Samanta Casareto es historiadora, investigadora para Argentina del Museo del Holocausto de Estados Unidos y miembro del Centro de Documentación Universidad y Dictadura que, desde el 2006, sistematiza los archivos de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA, para recuperar información sobre estudiantes, docentes y no docentes detenidos-desaparecidos. Una reconstrucción colectiva de la memoria histórica que busca rescatar los lazos que se armaron en el tránsito por los pasillos, las aulas, los espacios y las experiencias comunes entre los que se albergaba la militancia, como una forma más de volver a pensarla y honrarla desde sus concepciones y sus afectividades. Desde el 10 de diciembre pasado es, además, Directora de Proyectos de Digitalización y Archivística Documental del Archivo General de la Nación del Archivo General de la Nación.

Samanta Casareto
Samanta Casareto

¿Cómo comenzó el proyecto de documentación Universidad y Dictadura?

Empezamos el trabajo en la Facultad de Filosofía y Letras en 2006, con una propuesta a la cátedra libre de Derechos Humanos a partir de un mural que se había hecho en el Aula 108 en la década del noventa con el esfuerzo militante del Centro de Estudiantes, los organismos, pero sabíamos que tenía algunas inconsistencias; por ejemplo, había estudiantes de la carrera de Historia pero de Rosario, no de Buenos Aires. Siguiendo un poco también lo que ya había hecho la Facultad de Arquitectura –que fue la pionera en la UBA en este trabajo–, pedimos autorización para ingresar a todos los depósitos donde hay documentación de legajos, el Departamento de Estudiantes de la Dirección de Alumnos y la Dirección de Personal, para poder recuperar información sobre estudiantes, docentes y no docentes detenidos desaparecidos de la Facultad. Fue un trabajo que nos llevó muchos años, porque considerábamos a todos los desaparecidos que habían estudiado en Filosofía y Letras. Bajo esa premisa de trabajo, comenzamos por el primero de la nómina y buscamos si estaba en Filo, seguimos con el segundo y lo buscamos y así. Porque muchas veces la nómina de las Facultades se hacen por historia oral: yo sé que mi hijo o mi hermano o tal compañero estudió en Filosofía y Letras. Eso es importante porque nos permite hacernos la pregunta, pero tiene lo volátil de la memoria y de un período de clandestinidad. E incluso, fuera del marco del terrorismo de Estado, también de un momento de la vida, la adolescencia, donde uno, muchas veces, no le dice a sus padres qué efectivamente está haciendo con sus estudios, en qué instancia está.

Primero, entonces, estudiamos cómo se organizaba el archivo en ese momento, porque cada archivo tiene una organización propia y necesitábamos entenderlo para saber dónde y qué buscar. Encontramos fichas de inscripción con los datos de las personas y un número de legajo. En algunos casos había fichas de inscripción pero no encontramos los legajos, porque la Facultad se dividía por carrera y, en ese momento, incluía a Psicología y Sociología. La mudanza de ambas carreras se hace en medio de la dictadura.

¿Qué buscaban en los legajos? ¿Había datos más relevantes que otros, había una mirada sobre algo en particular?

En realidad, los legajos son un gran mimo por la reconstrucción de la memoria de los compañeros. No tienen mucha información de las personas. Solo en algunos casos, en aquellos que dieron exámenes libres, hay parciales, por ejemplo.

Eso es interesante, supongo, porque aparece la letra de los compañeros.

La letra de los compañeros ya aparece en las fichas de inscripción. Ese es un detalle que a nosotros no nos parecía tan fundamental, pero los familiares lo recibieron como algo importante. De hecho, nosotros entregábamos los legajos y pensábamos que solo era la ficha, la foto y un par de papeles irrelevantes –el título secundario, las vacunas. Sin embargo, muchos hijos no conocían la letra de sus padres. O familiares que habían olvidado esa letra. O la foto era de un momento del que ya no tenían registros.

¿Cómo fue la relación con los familiares a partir de ese trabajo?

Entrega de legajos a familiares, FFyL, 2011
Entrega de legajos a familiares de detenidos-desaparecidos, FFyL-UBA, 2011 (fotografía: Paula Suárez)

Nosotros empezamos a trabajar en 2006, y en 2011 dijimos “vamos a parar acá” después de una primera revisada de todas estas fichas y legajos. Encontramos, además otra piedra de Rosetta: un censo que hizo la UBA con todos los estudiantes inscriptos entre 1966 y 1976. Más allá de que ahí no están todos los detenidos desaparecidos, hay un gran porcentaje que se anotó en ese período previo. Ese padrón del censo nos permitió reconstruir mucho mejor la información, porque había compañeros que aparecían en el censo pero de los cuales no había ni ficha ni legajo. Finalmente, sumamos las fichas de graduados también de ese período. Cuando tuvimos toda esta información, empezamos a contactarnos con los familiares e hicimos un acto para entregarles la información que teníamos de cada uno.

