26 de marzo

Hola compañeras/os, cómo están?

Cada día que me levanto en esta cuarentena me siento en el inicio de la temporada 2 de Lost. Un disco gira y se escucha la canción “Make your own kind of Music” by the one and only Mama Cass. La de Desmond es la cuarentena que siempre imaginé, y me parecía que ya tener todo eso en la casa era un privilegio.

Ayer pensaba que, antes de llegar a los portales de noticias, los kits de supervivencia eran un tipo de contenido que habitaba todos los espacios de internet (en forma de meme, video de youtube, entrada de blog, de tumblr, de pinterest). Desde que empezó todo esto a fines de febrero, cuando encontraba uno (donde fuera) iba anotando ideas en un cuaderno cuadriculado que tengo siempre abierto al costado de mi computadora. Copio algunos ejemplos:

– Instrumentos: navaja (obvio), Headlamp (with batteries), pala y casco (cualquiera)

– Alimentación: latas, papas fritas, cerveza, oreos

– Salud: paracetamol, barbijos, calmantes, alcohol en gel

– Soul Survival Kit: Relax, Keep your balance, Keep your cool

– Otrxs: documentos; lavandina; papel higiénico; anteojos negros

Pablo Agustín en su canal de youtube habló de la cuarentena y me gustó lo que dijo, porque era lo que yo pensaba: que esta pandemia evidencia que todos los seres humanos nos comportamos de la misma manera. Entonces, si yo coincidía con ese diagnóstico, ¿por qué me costaba tanto terminar de personalizar mi kit de supervivencia? ¿La generalización me estaba dejando caer en un error que, por otra parte, podría costarme la vida? Si todos éramos iguales (de lo que tenía evidencia muy fresca), ¿era mejor aplicar aquella regla del capitalismo fase 9 (one-size-fits-all) y confiar en el kit de supervivencia estándar?

Preguntas y más preguntas: incertidumbre. Eso es lo que me deprime a la mañana y me saca las ganas de salir de ese útero de algodón y nylon. Ayer leí el texto de mi amiga Agata sobre despertarse en estos tiempos de cuarentena. Todos los días me despierto, primero, a las seis y media (seguro por algún ruido que hace mi vieja); después, a las siete y media, y miro el chat con Gerta. En general me responde los mensajes que yo le había dejado la noche anterior, mientras ella dormía. En un tercer intento empiezo a volver a entrar en el mood pandemia. Me acuerdo, como cuando una está atravesando cualquier momento trágico, de que levantarse es al pedo.

Mi papá decía que a él cuando abría los ojos a la mañana le sobrevenía un desánimo, una pesadez, un abismo, que en unos minutos se disipaba. (Al menos eso es lo que a mí me quedó de cuando conversamos sobre este tema.) Él también era sagitariano: somos optimistas incansables. Pero detrás de ese optimismo de rutina había una depresión vieja y obstinada que, yo sabía, iba a persistir hasta quedarse con todas las fichas del tablero.

Ayer le decía a Gerta: a pesar de que pueda sonar un poco psicópata, siento que vivir este momento es una suerte de privilegio. Es un momento único, todos coinciden en eso. Siempre quise vivir un momento único. La total incertidumbre tiene algo de abismo –y, en este caso, de abismo colectivo– que me hace sentir viva. Por primera vez nos miramos unos a otros (a la distancia o por una pantalla) y nadie sabe qué carajo va a pasar. Es más, todo el que quiera decir con certeza qué pasará es un soberbio y un egocéntrico. En la pelea entre Jean-Luc Nancy y Agamben –que nos pasamos por wasap– lo que se puso en evidencia fue un poco eso. Lo más fuerte que Nancy dice es que hace treinta años Giorgio le desrecomendó escuchar a los médicos que le aconsejaban realizarse un trasplante de corazón. Nancy dice que, de haberle hecho caso a Agamben, estaría sin dudas hablándonos desde más allá del río Estigia. Un golpe bajo, sin dudas, una chicana.

Me quedó lo de Alejandro, de la nota de El Destape, eso de que los deseos de cada uno se manifiestan como predicción. En este momento en que todos estamos atados a un futuro colectivo y que los deseos propios deben coincidir, más o menos, con las predicciones propias, las disputas filosóficas son inmediatamente ideológicas y, como se ve, personales.

Ahora estoy en mi cuarto, en la casa donde vivo –con algunas interrupciones– desde que tengo dos o tres años. Me di cuenta de que tengo el afiche con el Nestornauta pegado en la puerta de mi cuarto. Nunca lo saqué. Qué loco, parece una premonición. Tener a Alberto en este momento es otro milagro más que nos da el peronismo. Tragedias y milagros, de eso se trata.

