georginas, pero nos dijeron que necesitaban una foto. No podía decirle que no al periodista y hacer quedar mal a la organización. Dije, “bueno, si lo ven, que lo vean”. Cuando les conté eso a mis compañeras todas se reían, pero una me dijo: “No hagas eso, es mejor que vos lo resuelvas, que la sientes a tu mamá y le cuentes vos con tus palabras”. La respuesta de mi mamá fue “hagas lo que hagas, siempre vas a ser mi hija. Lo único que te pido es que cuides a Santino. Yo no soy nadie para decirte lo que vos tenés que hacer porque ya sos bastante grande y aparte veo que sos una madre que se preocupa por su hijo y que, a pesar de todo lo que pasaste, saliste adelante”. Sentí alivio cuando lo conté. Además era una autodiscriminación que me hacía, yo pensaba que me iba a echar, que no la iba a ver por un año. Me imaginaba todo lo peor y no fue así.

¿Cómo encaraste el tema con tu hijo?

Se lo conté cuando tenía seis años. Ya entraba a primer grado, había empezado a leer y leía todo lo que veía. Me senté y le dije que yo era trabajadora sexual, que eso implicaba ser acompañante, estar con gente que está sola, que necesita que la escuchen, dar amor y que había algunos lugares en los que sí podíamos decirlo y otros en los que no, porque la gente no iba a comprenderlo, y uno de esos lugares era la escuela. Un día él salió angustiado de la escuela y la maestra me dijo que la directora y la psicopedagoga querían hablar conmigo. Cuando le pregunté a Santino qué había pasado me dijo que una de las señoritas les había pedido dibujar de qué trabajaban mamá y papá. El me dibujó a mí, creo que estaba parada en una esquina de la mano con él y había un auto. Entonces cuando él dijo “mi mamá es trabajadora sexual” la maestra le dijo que seguro que se había equivocado, que yo debía ser trabajadora social. Cuando fui a hablar con la directora pensaba que si me decía algo la iba a denunciar al INADI. Ya tenía todo preparado y al final no pasó nada. Me dijeron que cuente con el apoyo del colegio, que si alguna vez tenía un problema con un padre o una madre que discrimina a Santino, que les avise.

¿Y cómo te acercaste a AMMAR?

Una vez varias chicas tuvimos un problema con un cliente. Te ofrecía dejar el trabajo sexual por cierta cantidad de plata mensual, pero se enojaba con las que le decían que no y se obsesionaba al punto de perseguirte. Yo tuve problemas con esta persona y no pudimos resolverlo entre las compañeras. Armó una junta vecinal para sacarnos a nosotras de la zona en la que trabajábamos, por Villa del Parque. Nos presentamos en una reunión para tratar de hablar, pero nos trataron muy mal. En ese momento las compañeras de AMMAR habían vuelto a bajar a los barrios a repartir preservativos y querían hacer unos talleres con nosotras. Todos los miércoles nos juntábamos a almorzar entre las doce y la una, así que las invitamos a que nos dieran las charlas ahí. En la segunda charla, que estaban hablando de los derechos, una de ellas dijo que la organización no solo estaba para temas del trabajo sexual sino que podíamos contar con AMMAR para cualquier tipo de problema que nosotras tuviéramos en el trabajo y en nuestra vida. Ahí una compañera se animó y les contó la situación que estábamos viviendo y preguntó si ellas podían ayudarnos. Ellas nos dijeron que les encantaría hablar con ese vecino, pero les contestamos que era imposible. Les pasamos toda la información y nos dijeron que nos quedemos tranquilas, que en menos de una semana ellas nos iban a dar una respuesta. Empapelaron toda la zona con el nombre y apellido de este vecino diciendo que él tomaba servicios de las trabajadoras sexuales y, ante la negativa de ellas a brindárselo, las persigue y hostiga. No esperábamos que tuviera el impacto que tuvo. Algunas vecinas que participaban de esa junta se acercaron y nos dijeron que ellas no sabían que él nos estaba violentando, pensaban que era un buen hombre, que estaba preocupado por la seguridad del barrio. Las compañeras de AMMAR dejaron al descubierto la doble moral que él tenía. La junta vecinal se disolvió rápidamente y él no nos volvió a molestar. Por eso estoy militando en AMMAR, para devolverle eso que la organización hizo conmigo, que fue darme una respuesta rápida, concreta, que me hizo sentir que yo no estaba sola, sino que había una organización que realmente defendía nuestros derechos. En 2010 nos invitaron a participar del Encuentro Nacional de Mujeres en Paraná. Ahí me gustó todo, la apertura, participar de los talleres. En la marcha final al ver toda esa cantidad de compañeras sentí que yo quería pertenecer a eso y empecé a militar en AMMAR. También militaba en otra agrupación porque estar en AMMAR implicaba reconocerme como trabajadora sexual y yo no tenía resuelto eso ni para conmigo ni tampoco con mi entorno. Después me di cuenta que me limitaba participar en otro espacio y no poder contar de qué trabajaba.

