La historia es un archivo plural. Carga con un reservorio de imágenes, memorias, mitos, para autopensarse e intuir desde donde gobernar situaciones, crear políticas, elegir combates. Delinear los contornos de una patria. “Acá está el gobierno de la Argentina, porque detrás de mí están cada uno de los gobernadores de nuestra patria”, dice el presidente en la celebración de la independencia. La independencia conlleva la idea del fin: fin de la tiranía, fin del colonialismo. Pero abre toda una narración posible sobre lo que queremos ser. Si el 25 de mayo es la ocupación del espacio público, la declaración de la independencia son los acuerdos para ordenar la sensación de vacío. Se asienta sobre dos claves, la soberanía política y la independencia económica.

Alberto recuerda que en su derrotero de los últimos días, donde habla permanentemente con las provincias, inauguró el nuevo puerto de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) en Timbúes, provincia de Santa Fe. En ese acto, ponderó al movimiento cooperativo, lo distinguió como forma de contar con “un capitalismo más humano”, desarrollar “sistemas productivos más regionales” y “evitar la concentración en el centro del país”. Independencia económica es “impulsar sistemas productivos para desarrollar a otras provincias de una forma más armónica”. En un mundo globalizado, las lógicas de construcción de autonomía nunca son plenas, buscan maniobrar sobre márgenes de soberanía, constituir allí espacios de decisión propia. En el contexto latinoamericano, eso siempre enlaza un proceso nacional con un sujeto político popular como condición más relevante. Solo atada a eso existe la posibilidad de controlar procesos de desarrollo particulares, intuitivamente nativos. Independencia económica sobre los márgenes de la soberanía política.

Hay situaciones que ayudan al riesgo político. La pandemia llenó lo público con reflexiones acerca de los límites de la acumulación capitalista, de la debilidad de la democracia frente al dinero, de la atadura de la normalidad al liberalismo. También con brutalidades y politiquerías berretas que alzan su voz para destituir todo entramado de cuidado. La coyuntura que acompañó al proceso de independencia de 1816 estaba signada por el avance de los movimientos contrarrevolucionarios y el límite a la emancipación americana; contra eso se alzaron las fuerzas para reconstruir la patria. Hay momentos de apertura y momentos de cierre. Hay etapas conservadoras y etapas liberales. Los procesos que vuelven sobre la memoria de la soberanía política implican un movimiento para ambos lados, entrecruzados y, a la vez, virtuosos. Implican la necesaria apertura hacia lo nuevo y los grados de institucionalidades que nunca terminan de reducirlos.

Hace poco leí un artículo de Fernando Rosso donde decía –parafraseando a Sartre– que nunca fuimos tan libres como durante la “ocupación” menemista. Sin esta apertura a la imaginería no pueden entenderse los procesos de avances políticos y sociales que arrancaron en el pos-2001. Venimos, tal como recordó el gobernador de Tucumán, de años de derrota para los intereses populares. La sabiduría militante obtenida en esa experiencia colectiva deberá producir nuevas formas de intervenciones, para alcanzar el pensamiento y la acción política, las lógicas soberanas, que requieren este tiempo que nos toca habitar. La pregunta será cómo hacer que esas aperturas alumbren sistemas convivenciales. “Yo sé que hay diversidad”, dice Alberto, “y celebro y propicio la diversidad en Argentina –diversidad de género y diversidad ideológica–. Lo que necesito es que esa diversidad sea llevada adelante con responsabilidad”. Consumar el bien comunitario es correrse de la falsa idea de que vivir en común debe ser pura homogeneidad y acuerdo, porque la homogeneidad siempre expresa los intereses conservadores, racistas, totalitarios. Exponer los desacuerdos que hacen rica la vida pública, reponer argumentaciones que tejen supuestos colectivos, es hacerse cargo de las formas de lo popular, aun sabiendo que nunca pueden ser del todo enunciadas, domesticadas por lo político.

Hay futuro porque hay una reserva inagotable de intensidades que quieren seguir diciendo la patria en toda su inmensidad, de territorio y de lenguaje. Aparecen en el acto nuestros jóvenes y nuestros niños. Ese futuro debe armarse desde una resistencia al nihilismo y a la muerte, a partir de la disconformidad, de todos los encuentros y desencuentros posibles. “La Argentina del mañana no se construye en el despacho del presidente”, aclara Alberto. Los espacios políticos populares saben que las transformaciones profundas que puedan contener nuevas formas y lenguajes, donde no haya amenaza a los muertos –presentes y pasados– y a su verdad –que es profunda y viva–, se levantan contra los peligros de quienes quieren apoderarse de ellos, de su memoria, de su palabra, y volverlas conformistas, vacuas, en su combate permanente contra la vida plena y justa. “Nosotros vamos a hacer que ese futuro exista. Pero para todos. Otra Argentina empieza hoy”.

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Casa de Tucumán, 1869, fotografiada por Ángel Paganelli