“La cultura de consumo, cultura del desvínculo,
nos adiestra para creer que las cosas ocurren porque sí.”
Eduardo Galeano

Algunas noches atrás, en ese programa de título con referencia zoológica de América TV, se discutía (aunque todos parecían muy de acuerdo) acerca de la dicotomía salud vs. economía. Todo tipo de críticas despiadadas surgían señalando por las complicaciones económicas que atraviesa el país a los culpables de turno, a saber: el gobierno, los sindicatos, líderes sociales, políticos (la política) en general. Todos y cada uno de ellos eran marcados como los responsables de esta desgracia. Sergio Massa era invitado esa noche y se encontraba en un sector apartado del estudio, a la espera de un mano a mano con el conductor, Luis Novaresio; pero irrumpió mucho antes en la “conversación” de forma voluntaria ante la desmesura de las opiniones y el reparto de críticas a las distintas instancias de acción (o inacción, según los exaltados interlocutores) del Estado y del gobierno nacional ante la difícil situación. ¿Qué dijo? “Nadie tiene la fórmula mágica de salida de una pandemia” y agregó: “Pensemos sinceramente cómo hubiera sido si esto era al revés, a la inversa. Supongamos que el primer día el presidente no hubiese tomado la decisión (de la cuarentena) y hoy tuviéramos mil muertos en la Argentina: estaríamos hablando de que la decisión de privilegiar una economía que ya estaba en recesión, hiperendeudada, porque Macri había dejado un desastre, había generado además mil muertes”.

Todos sabemos que esto es así, sabemos que no le perdonarían a un gobierno peronista el abandono de la gente que sí le perdonaron una y otra vez a Cambiemos, un gobierno que actuó hasta con crueldad institucional frente a situaciones de ajuste, tarifazos en servicios esenciales, recorte de pensiones a discapacitados y de remedios a jubilados, por recordar solo algunos de sus hits. Más allá de la situación televisiva en particular –momento imperdible que recomiendo que busquen y vean–, las palabras del Presidente de la Cámara de Diputados sirven para repensar el aspecto doble de la coyuntura actual: la pandemia económica o social que sufríamos justo antes de que arribara la pandemia sanitaria.

Solo a modo de muestra, algunos datos de 2016 a 2019 en términos de números económicos sin coronavirus ni cuarentena:

Caída del PBI. El Proyecto Bruto Interno per cápita disminuyó como mínimo el 10% en el período 2016-2019.

Retroceso del salario real y las jubilaciones. Los trabajadores registrados sufrieron una caída de su ingreso del 18,5% de noviembre de 2015 a noviembre de 2019. El promedio del poder adquisitivo de las jubilaciones terminó en casi 20 puntos menos al de 2015.

Inflación. No bajó del 45/50% promedio, y un poco más si solo se toman alimentos.

Pobreza. Creció del 28,9% al 40%.

Deuda Pública. Aumento en todos los índices, con préstamos del FMI incluidos.

Desindustrialización. El INDEC confirmó a fines de 2019 que la industria nacional estuvo frenada durante 18 meses consecutivos. En diez meses, la industria acumuló una baja interanual del 7,2 %. La caída también alcanzó a la construcción con una baja del 9,5% frente al mismo mes de 2018.

Si romantizar la cuarentena es “un privilegio de clase” –como se escucha por estos días–, incentivar el malestar y la desobediencia en relación con las medidas de prevención tomadas también lo es. Es sobre la base de las cifras recién apuntadas –que tanto “preocupan” a nuestro periodismo independiente ahora– que el Congreso que preside Sergio Massa, como los funcionarios del Ejecutivo y hasta gobernadores e intendentes, tuvieron que tomar un conjunto de decisiones con una profunda voluntad de praxis. Praxis política, en todo el sentido que el término carga desde una óptica gramsciana: una relación indisoluble entre acción, práctica y teoría política. Con una fuerza teórica que sirve para actuar con la potencia de la práctica en la coyuntura, para dar soluciones y producir cambios. Creer, entonces, que la economía está siendo “abandonada” o incluso dejada en un segundo plano es no entender qué es en su esencia el peronismo y padecer de una pereza intelectual supina –que por cierto es un mal que aqueja al periodismo hegemónico en casi su totalidad y desde hace mucho tiempo.

Me atrevo a decir que, salvo honrosas excepciones –que, por suerte, las hay siempre–, no hay un periodismo a la altura de las circunstancias que vivimos hoy como país, y mucho menos a la altura de esta coyuntura mundial acechando. Contrapuestos los agentes de la comunicación nacional a la solidez de algunos discursos que se observan en varias de las principales figuras del gobierno nacional, quienes –a diferencia de épocas recientes– responden a toda hora a todas sus demandas, la distancia incluso se hace más vergonzosa.