¿Alguna vez te detuvieron o tuviste que pagar coimas a la policía?

No me detuvieron, pero coimas sí. Yo empecé a trabajar en 2005 y los artículos de falta se habían derogado en el ‘98 acá en Capital. Sigue vigente el artículo 81 que implica una falta y, si te llegan a encontrar culpable de haber estado ofreciendo servicios de manera ostensible en la vía pública, la multa es hacer trabajo comunitario, no te llevan detenida. En ese momento yo no lo sabía, pensaba que el trabajo sexual era un delito, tenía un gran desconocimiento de los derechos y lo que implicaba ejercer el trabajo sexual en el espacio público. Ni siquiera sabía que existía el artículo 81 y por eso muchas veces accedí a pagar la coima policial, porque creía que de esa forma la policía no me iba a molestar. Cuando comencé a participar de las charlas informativas de AMMAR me di cuenta de que la policía había jugado con nuestra ignorancia sobre los derechos que nos amparaban. La organización trabaja mucho en esa línea, en informar y hacer circular la información para defendernos frente a cualquier situación de arbitrariedad y persecución policial.

¿Qué le decís a aquellos que tienen una postura abolicionista o que te dicen que podés trabajar de otra cosa?

Yo preferiría trabajar de nada, ya se lo dije a todos (risas). Al principio me enojaba un montón cuando me planteaban eso porque me di cuenta de que no se lo preguntan a otras personas. Nadie dice “¿por qué sos albañil?”. Creo que el problema tiene que ver con la parte del cuerpo que uno utiliza, con la carga moral que muchas y muchos ponen sobre la genitalidad y la sexualidad de la mujer. Muchos dicen que nosotras vendemos el cuerpo y no, lo tenemos con nosotras. Una vez un cliente nos pidió tocar los pechos de una mujer. Eso es un servicio fácil, me levanto el corpiño, me las tocás y me pagás, chau. El cliente no se llevó las tetas a su casa y las tiene en la mesa de luz. No vendí el cuerpo, ofrecí un servicio y cobré por eso. Todos trabajamos con una parte del cuerpo, pueden ser los brazos, las manos, las piernas y hasta la mente.

¿Qué pasa con aquellos que opinan que el trabajo sexual es violencia de género?

Es poner siempre a la mujer como el sexo débil, que no se va a defender. Si cualquiera de nosotras llega a tener una  situación de violencia no nos vamos a quedar calladas. Tenemos un montón de herramientas de seguridad justamente para que eso no pase o para que, si pasa, estemos contenidas entre compañeras. Usamos grupos de WhatsApp para avisar dónde vamos, con quién vamos, cuándo volvemos. No trabajamos solas en la esquina, siempre tratamos de ser dos. También usamos las redes sociales porque podés contar lo que querés en primera persona y difundirlo. Nosotras lo primero que empezamos a contar fueron las historias con los clientes. Yo la primera vez que me animé a contar una historia fue para demostrarle a esos que dicen que nuestros clientes nos violentan que están equivocados. No para defender al cliente, sino para defender nuestra capacidad de decisión. Eso es violencia para nosotras, que nos traten como idiotas que no decidimos, que no elegimos, que no somos conscientes, que no consentimos, que somos usadas. Eso no pasa en el trabajo sexual. Hay  un grado de empoderamiento de la mujer, de nosotras poniéndoles los puntos a los hombres y de los hombres respetando un montón de condicionamientos que les ponemos nosotras. Queremos que eso también se vea porque si no siempre queda la mujer sumisa, víctima y el varón violento. Bueno, el varón violento se da en un montón de situaciones, pero en el trabajo sexual también hay mujeres empoderadas diciendo yo hago esto, ofrezco esto, voy a este hotel, sale esto y es esta cantidad de tiempo. Es una negociación de dos partes donde la palabra final la tiene la trabajadora sexual. Ese es el mensaje que tratamos de darles a otros. 

