Durante un largo tiempo, La Boca y Versalles fueron los únicos dos barrios de la ciudad de Buenos Aires donde no aparecían casos con Covid-19 positivo. Hasta que los primeros surgieron, como en todos lados, por personas relacionados a viajes al exterior. Vecinos con obra social, prepaga, de las calles principales como Olavaria, o en Catalinas; es decir, los lugares de mayor poder adquisitivo del barrio. La foto de la semana pasada brinda una imagen bien diferente: una explosión de casos. ¿Qué pasó desde esos inicios hasta hoy, cuando la Comuna 4 pasó a ser la de mayor crecimiento de positivos en toda la ciudad?

Como ocurre con otras problemáticas, la rapidez de contagio del coronavirus se acelera sobre la población más vulnerable. La Red de Cooperación de la Boca se constituyó en el proceso de dar respuesta colectiva, primero, a la emergencia alimentaria y la asistencia en el marco de la pandemia. Pero también para discutir las formas en que el Estado debe procurar la intervención sanitaria en un barrio que tiene configuraciones propias y particularidades, como la vivienda colectiva. La Red logró que se priorizara al barrio en el Plan Detectar —no estaba entre los primeros porque el GCBA no lo consideraba “barrio vulnerable”—, planteó el desarrollo un protocolo específico para la emergencia ambiental y habitacional por la que el barrio transita y hace unos días presentó un petitorio al Ministro de Salud de la Ciudad para tratar de avanzar en la cogestión del plan Pos Detectar, para que la salud de la comunidad, el tratamiento de los enfermos, la detección de los posibles futuros contagios, la garantía de alimentos cuenten con el conocimiento y la eficacia de las organizaciones que conocen su territorio, al que le dan voz y capacidad de movimiento.

Una iconografía de la desigualdad

La iconografía de La Boca se despliega entre conventillos y viviendas multifamiliares muchas veces precarias. Una postal que tuvo su origen cuando, frente a otra peste, las familias pudientes abandonaron los barrios de la ribera sur durante las epidemias de fiebre amarilla. Durante los últimos años, bajo el espíritu de un gobierno que hace 16 reconfigura todas las formas de habitar la ciudad, y cuyo valor central es la ausencia de intervención y control estatal, hay un proceso de “reapropiación” del espacio, con una pulsión que aspira a su uso privado y al rédito que al negocio inmobiliario le puede ofrecer el barrio más “pintoresco” de Buenos Aires. Pero sin su gente, expulsada año tras año. Aunque desde 2006 la Ley 2240 declaró la Emergencia Ambiental y Urbanística, la norma es incumplida y, por el contrario, lo que regula el hábitat es la ley que creó el “Distrito de las Artes” en 2012, por la cual los empresarios que allí se radiquen cuentan con 25 por ciento de exenciones impositivas. Desde su sanción, los desalojos pasaron de ser uno cada dos meses a tres por semana. A esto, se suman los incendios constantes a las viviendas populares: solo en 2019 hubo 18.

En esta suspensión de la normalidad que supone la pandemia, hay, sin embargo, continuidad en las desigualdades. Como señala Emiliano Acosta, de la agrupación Vecinos, “la situación no es nueva para nosotros; el tema es que, en el medio de una pandemia, es mucho más peligrosa. La Boca es un barrio en emergencia habitacional. Entre la dinámica de los desalojos (200 y pico) y la falta de construcción de viviendas (no se hace una vivienda hace casi 8 o 9 años, es decir, dos gestiones de gobierno), la gente sigue compartiendo los baños: un primer gran lugar de contagios. Más los patios, porque los niños están en sus casas. A esto se suman las condiciones de hacinamiento: hay familias enteras que viven en una habitación de 4×4, se comparten las cocinas…”. Tener en cuenta esta situación estructural es fundamental para pensar la dinámica de testeo y la estrategia de intervención sanitaria. “Esto no se va a resolver si no se modifica la lógica del Detectar, que tendría que ser casa por casa, como lo hacen en la 31, y no que la gente se movilice. Lo están vendiendo como algo que funcionó muy bien, pero creo que no hay más contagios porque no hay más testeos. Para llegar a que te testeen, te hacen un cuestionario. Y ya te avisan que vas a estar 48 horas aislado. Mucha de la gente, entonces, no va. Y la gente que va, como no es en el barrio, termina viajando en colectivo sin saber si es positivo o negativo. Creo que hacen todo para expulsar a la gente de los testeos y eso es un foco de infección terrible”.