¿Y había información nueva para ellos?

Había familiares que nos decían que de ninguna manera su padre o su hijo habían estudiado acá. Porque había compañeros que estaban en la Facultad de Filosofía y Letras por militancia y, en realidad, estudiaba otra carrera. Por ejemplo, había dos hermanos que estudiaban Derecho y sus familiares no sabían de su pasaje por Filo. Tenemos casos, al revés, de familiares que nos decían que sus hijos habían aprobado quince materias y tenían cartas, información sobre eso, y tenían solo una materia con un dos. Un hijo que todas las versiones que tenía eran que su padre no estudiaba, que era un desastre, que solo se dedicaba a militar, y en realidad tenía casi toda la carrera aprobada y con muy buenas notas. O un nieto que decía “tanto que el abuelo era un genio y tiene bochazos como yo”. Lo que nos permitió humanizar un montón de cuestiones y esa información que a nosotros nos parecía pequeña, poco, al entregársela a un familiar adquiría otra relevancia. Por eso es un trabajo siempre en construcción. Tanto que desde ese 2011 hasta hoy, encontramos 36 casos nuevos en Filo, a partir de que pudimos ingresar al archivo de Personal, donde encontramos, por ejemplo, muchos docentes que no sabíamos que había sido docentes ahí.

¿Esto se extendió a otras facultades más allá de Filosofía y Letras?

Legajos de compañeros de la FFyL
Legajos de la FFyL-UBA. Juan Pablo Maestre, bibliotecario, fue secuestrado el 13 de julio de 1971 y asesinado (su compañera Mirta Misetich continúa desaparecida). Martín Ramón Landín, no docente y estudiante, fue secuestrado-desaparecido el 21 de enero de 1977. Ambos eran militantes peronistas.

En 2014 hubo un decreto presidencial que pedía que las empresas públicas y los ministerios repararan los legajos de los trabajadores detenidos-desaparecidos. Más allá de que la UBA es autónoma, nosotros pedimos que la universidad hiciera la reparación de los legajos de docentes, no docentes y estudiantes. La idea de reparación era que la UBA nos autorice a ponerle un sello al legajo que diga que la verdadera condición de ese estudiante, no docente y docente es la desaparición forzada. No es un “inactivo” que dejó la carrera o no es un trabajador que quedó “cesante” por no presentarse a trabajar. Por ejemplo, encontramos dentro de un legajo de una estudiante una sanción de la biblioteca porque no había devuelto los libros. Y lo que había pasado entre que los pidió prestado y la sanción es que la desaparecieron. Nos parecía reparador en todo sentido: primero, para visibilizar a estos compañeros, y porque había otro montón de condiciones –dejar de estudiar, de ir al trabajo– que también tenían que verse en esta clave.

A partir de la presentación de este pedido nuestro, la Dirección de Derechos Humanos de la Secretaría General de la UBA hizo un camino para impulsar este trabajo en las diferentes unidades académicas. Por ahora se hizo una primera etapa –los nombres que ya conocemos, no este barrido sistemático– en el Nacional Buenos Aires, en el Pellegrini y en el ILSE, en Derecho, en Medicina, en Agronomía, en Ingeniería, en Farmacia y Bioquímica. Siempre había trabajo previo y militante: hay baldosas, hay murales. Esta reconstrucción de memoria no es algo que a la UBA le fuera ajena, solo que se va sistematizando y los legajos se entregaron en este marco.

¿Hay algunas características similares, en términos de militancia y, a la inversa, en cuanto al formato represivo, que atraviese al universo de compañeros de la Facultad?

Nosotros empezamos a laburar el período 1966-1976 para ver esa Facultad previa a la dictadura, porque, si no, no podíamos ver qué estudiaban antes, el quiebre, el inicio del Estado terrorista –porque, para nosotros, terrorismo de Estado es todo ese período y a partir del 1976 se transforma en terrorista y genocida.

El momento previo a la dictadura es un momento de efervescencia y de gran militancia, y lo que vemos es un corte abrupto a todo eso que se pensó, que se leyó, durante la primavera camporista. Hay un montón de compañeros que participaron siendo estudiantes, docentes, militantes, miembros del Centro de Estudiantes, del Consejo Directivo, que no solo desaparecen, sino que sus programas de estudio son modificados. Nosotros no trabajamos solo con los detenidos-desaparecidos que eran estudiantes al momento de la desaparición. Si hay un estudiante que ya se graduó y estaba trabajando en Rosario, también lo consideramos un estudiante de Filosofía y Letras, porque estuvo años en la Facultad, transitó los pasillos, las aulas, militó en esos espacios. Lo consideramos parte de la memoria de la Facultad que reconstruimos.

