Imagino la escena después de cortar el teléfono: la joven vuelve a entrar al Polideportivo de Villa Azul, alcohol en gel en las manos frías, y a racionar comida para el mediodía. Puede llamarse Mónica, Claudia, Estela –su identidad no es relevada a esta cronista a la distancia–, prefiere que se escriba “una trabajadora municipal de Avellaneda” y así cumplo. Está trabajando en ese barrio hace años y puede ser parte del equipo del Observatorio Social de Políticas Públicas de Avellaneda como de la Secretaría de Desarrollo Territorial y Hábitat del Municipio, “da igual”. Tiene impregnada en su experiencia los primeros relevamientos de las familias del barrio; el sudor de asambleas interminables en el verano infernal; las lágrimas de gratitud cuando inauguraron el Polideportivo y la pileta.

Villa Azul está cerrada desde el 24 de mayo a raíz de 53 casos positivos detectados en solo esa jornada en el barrio. Son 4000 personas que sostienen comunalmente esta medida, organizada en articulación entre los Municipios de Avellaneda y Quilmes. Los casos con síntomas fueron sometidos al testeo y los positivos, trasladados a hospitales de la zona o lugares de aislamiento. Ayer se confirmaron las dos primeras muertes por coronavirus del barrio; un hombre de 69 años que estaba siendo tratado en el hospital Fiorito de Avellaneda y otro de 77 que era tratado en el Hospital Iriarte de Quilmes.

Ella ya leyó el informe diario matutino de la situación del COVID-19 en Argentina: un total de 19.268 casos confirmados, de los cuales 588 fallecieron. En la Provincia de Buenos Aires, 442 nuevos casos confirmados se suman a los 7074 casos que hay en total; y ahí en el barrio donde ella trabaja desarrollando el operativo de contención municipal, 276 casos positivos y esas dos primeras muertes. Nos cuenta con voz enérgica algunos de los problemas que tuvieron que sortear en estos días: “en Villa Azul, por ejemplo, no hay pan. No se produce pan dentro del barrio. Entonces tuvimos que traerlo. Como proveemos de pan para la parte del barrio de Avellaneda, también trajimos para Quilmes”. El trabajo mancomunado entre los dos municipios es diario: “¿qué mejor alianza que cuando caminás una situación como esta y compartís los objetivos políticos?”, se pregunta. “Hasta las discusiones son productivas”. Otras situaciones que pudieron prever fue el cobro de haberes. “Los vecinos salen de Villa Azul para ir al cajero a cobrar sus salarios y el cierre del barrio fue justamente en fecha de cobro, los primeros días de junio. Así que coordinamos con el Banco Provincia de Buenos Aires para que trasladen una unidad móvil hasta aquí”. Durante estos días de encierro también hubo que garantizar la comunicación; “con el paso de los días se iban descargando los celulares, así que se compraron tarjetas y proveímos de carga a los celulares… los más chicos o adolescentes los usan sin parar”.

Si bien el aislamiento de Villa Azul fue total, completo, las condiciones de las que partían los vecinos del lado de Avellaneda no eran las mismas que las de sus pares del sector Quilmes. Estos últimos han sido afectados por carencias estructurales que los vecinos de Avellaneda ya habían dejado atrás: no están urbanizados, sus “calles” son solo pasillos sin nomenclar, tienen problemas con el agua y las condiciones en las que viven son evidentemente más precarias. Esta disparidad que “quedó expuesta” en el barrio se hará notar el próximo domingo cuando se cumplan dos semanas del cierre del Barrio Villa Azul, ya que la flexibilización del aislamiento se focalizará también de manera diferencial.  “La evaluación de cómo se avanzará a partir del domingo próximo corresponderá al equipo de salud municipal y provincial. Durante todos estos días se hicieron testeos en el barrio, tanto a personas sintomáticas como asintomáticas, y el sábado es el día clave respecto a los datos de contagio para tomar las medidas de cómo continuar”, aclara mi contacto. Mientras las ediciones de la prensa de estos diez días estuvieron destinadas a “divulgar los números de casos del barrio pobre, como si fueran el lugar donde más se desarrolla el contagio”, a ella le preocupa “superar la crisis y evitar el pánico o la angustia de los vecinos” que tanto conoce, “ir dando una mano en todo lo que se pueda”. Está metida de lleno en esto, tanto que hace diez días que no sale del barrio, no ve a su familia ni duerme en su cama.

Más allá del dispositivo específico por el COVID-19, todas las decisiones que se tomaron para contener el proceso de reclusión de los vecinos –desde la provisión de medicamentos hasta la atención en salud mental– hablan de un grado de organización comunal y una presencia municipal que no suelen ponerse sobre la mesa. Todo lo que no se abandona es potencia. Lamentablemente, disiento con mi entrevistada: el hacer de los que sostienen los operativos en barrios populares no es parangonable al de “una trabajadora más”; representa la reserva de una sociedad que lucha por salir adelante.

El invierno se acerca cada vez más rápido y en este jueves 4 de junio la tarde en el conurbano bonaerense llega temprano y parece más angustiosamente incierta. Las siluetas de los árboles desnudos allá lejos están de testigos de esta historia tan invisible como real. El Polideportivo Municipal de Villa Azul –desde donde se monitorea la situación del lado de Avellaneda– prende sus luces y adentro se organiza el día de mañana. Se enciende un televisor para ver la conferencia de prensa desde Olivos. El gobernador de la provincia hace un párrafo aparte agradeciendo a los vecinos de Villa Azul y cuenta que en el barrio los contagios por jornada bajaron de esos 53 casos iniciales a 5, que con este dato el domingo se encaminarán hacia a flexibilizar la reclusión por focos. Antes de terminar, el presidente Alberto Fernández anuncia que el plan para terminar de urbanizar el sector del barrio correspondiente a Quilmes es una decisión tomada junto a la intendenta. Entonces Estela, Mónica o como se llame, sonríe y siente que está más viva que nunca.