Bueno, sé que esta carta quizás debía llevar una coherencia con los otros textos. Pero estoy sola y escribir en mi diario a veces no es suficiente para descargarme.

Me quedo acá, atenta a los noticieros y esperando que el clima nos dé un respiro. Ni una batalla le ganamos al mundo.

Abrazos a todas/os, los extraño mucho.

Gina.

 

30 de marzo

Queridos amigos de Sangrre,

Cuando tenía 22 años me fui a recorrer América Latina. Diez países durante un año y el recuerdo de que la comunicación con mi familia y amigos era por carta. Hoy sonará raro, pero no había celulares, ni correos electrónicos y las llamadas a larga distancia eran carísimas. Escribir en papel, colocar la carta en un sobre, poner una estampilla e ir al correo me parece, aún hoy, un acto maravilloso, que hemos perdido.

Día 12 de aislamiento por la pandemia. Les mando, aunque no en papel, estas palabras. Me gusta. Podríamos llamarla intercambio epistolar de emergencia o intercambio epistolar en emergencia.

Bueno.

Inevitablemente esto me lleva a la literatura. Me suele pasar, ante los sucesos de la vida (ordinarios y extraordinarios, como el que hoy transitamos). Me lleva a mirar al mundo, al pasado, al futuro. También desde la no-ficción.

Defectos de origen. O afectos de origen, depende de la mirada.

Entonces.

Busco esos libros para releer (suelo subrayarlos). Necesito que la literatura y la historia y la política me expliquen el presente. Estos días me acordé de La peste escarlata de Jack London, publicada en 1912 pero cuya realidad distópica se ubica en 2013, cuando una pandemia diezma la población mundial. También de El mundo sumergido (1962) de J.G. Ballard. El deshielo de los polos provocó la inundación de la Tierra. Solo los grandes edificios emergen por encima del agua. Allí están los sobrevivientes. Nuestro héroe es un joven biólogo que nació en esta realidad. No tiene nostalgia por el mundo anterior. No lo conoció. Vive en este escenario sin angustia. Es su mundo. Hasta lo disfruta. Todo lo contrario a una entrevista que vi en Televisión Española esta semana: un hombre de 106 años contaba (por Skype) su experiencia con la Gripe Española, ­que aconteció entre 1918 y 1920 y mató a 50 millones de personas. Dijo que tenía miedo de que se repita ese escenario. ¡Qué surrealismo!

Sigo con el zapping.

Italia dice que la Unión Europea la dejó tirada. Holanda pide que ningún país exceda la “austeridad fiscal”. Portugal les responde: ustedes están locos, es el momento de gastar para salvar vidas. Una eurodiputada italiana denuncia que Hungría y República Checa, gobernadas por coaliciones ultraderechistas, les robaron material médico que les había enviado China. Después nos hablan de civilización.

Ahora la RAI. En el piso, una periodista presenta un informe. Abre con personas entre aplausos y lágrimas en el aeropuerto de Bérgamo. 53 médicos y enfermeros cubanos acaban de llegar para ayudar en la zona del mundo más golpeada por el coronavirus. Estas imágenes se han repetido en España. Al otro lado del charco, Brasil y Bolivia, que expulsaron a las brigadas médicas cubanas, entraron en una etapa esquizofrénica. No quieren ayuda cubana. Apelan a la gracia divina. Niegan a la ciencia. Pueblos a la deriva. Nota mental: no votemos tontos, no aceptemos golpes de Estado.

Al otro lado de la cordillera, un tipo dice ante las cámaras: “¿Qué pasa si este virus muta hacia una forma más benigna? ¿Qué pasa si muta y se pone buena persona?”. Es el ministro de Salud de Chile.

Los Trump, Bolsonaro, Johnson, Añez, Piñera. Te queman la cabeza.

Argentina. Cadena Nacional. Habla Alberto. Parapetado en la ciencia, como corresponde y como el líder del PP español, Pablo Casado, le cuestionó a Pedro Sánchez: “Se parapeta en la ciencia” (sic). Alberto no me echa la culpa. Habla con calma. Anuncia medidas. Reivindica al Estado, a la ciencia, a la salud pública. Me explica lo que habló con expertos. Estoy tranquilo. Entiendo. Da certezas.

Hablando de certezas.

Tengo una: ningún presidente querría estar donde él está hoy. Pero me siento aliviado de que Alberto esté ahí, no dice “pasaron cosas”. No chapucea. Quiere estar ahí.

Me llega el informe sobre el COVID-19 de la Confederación Sindical Internacional, que analiza cómo los gobiernos del mundo enfrentaron esta crisis. Se titula “Putting people first”. Argentina figura al tope de ranking.

La enseñanza: cuánto vale el voto, cuánto vale el voto.

Cariños,

Mariano.

PD: ¡Quédense en su casa!