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Está en tus manos,
tan simple así,
solo en tus manos
está el camino para empezar a vivir…
Litto Nebbia

Se entiende, como dijo Alberto Fernández, que “estamos construyendo la obra mientras estamos sobre el escenario”. Ahora bien, me pregunto: ¿alguna vez fue de otro modo para el peronismo? Desde su nacimiento, el peronismo no solo debió impulsar e implementar políticas públicas inéditas, también tuvo que crear las condiciones para que su proyecto colectivo y de Estado fuera posible. En su praxis todo mecanismo político se construye social y constantemente, y, por lo tanto, no es eterno. “Todo se construye y se destruye tan rápidamente”, dice Charly García, como mantra nacional. Construir lo que otros destruyen y volver a construir, parte de la religión peronista.

En ese punto estamos entonces hoy, en un 2020 que será un antes y un después para el mundo entero. Estamos pensando al Estado, transformando la realidad poco a poco. Asimilando y actuando en nuevos procesos sociales, poniendo por delante y bien en alto la política, los partidos políticos y los diferentes ejercicios de la democracia, porque este escenario y este proceso histórico y social necesita de consensos, necesita de todos los sectores para transformar la audacia en necesidad. Estamos con un gobierno que debe hacerse cargo de la gente, recomponer el sistema de salud pública, velar por los puestos de trabajo, no solamente incentivar sino recomponer el tejido industrial absolutamente jaqueado por las políticas macristas y todo eso devolviendo y ampliando derechos (notebooks, vacunas, remedios, planes sociales) en medio de la mayor crisis de la que se tenga memoria en décadas.

El paquete total de medidas anunciado recientemente por los ministros de Trabajo y de Desarrollo Productivo para paliar los efectos económicos del coronavirus asciende a $850.000 millones, lo que equivale al 3% del PBI. El ministro Matías Kulfas precisó “ampliar el salario complementario a todas las empresas en crisis; subsidiar el 100% de la tasa de interés para la línea a tasa 0% para monotributistas y autónomos; y brindar las garantías mediante el Fogar, lo que representa un costo fiscal de $107.000 millones, que si se le suman las medidas anteriores, entre las que se incluye el Ingreso Familiar de Emergencia, los incrementos en la Asignación Universal por Hijo (AUH) y la jubilación mínima, entre otras, ese monto se eleva a los $850.000 millones. Nuestro objetivo es preservar la producción nacional para que pueda iniciar rápidamente la recuperación, una vez que pase la pandemia.” Cuando estas medidas para paliar la crisis se encontraron con las voces críticas a la parálisis económica producto del aislamiento preventivo, comenzaron los comentarios de alerta frente a una planeada (y no deseada?) “intervención estatal” y los clásicos “vienen por todo” y “se van a quedar con las empresas”. A fin de cuentas, los comentarios y críticas hacia el parate que provoca la pandemia nunca son para cuidar a los trabajadores ni a las Pymes ni a los puestos de trabajo, mucho menos a los pobres y desamparados argentinos, como pretenden mostrar. Las horas y horas invertidas en erosionar la imagen del gobierno son para eternizar el modelo de acumulación de ganancias millonarias de los de siempre. La única concepción de economía que aceptan es la del poder concentrado marcando la cancha, imponiendo las reglas de juego y haciendo todos los goles.

Resta solo una reflexión. El día en que el Presidente, a solo tres meses de asumir su cargo –detalle que escapa a la mayoría de nuestros comunicadores en la emergencia–, decide convocar a los 45 millones de argentinos a enfrentar juntos una cuarentena preventiva obligatoria, y nos conmina a quedarnos en nuestros hogares para cuidarnos de un enemigo invisible y letal, no tardaron en llegar los ecos de distintas voces de autoridad en el mundo entero que apoyaban su decisión. La imagen de Alberto se elevó en cuanta encuesta apareciera, en contraposición con ciertos comentarios ladinos e irónicos, que llegaron a llamar “épica falsamente heroica”, “vacía” o “ridícula” –según el grado de republicanismo conservador en sangre del interlocutor–, a aquella decisión. Alberto desoyó a los derrotistas y continuó con el objetivo primero de cuidarnos. Una demostración de amor a su pueblo, sí; de poner la vida por delante de todo, también; pero ante todo una decisión de fortaleza institucional que debemos honrar con inteligencia y valentía, sin dejarnos correr por esa prensa perdida en su laberinto sobre la que también debemos construir lo nuevo.