Madres de Plaza de Mayo, mural de FFyL
Madres de Plaza de Mayo, mural de FFyL-UBA

Y después lo que vemos son las políticas represivas del Estado terrorista sobre la Facultad. Por ejemplo, en el departamento de Ciencias de la Educación encontramos un Reglamento de Convivencia y Comportamiento, donde uno de los puntos establecía que si peleabas una nota podías ser sancionado y echado de la Facultad.

Vos trabajás con el Museo del Holocausto de Estados Unidos. ¿Encontrás similitudes en los trabajos de reconstrucción de la memoria después de los procesos genocidas realizados allá y acá?

Lo que tienen de similar es el armado del rompecabezas. El Museo del Holocausto de Estados Unidos trabaja en más de veinticuatro países buscando las consecuencias del genocidio nazi, y una de las cuestiones que más trabaja es con las migraciones, pensando que, cuando una familia es desarmada, trasladada, llevada a campos de concentración, hay familias enteras que no saben dónde están los demás. Si murió, si emigró, si sobrevivió y terminó en algún país del mundo. Lo que hace es recuperar documentación que nos permita construir la historia de un proceso que, como el nazismo, dejó burocracia, unificarla y poder trabajarla en conjunto.

En nuestro caso, reconstruimos los lazos sociales que el genocidio intentó desarmar. En la UBA, a partir de los legajos, de las fechas de desaparición, de las entrevistas con los familiares, reconstruimos grupos de amigos, grupos de militancia, gente que dio exámenes juntos durante toda la carrera. Pensamos la Facultad desde un grupo de amigos que estudiaban juntos. Por las mesas de exámenes vemos compañeros que dieron varios finales juntos y están desaparecidos todos. En el Nacional Buenos Aires, encontrás compañeros de aula de primer año que están desaparecidos de la misma agrupación política y se sentaban juntos. Hay tres compañeros que desaparecen juntos y el padre de uno presenta una nota donde aclara que están faltando a la escuela porque están secuestrados y da los nombres de los amigos de sus hijos.

Entonces, este trabajo permite la composición de un rompecabezas que no tendríamos si no fuera por la documentación. Nos permite reconstruir aquello que el genocidio pretendió desarmar. Intentar ver ese espacio por el que los compañeros transitaron. O incluso los programas que los compañeros soñaron. Por ejemplo, yo trabajo en una materia que se llama Elementos de Prehistoria y Arqueología americana para historiadores. Con esta investigación encontramos una materia de Artes: Artes del Tercer Mundo, creada en la primavera camporista cuando “Yuyo” Noé y Claudio Adur (desparecido) eran el Director y el Secretario Académico del Departamento de Artes, con una especialista en historia precolombina que está desaparecida y estaba pensando esto que nosotros tratamos de desarrollar ahora. Es decir, hay discusiones políticas, académicas que las obturó el terrorismo de Estado y hay que recuperar.

Desde el 10 de diciembre sos Directora de Proyectos de Digitalización y Archivística Documental del Archivo General de la Nación. ¿Cuáles son, pensando en clave de tu trayectoria de trabajo con archivos, líneas de continuidad y objetivos específicos, ya dentro del ámbito del Estado, de esta Dirección?

Es diferente, porque nosotros lo que hacemos en el Archivo no es temático. Cuando armamos el Centro de Documentación en Filo el recorte fue temático: buscamos todo aquello que diera cuenta de la historia de la Facultad de Filosofía y Letras en este período con una mirada hacia los compañeros detenidos-desaparecidos. Los archivos históricos, en cambio, no son temáticos: se manejan en relación a fotos documentales que tiene una procedencia.

Lo que me parece importante, y es uno de los objetivos que está llevando adelante la gestión del Archivo General de la Nación, primero, es tener un proceso de digitalización y preservación digital de la documentación, y que eso permita hacerla accesible para los diferentes públicos. El Archivo tiene al público más conocido: el historiador que puede quedarse ocho meses buscando lo que necesita para escribir un paper. Pero también el Archivo es garante de derechos: tiene documentación que permite dar la jubilación a una persona que declara entrar al país en tal fecha. Tiene la posibilidad de buscar documentos que ayuden a obtener una ciudadanía. Tiene todo un fondo documental donde están los decretos del Poder Ejecutivo que pueden servir para establecer el despido arbitrario de un trabajador en la “Fusiladora”. Todo otro fondo de archivos reservados donde se encontraron hábeas corpus y reclamos de familiares al momento de la desaparición. Como garante de derechos, el Archivo no es para cincuenta o cien investigadores, es para los millones de ciudadanos. Y por eso, el objetivo de esta gestión es agilizarles el acceso de esa información a todas las personas.