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Bolsones armados por la Agrupación Vecinos, a partir de donaciones del barrio

La agrupación Vecinos trabaja con chicos, adolescentes y padres. El merendero es el espacio que justifica juntarse todos los días desde las cinco de la tarde. Funciona en un conventillo, por lo que —como metodología— no tenían comida y solo los viernes se repartía lo que quedaba. Cuenta Emiliano: “En la primera semana de cuarentena, se acercaron algunas familias que estaban sin comida y repartimos un par de bolsones donados. En la segunda semana de la cuarentena empezamos a repartir y a recibir más bolsones. Entonces empezamos a buscar un método para pedir donaciones, básicamente alimentos, y, el que podía, plata. Nunca habíamos repartido comida, nunca fuimos un comedor. Arrancamos pensando que sería algo transitorio, un par de semanas, y ya vamos por la semana catorce. Hicimos un primer listado de 35 familias y hoy tenemos 70”. Los recursos se consiguen a partir de donaciones de compañeros particulares, de otros que tocan los timbres de todos sus vecinos para buscar alimentos, hasta de un equipo de fútsal de play, que juntó 7 mil pesos en un campeonato. La Red, La Boca es Pueblo, la Iglesia de San Pedro, las porteras de las escuelas, aportan también sus donaciones. “Un 20 o 30 por ciento de los que vienen a Vecinos van a comedores, pero la mayoría no es gente que está acostumbrada a comer ahí con regularidad, sino que trabaja por su cuenta, por hora, madres que laburan en talleres, padres monotributistas”. Por ejemplo, “tenemos una familia que el primer mes pasaban de comprar en el súper y nos dejaban algo, y, al segundo mes, nos preguntaron si teníamos mercadería para darles”.

En el local de La Cámpora de Plaza Matheu las colas de gente se hacen cada vez más grandes. “Tenemos un local político devenido en comedor”, lo describe su referente, José Serrano, “el Cuervo”. Ellos sostienen, desde hace un año, una olla los días sábados para complementar al comedor que, cruzando la plaza, en diagonal, funciona de lunes a viernes. “Cuando vimos que empezó el tema de la cuarentena, la situación se complicó y tuvimos que ver qué hacíamos. Tratamos de buscar recursos para brindar a la gente también asistencia los días miércoles. Vimos que nos quedábamos cortos, pusimos los lunes. Y ahora agregamos el jueves. De 100 a 140 personas que venían a buscar la comida, hoy estamos en 250 o 300. Los sábados por lo general viene más gente”. Como para Emiliano, también, en este caso, es muy notorio que muchos recurren por primera vez a estas ollas para conseguir comida. “Uno ve a los compañeros cabizbajos, con bastante vergüenza. Yo me acerco y les aclaro que estamos todos en la misma, que no es personal, que es mundial la situación. Para la gente que nunca retiró comida en ningún lado, llegar a esto le duele. El dolor es terrible y se les nota en la cara”.

