“Estoy tratando de llegar al hueso de lo que es todo esto del Rolling Thunder,
y no tengo ni idea. Porque no se trataba de nada. Solo es algo que ocurrió…”
Bob Dylan

El gobierno de Mauricio Macri fue la actividad política con menos obra –realización colectiva– que haya tenido la Argentina en lo que va de su historia. Aprovechó una época de estetización extrema de la política –saturación de la matriz de edición audiovisual, relato publicitario y (seudo)cálculo de segmentación integrado a la malla cibermediatizada– y, bajo ese signo imperativo de sujeción, hoy, al verse obligado a presentar las marcas de su fuerza en la contienda electoral, solo muestra al desnudo un ramillete de acciones privadas que jamás tuvieron otro acento que no fuera su propio desarrollo –es decir, el enriquecimiento a cualquier costo de la población más rica del país.

La producción del macrismo careció de objeto político. Nada bajo su gobierno apuntó a productos perdurables. En lugar de crear nuevas cosas, secó o congeló las que le precedieron. Como si se tratara de la ejecución de un concierto, le dio duración a un evento siempre contingente e irrepetible. La experiencia Cambiemos es una lábil acción que existió solo en la medida en que hubo presencia de público expectante de su desarrollo. Ambas características estuvieron íntimamente correlacionadas: la acción requirió tan vitalmente de espectadores precisamente porque, al concluir su ejecución, no dejaría tras de sí ningún objeto que permaneciera dando vueltas por el mundo. Tengo serias dudas de que quede “pueblo macrista” después de Macri. Con certeza la matriz de show y reacción perdurará en una parte de la población argentina; pero eso es otra cosa.

***

(Paso volando imágenes en Instagram y veo un flyer con la cara de un dirigente sindical reiterado por cuatro tal como la obra de Andy Warhol Shot Marilyns… Un auténtico síntoma de que mucho de la vertiente espectacular se licúa –aunque el dirigente persista en su mandato– y no es solamente potestad del macrismo sino dato amargo de época.)

***

Al peronismo le costó descubrir la constelación crítica de su propia fuerza. No tuvo a mano imágenes que no remitieran automáticamente a fragmentos de su pasado reciente, que además y al mismo tiempo servían de anclaje para demonizarlo. Como a toda fuerza que transita una derrota, al peronismo le costó arrancar a su propia tradición política de su predilecta zona de confort: el personalismo. Tuvo que sentir el miedo a su propio final, verse cada mañana en el amargo espejo de la popularidad perdida y masticarse el cuero rememorando una y mil veces sus anteriores salvaciones. Esperó, esperó y esperó. Para minimizar el peligro, empezó a aceptar de buen grado la posición subordinada, renunció a la soberbia, y pagó con sus deberes tanto como fuera necesario y en donde se lo reclamaran. Volvió a poner en práctica su capacidad de empatía, su disposición a oír. Necesitó de las dudas del otro. Creció y, sin darse cuenta, articuló el más preciado de sus recuerdos, la renuncia. En el instante de peligro, el peronismo improvisó una cadena inusitada de renuncias. Cada miembro de su fuerza, en mayor o menor medida, terminó entendiendo eso de mantener el deseo bajo estricto control y renunciar a pretender incluso lo que le correspondía. La fuerza de esa renuncia es tan materialista como mesiánica, es la forma política del peronismo de enfrentar lo injusto, es su gracia histórica de desequilibrar al enemigo y de recuperar su fuerza, una gestualidad ancestral. Cuando el peronismo comprendió cabalmente el riesgo de una derrota actual, se hizo sensible (una vez más) a todas las derrotas.

***

Hicimos lo que debíamos hacer, compañeros. Cada uno trató de cumplir con lo que se le pidió o de estar atento a cualquier deber a nuestro alcance para cumplirlo. El domingo está acá adelante, ¿escuchan el ruido de ese trueno? Ya llegan desde el pasado para abrazarnos.