Estoy esperando el tren en la estación de Temperley. Mañana tengo que ir al cole. Voy a ver si ahora me puedo poner a hacer la tarea en el tren. Debo cosas de matemática y unos ejercicios de física que me salen para atrás. Los hago rápido, pensando que entiendo. Cuando voy a comparar los resultados nunca coinciden. Es porque me comí un número o una coma. Por apurada. Si los hago en el tren me van a salir como el culo.

Trato de concentrarme en los ejercicios pero a los cinco minutos ya estoy viendo de vuelta la cara del rector que nos está gritando cosas a las chicas y a mí que todavía no sabría cómo contestarle. O sí, podría contestarle de muchas maneras, tantas que no me decido.

El martes pasado me quedé a comer sola en el colegio. Mis amigos que viven cerca ya se habían ido a sus casas o habían salido por ahí sin avisarme. No me quedó otra: me fui al buffet y le pedí a Néstor una pizzetta y una coca. Cuando terminé de comer, me dormí una siesta en los bancos del patio donde da el solcito de la tarde hasta que se terminó el horario de almuerzo.

Cuando tocó el timbre para entrar a clase, me senté y miré el celu. Tenía un mensaje de Luke: “no vuelvas al cole” “vení a plaza flores ya”. Estaba en línea. Me metí en el baño y le escribí: “qué pasa boluda ya entraron todos”, “no importa” “vení” “Romi se siente mal” “no sé qué hacer”. Bueno, le dije, ahora voy.

Salí del baño, le di a Cisneros, el portero, una carta que decía que me tenía que retirar a esa hora para “asistir a una consulta médica” en tal dirección. Firmado: mi vieja. Nunca falla y al portero le viene bien porque, si tiene quilombo con los preceptores, puede mostrar el papelito como comprobante. Cuando ya estaba caminando por Ramón Falcón, me di cuenta de mi grave error: había dejado mi mochila en el aula. Solo tenía mi celular y ya me empezaba a agarrar frío. Estaba segura de que Cisneros debía haber sospechado pero no llegó a decirme nada antes de que desapareciera por las rejas de adelante.

Me quedo mirando la puerta del tren; estamos por la estación Lanús. Se sube una chica que tendrá unos años más que yo (no tantos). Está muy bien peinada y maquillada, como si fuera a un evento importante, pero va vestida con ropa de todos los días: un jean, una remera roja con cuello escotado y unas botas negras. Me gusta cómo se hace esa línea negra gruesa sobre el párpado, ojalá a mí me saliera tan prolija. Se sienta en diagonal a mí y me mira de reojo. Creo que se dio cuenta de que la estaba mirando; doy vuelta la cara para el lado de la ventana.

Llegué a Plaza Flores. Estaban Luke y Romi sentadas en un banco junto a un tipo que comía trigo inflado con las piernas estiradas. La miré a Luke. La miré a Romi. Luke me dijo que se habían juntado con unos amigos de Romi que ella conoce del club. Luke se había quedado hablando con uno y Romi se había ido con el otro a dar una vuelta. Tardaron, pero cuando volvieron ya estaba así. Fumó algo, ni sabe qué. Ahí se despertó la bella durmiente: “Paco, Luke”. ¿Y ahora qué carajo hacemos con esta piba? ¿Cuándo se  le va a pasar el efecto? “Y, quedémonos acá, boluda, no vamos a ir a tu casa con Romi así. Menos a su casa. Se va a re dar cuenta la vieja, mirá cómo está.”

Fui a comprar agua para darle a Romi y nos quedamos las tres ahí, sentadas en el banco del lado sur de Plaza Flores. Qué libres son todos cuando no tienen que ir al colegio. Puede ser un martes a las dos y media de la tarde y están todos ahí caminando para cualquier lado, comiendo y caminando, fumando y caminando o haciendo tiempo, como nosotras.

Me empezó a sonar el celular. Era mi vieja. Qué raro, si a esta hora tendría que estar en clase. “¿¡Dónde estás, Paula!?”. Ehh, en el cole, ma, justo había salido al baño. “Me acaban de llamar del colegio. Me dijeron que no estás ahí, tampoco están Romina y Lucila. ¡¡Decime dónde estásss!!” En Plaza Flores, ma, todo bien, salimos a comer y se hizo tarde. “Quédense ahí que ya las voy a buscar.” No, mamá, estás loca, ya volvemos, no pasó nada, listo. Ahí sonaron los teléfonos de las otras dos. ¡No atiendan, chicas, no atiendan! Luke le sacó el celular a Romi y lo guardó en su mochila. Después, me miró y me dijo: “¿Dijiste algo en el colegio antes de salir?” No, boluda, estás loca, le dejé una cartita a Cisneros de que iba al médico. Me van a cagar a pedos mal. Y mi vieja va a ver qué bien le saqué la letra y la firma. Yo no quiero volver a ningún lado.

Luke me dijo que ella tampoco quería volver, ya las iban a cagar a pedos igual, si las encontraban ahora o dentro de un rato. Es verdad, le dije, quedémonos en este banquito que está cómodo. Me acosté sobre la falda de Romi, que seguía mareada y pensativa. Miré de reojo para el lado de Rivadavia; todavía no venía nadie.