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Entrega de viandas en el local de La Cámpora de Plaza Matheu, La Boca

Son entre 20 y 22 personas quienes trabajan en la olla, para mantener la distancia y las condiciones de higiene adecuadas. El apoyo lo brinda el barrio. José detalla: “Nosotros no recibimos ni del gobierno de la Ciudad ni del gobierno nacional. Del gobierno nacional nos dieron a principios de marzo y una vez más, es decir, dos veces en cien días de cuarentena, y obviamente no nos alcanza. Repartimos esos alimentos en bolsones completos; solo usamos los fideos para la olla. De la Federación de Trabajadores de la Economía Social, recibimos dos cajas de pollo de 15 kilos cada una, para cada comida. Lo demás lo conseguimos por recursos de vecinos que están en buena situación económica, gente de Boca, sindicatos, agrupaciones de distintos lugares. Conseguimos bananas de una empresa que tiene el depósito en el barrio”. La Red de Cooperación también “les tira un centro” cuando les falta cebolla, zanahoria o la garrafa para cocinar. “La felicidad de ver el resultado, de ayudar a que la gente tenga un plato de comida es algo que te hace sentir más fuerte. Lo de La patria es el otro es esto. Evidentemente, después de esto, hay que agarrar las cartas, mezclar y dar de vuelta”.

En el mapa de asistencia hay dos focos. Por un lado, quienes deben quedar aislados o están enfermos. El apoyo alimentario que el gobierno de la Ciudad debe entregar en estos casos no llega, o tarda hasta una semana. “Esas personas, en la desesperación”, continúa Emiliano, “quizá fueron a un comedor, a un merendero, donde podían ser factor de contagio. El sistema de cuidado, de que nadie se entere, termina siendo contraproducente, porque no alimenta el manejo de la solidaridad”. El otro punto es el cuidado de los adultos mayores. “La mayoría  de los adultos mayores de este barrio cobra la mínima. O sea, están obligados a ir a un comedor o a un lugar que les entregue mercadería. El adulto mayor, aunque no esté infectado, anda deambulando por la calle”.

Para Emiliano, que todo esto no salga en ningún medio “es parte de la estrategia de lo mal que se maneja la salud en la Ciudad. Por ejemplo, el foco lo ponen en la discusión de los runners. En realidad, eso no tiene ningún sentido: hay más gente caminando al mediodía por La Boca yendo a buscar mercadería o, a partir de las 6 de la tarde, yendo a los comedores, que gente que sale a correr”.

Una red de contención

La Red de Cooperación de La Boca se inicia junto con la pandemia, con la preocupación, sobre todo alimentaria, por la cuarentena. Trabajadora social del Centro Social de Salud del Hospital Argerich, Gabriela Eroles trabaja desde 1999 en el Barrio Chino, es integrante de la agrupación La Boca Resiste y Propone y describe la Red de Cooperación como “una red amplia y diversa. No solo hay organizaciones sociales, políticas, trabajadores de la salud, la cultura, la educación, sino también muchos vecinos que nunca habían hecho ninguna tarea social. Por ejemplo, hay una pareja que tiene un kiosco y decidió hacer viandas para la gente en situación de calles. Piden donaciones en su kiosco, cocinan y reparten tres veces por semana. Priscila, otra vecina que tiene un comercio sobre Olavaria, concentra donaciones de pañales. El centro cultural Expreso imaginario empezó a hacer ollas, junto con la FORA”. De la solidaridad espontánea fueron armándose a partir de organizar la demanda y potenciar la solidaridad: que la comida alcance mejor para todos los lugares del barrio, optimizar los recursos, en cantidad y también en calidad. Empezaron gestionando más cupos para comedor y consiguieron 220 cajas o bolsas de alimentos. Gabriela explica: “Estas cajas o bolsas son todos productos secos. No es homogéneo: en alguna viene aceite y en otra no; en alguna viene yerba y en otra no. Hicimos un análisis con nutricionistas y nos dijeron que alcanzaba para una familia de cuatro personas durante cuatro días como máximo, tomando solo las calorías, no el valor nutritivo. Frente a eso, empezamos a enriquecerlo con alimentos que favorezcan el sistema inmunológico. Eso lo agregamos nosotros a partir de las donaciones”. De esas donaciones, reservan algo por si aparece alguna familia que tiene que cumplir con el aislamiento y se enfrenta a las demoras para garantizar la comida del gobierno de la Ciudad.