¿Y a los que dicen que no se debe regular el trabajo sexual?

Algunos dicen que no se puede regular porque es explotación. Bueno, en todos los trabajos hay explotación, malas condiciones laborales, sueldos mal pagos y no por eso vas a abolir todos los trabajos. Lo que tiene que pasar es que esos trabajadores se organicen para defender colectivamente mejores condiciones laborales. ¿Por qué sí se pueden organizar las empleadas de casas particulares a las trabajadoras sexuales les niegan todo tipo de sindicalización, acceso a derechos y regulación por parte del Estado? Hay otros que vienen y te dicen que el Estado no debería regularlo porque se convertiría en proxeneta. ¿A quién le vamos a pedir, si todos los trabajos los regula el Estado? Con esa lógica el Estado es el proxeneta de todos los trabajadores. Me parece que hay un montón de argumentos que mucha gente repetía porque en sus espacios de militancia la única voz posible era la abolicionista. Hoy se dan cuenta de que al repetir esos argumentos ellos tienen un grado de responsabilidad de que haya un estigma social hacia las trabajadoras sexuales y que ese sea el factor principal por el cual muchas de nosotras tardamos en sacarnos la careta, comenzar a ser visibles y contar verdaderamente de qué trabajamos, qué implica el trabajo sexual, nuestras experiencias, nuestras problemáticas. Por eso muchos vienen acá a buscar más información.

¿Cómo impacta esa falta de regulación a las trabajadoras?

Como nuestro trabajo no está reconocido, no tenemos obra social, aporte jubilatorio, no podemos sacar una tarjeta de crédito, no podemos acceder a créditos. Alquilar también se nos complica un montón porque no tenemos recibo de sueldo, entonces alguien nos presta el recibo de sueldo, nos sale de garante o el contrato es de palabra. Muchas de nuestras compañeras deciden alquilar hoteles de familia porque solo te piden la plata anticipada. Pero ahí nos encontramos con un gran abuso de los hoteles de familia que, por el simple hecho de ser trabajadora sexual, te cobran 600 pesos por día una habitación cuatro por cuatro con un baño compartido. Además, si no tenés los 600 pesos en el día, te cierran la puerta con llave y dormís afuera.

¿Cómo fue participar de la organización del acto del último 8 de marzo?

Cuando se empezaron a autoconvocar asambleas, era necesario que las trabajadoras sexuales estemos presentes para lograr incidir y que por lo menos se nos tomara en cuenta. Siempre que pedíamos la palabra nuestros pedidos eran ovacionados. Por supuesto que cuando faltaban dos asambleas para terminar el documento final comenzó la discusión más política con algunas organizaciones de izquierda que decían que si aparecían las palabras “trabajo sexual” no iban a firmar, que nosotras no éramos trabajadoras. Ahí también comenzó el desgaste. En esos espacios se supone que tiene que haber solidaridad, sororidad y habíamos quedado en construir un documento único que sea plural, que represente a la mayor cantidad de voces. El último día decidieron que quedaran las palabras en el documento, que se respete la autodeterminación de un sujeto político que está organizado, que de ninguna manera se iba a permitir que se deje afuera a un colectivo que participó desde el minuto uno de las asambleas. AMMAR fue parte de la organización, de armar el escenario, el sonido, las pantallas. También nos dieron un lugar en la bandera de arrastre. Fue muchísimo trabajo, pero fue emocionante estar arriba del escenario y ver cómo entraban los paraguas rojos de AMMAR. Era la primera vez que muchas de nuestras compañeras participaban de una marcha. Cuando se leyó el documento y se nombró la palabra “trabajadoras sexuales” había mucha gente aplaudiendo. Valió la pena tanto esfuerzo, bancarse la discusión, no abandonar ese espacio. La enseñanza que nos da es que los espacios hay que ocuparlos y que no necesariamente necesitamos la aceptación de algunos sectores, sino que necesitamos estar juntas y organizadas como para bancar la que se venga.