Al principio de la pandemia teníamos demasiadas preguntas y muy pocas respuestas. No sabíamos qué actividades continuar, cuáles no, si estaba bien hacer una cena con amigos, si el barbijo servía o era inútil, si el invierno empeoraría la situación. Ahora, después de dos meses de cuarentena, estamos igual.

Las preguntas, las dudas, los sentimientos de culpa y de responsibilidad siguen haciendo movimientos de zigzag en nuestro tablero mental de toma de decisiones pero sin cruzarse en ningún punto con una respuesta unívoca. Hay más de un hiato entre las definiciones del gobierno nacional, las disposiciones de los gobiernos locales y las formas en que aquellas se traducen en actividades concretas de nuestras vidas, como si cada una/o estuviera escuchando con auriculares su propio monopolio multimedios. Aplicamos las nuevas políticas y protocolos en nuestra cotidianidad como podemos.

Por primera vez nos encontramos todos sumergidos en un mismo problema. Es como si el mundo hubiera sido puesto bajo examen en un gran simulador y hubiera un grupo de investigadores e intelectuales analizando qué país es el que mejor responde a un “enemigo invisible” que, como un espejo mal lavado, hace énfasis en todas las imperfecciones. En el plano individual, cada una/o también hace una evaluación personal acerca de cómo viene enfrentando esta situación. El punto –y  lo que cada vez se pone más en evidencia– es que en realidad no estamos todos sumidos en el mismo problema. Las pequeñas desigualdades con el otro –que antes eran disimuladas o ignoradas– empiezan a hacer sombra, ante lo cual surgen distintas preguntas: ¿el trabajo que tenía hasta marzo es adaptable al nuevo panorama? ¿El producto de mi trabajo sigue siendo un bien comerciable? ¿Los planes que tenía para mi futuro siguen en pie?

Como dijo Karina Arellano en su carta a compañeros, “cada uno entró a esta pandemia con lo que tenía puesto”. Agrego: y ahora jugamos a las estatuas. El que se mueve (sale) pierde. El que se mueve (enloquece) pierde. El que se mueve (aburre) pierde. El que se mueve (muere) pierde. Estamos todos con los músculos tensos, casi sin respirar, esperando que vuelva la música. Pero, ¿cuánto tiempo podemos aguantar sin romper las reglas del aislamiento? Y, lo que a mí más me inquieta, ¿por cuánto tiempo más tenemos que dejar de hacer planes?

La imagen que más me impactó de la pandemia hasta ahora es la que vimos en todos los noticieros el martes 21 de abril, cuando hubo un motín en la cárcel Melchor Romero. Ese día, las cámaras desde la calle y desde el aire mostraron cómo presos de la Unidad 10 caminaban en el techo del penal, agitando banderas y moviendo los brazos. Iban desde un extremo al otro del edificio con insistencia, como personajes de un videojuego que por un bug quedan atrapados en un escenario sin poder encontrar la salida.

Mis ideas y mis pensamientos acerca del futuro se mueven en una plataforma imaginaria como los presos sobre el techo de Melchor Romero. Me pregunto, entre los miles de problemas de diversas gravedades a los que está dando lugar la pandemia, dónde quedan las perspectivas de los y las jóvenes que estábamos poniéndole fichas a proyectos personales y profesionales. Si ya algunos nos sentíamos valientes por creer que podríamos alquilar un departamento solos o mudarnos a uno más lindo, que podríamos intentar vivir de alguna ocupación alejada de la máquina de contar billetes, que quizás con un poco de esfuerzo podríamos –en esa nueva época albertiana que auguraba sonrisas y grandes rondas de mate con compañeros– hacer ese viaje que esperábamos o comenzar un pequeño emprendimiento, entonces ahora –COVID de por medio– más que valientes vamos a necesitar ser excepcionales. Y sinceramente no se puede alimentar a una generación con excepcionalidades.

Algo que aprendí del libro de Al Álvarez La noche es que el cerebro, a diferencia del cuerpo, no necesita descansar. Hoy me desperté con una frase que a modo de epifanía decía: “el mercado siempre encuentra su camino” (como dice Jurassic Park, “life finds a way”). Esta síntesis neoliberal-optimista a la que había llegado mi inconsciente después de una noche de ideas yendo de un lado para el otro me resultó efectista y errada. ¿Qué significaba que el mercado siempre encontraba su camino? Para nosotros, nada bueno, pensé. De inmediato descarté la frase y me levanté de la cama para empezar otro día sin futuro.

Covid Youth
“Covid Youth”, por @drab_city