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Plan Detectar en el barrio de La Boca

La capilaridad de la Red en el barrio logró dar visibilidad a la inquietud que aparece cuando empieza a circular el virus en relación con las formas de alcance, control y manejo del contagio. El Detectar no venía a La Boca porque no era considerado “barrio popular” o “vulnerable”. Hubo una primera propuesta que La Boca Resiste y Propone presentó primero a la Red y después al consejo consultivo de la Comuna 4. Esa fue la base del pedido del Detectar para La Boca y para toda la Comuna. En paralelo, Nacho Álvarez (presidente de la Comuna 4) y Miguel Ángel Eviner (presidente de la Comuna 8) presentaban un recurso de amparo colectivo para que el Gobierno de la Ciudad atienda la emergencia. Con toda esta insistencia, los días 13, 14 y 15 de junio se desarrolló el programa en todo el barrio. No hubo ninguna reunión previa, ni trabajo en conjunto que permita mapear, en base al conocimiento del territorio, la mejor atención al movimiento del virus. “La primera cuestión es que no había material de seguridad para quienes no fueran del Área de Salud encargada específicamente de llevar adelante el programa. Logramos que fuera para las promotoras de salud, al menos. Segundo, el Ministerio de Salud de Ciudad no tiene un equipo propio para hacer esa tarea, sino que son los equipos de los centros de salud del mismo barrio quienes deben hacerlo y no estaban enterados que debían coordinarlo. Ellos traían un mapa que no tenía nada que ver con las áreas de los Centros de Salud y un listado de gente con Covid positivo con direcciones que figuraban en el DNI y muchas veces eran viejas. Al segundo día, cuando entendimos que esto tenía un nivel de desorganización importante, nos autoorganizamos y el segundo y tercer día salió mucho mejor. De todas formas, se hicieron muy pocos hisopados en relación con la cantidad de gente que podía estar impactada por el virus”.

Plan Detectar en el barrio de La Boca

Después del operativo, aparecieron otra serie de problemas en la etapa Pos Detectar. Una de las primeras demandas era contar con un centro de detección en el barrio, pero no ocurrió aún. “Lo único quedó establecido como sistema de Pos Detectar era simplemente un grupo de wasap donde, cuando aparecía un caso que podía ser positivo, se informaba y desde el grupo se hacía la derivación a un centro que estuviera funcionando en ese momento: Barracas, Constitución, Balvanera o Almagro. En el Detectar está muy bien establecido que la gente va en autos sanitizados dados por el Ministerio de Salud, no puede ir en colectivo. Como el transporte no alcanzaba, la gente volvía en transporte público”. Mantuvieron algunas reuniones, incluso con Gabriel Batistella, Secretario de Salud Comunitaria del Gobierno de la Ciudad, para presentar dudas y observaciones. En la última, la propuesta del gobierno porteño fue que las medidas se tomarían así y que las organizaciones, si querían, podían ir a “ayudar”. Esa fue la gran tensión que hizo que escribieran el petitorio dirigido al ministro. Mientras esperan una respuesta, elaboran una contrapropuesta junto con Acumar —quienes llevaron los trailers a la Villa 21-24 en convenio con el GCBA— para avanzar bajo otra dinámica. Hacer testeos rápidos, como los que se hacen al personal de salud con una gota de sangre. Como a veces se producen falsos positivos, se avanzaría luego con hisopados en los casos de personas con riesgo de salud y de riesgo social, gente para la que suspender quince días sus actividades laborales puede ser un problema.

Más allá de las posibles respuestas, las organizaciones siguen trabajando porque la comunidad se contacta con ellos, y realizan los seguimientos de los casos porque los Centros de Salud no dan abasto y, entonces, el Gobierno les pide a las mismas organizaciones que fueron excluidas que realicen la asistencia alimentaria. La Red entiende que su participación no puede reducirse a ser meros “paseadores de médicos”, porque el Detectar se hizo en función de su conocimiento sobre la realidad que habita su territorio. Y que, aunque nada en la ciudad tiene murallas frente al avance de las pestes, la organización atesora posibilidades para que, quizá, no haya un recomienzo de lo mismo.