“El hombre antiguo ya no encarna y la tierra no lo extraña”

Giuseppe Pellizza da Volpedo, "Il sole" , 1904, óleo sobre tela

Cuando termine el collage de archivos, cuadernos, audios de wasap de fondo, toda la producción de tuits, memes y fotos de personajes en Comodoro Py pasando como en el minuto de la muerte; cuando el residuo gramático de este tiempo esté tan seco que no mueva a crítica; cuando su memoria opaca no sirva para trazar ningún sentido, los argentinos seremos los mismos pero más viejos y sin margen para negligencias ni vulgaridad.

Perdonadas la sed de los especuladores, el griterío de los fanáticos, la altivez de los racionales, la brutalidad de los que no distinguen, la bobera de los ciberdependientes, la pubertad de los revolucionarios, quizás hasta nuestros antiguos compañeritos de aula puedan suspirar y largar esa Jansport cargada de perspectivas y cinismos inútiles para acompañar la nueva fuga hacia adelante.

Tarde o temprano, ese día se habrá agotado la epicidad a la carta para los que piensan, junto con el metraje publicitario para los que niegan.

En tiempo y forma la energía social repleta de hartazgo, penuria y rechazo va a llegar desbordando los planes programáticos y cualquier encasillamiento partidario e incluso político, no caben dudas. Esa especie de bajón postlisérgico, consciente de lo autodestructivo de esta comunidad, arrastrará los fantasmas de la historia y de los manuales chamuscados de la Patria. Habremos crecido. Madurar en cierto sentido es desprendernos de esa idea de que alguien te necesita más que a otro, de que a alguien le importas VOS. Es asumir, como dice Lucía De Gennaro, que uno a la larga siempre es parte de una “lista”, de un sistema de protecciones o de un colectivo que lo articula. Madurar es dejar de ser ese VOS. Ese VOS que el publicista de Larreta tiene desgastado hasta el hartazgo. El VOS que se sustenta sobre la frontera de lo político en cuanto irreal, como mentira.

El vértice en el que se arme nuestra encrucijada –el día que suceda en el tiempo, sobre el pedazo de tierra que nos tocó en este mundo– es el punto donde se volverán a superponer demasiadas cosas y sobre ellas nuestro disfraz de suspicacia infantil ya no servirá. Esa operación que nos gustaba armar –ese “dejarnos llevar” como si la única experiencia posible para nuestro pueblo fuera no tener camino– será obsoleta. Esa llamada suplicante, ese “sácame de acá” al hermano mayor, que se sienta a poner orden después de los desastres en que nos metimos, será ridícula. Remetabolizadas nuestras pasiones y defectos, pueblo lindo, nuestra constancia por crecer será más fuerte que nuestro destino.

Sepámoslo: ese nuevo día no tiene un plano maestro de las estructuras democráticas ensayando la promoción de los más aptos. En ese lejano día, aquel deseo inconfeso de “una Argentina sin argentinos” que detectó el amigo Martín Rodríguez –y que, sin amplificar, era el gracioso “vivir sin vecinos” de las charlas domésticas– deberá enfrentarse cara a cara. Bancarse el defecto, arreglar lo propio; meterle cabeza a esa proyección a Downton Abbey que siempre nos deja parados en The Walking Dead. Eso mal pensado, mal deseado, con el tiempo que requiera será extirpado, sin odio ni pasión.

Cuando desenredemos las prioridades de este nudo de consumos cruzados en que nos metimos –materiales y simbólicos, fugaces y doctrinarios–, cuando dejemos a aquel niño deseoso dormido en una cama caliente, se ajustará nuestra necesidad a la de los demás. Con optimismo, sí; con derechos, también; pero con una lucha abierta por detectar las obligaciones que hasta ahora no supimos asumir. Con el mito fundante detrás, los muertos pegados al alma y el cuidado centinela de que ese niño no despierte, es como aseguraremos cierta vida. Una que nos importe.

Durante mayo se ha tomado una decisión en ese sentido, o al menos así la entiendo yo. Una unión de fuerza y amistad que da por tierra con la postergación, con el negacionismo y demanda responsabilidad, madurez y perseverancia. ¿Tendrás que dejar tus planes urgentes en la puerta de tu casa al salir a hablar con otros? Si, deberás. ¿Tendrás que asumir la responsabilidad de todo este lío como el más importante de los cuadros de estas lacras? Si, deberás. ¿Tendrás que dejar tus verdades para el momento que la necesidad colectiva te las pida? Si, las dejarás. También hay gracia y plenitud cuando se obedece el destino.