Corto y pego intercambios de mails, mensajes de textos, whatsapps que me llegan por otros, conversaciones por celular y cara a cara con quienes nos visitan, pocos. Pero compacto, ordeno: está en el peronismo –qué duda cabe– la habilidad para cambiar de piel, cosa que exaspera a quienes tienen entre sus sueños mayores –son legión– verlo desaparecer. Y echar sal sobre la tierra que pisó. Porque suponen que debajo hay una verdad inalterable. Cristina había sacado chapa de impertérrita, de jacobina que se mantiene en sus trece, incluso con un pie en el patíbulo. Se rompe pero no se dobla, ni siquiera un poquito. Me acordé del vaticinio que decía que fuera del gobierno el kirchnerismo se iba a reducir a un carocito progresista, al PI haría recordar. Nadie se acuerda. Se quedaron con las ganas, ganas progresistas. La noticia que hace hermoso a este sábado es que Cristina sacó a relucir manual de táctica y nos devolvió el alma al cuerpo. El apetito de gobernar, incluso en las malas, gobernar siempre –otra virtud del peronismo–, está intacto. Rebobinemos, dice mi hijo burlándose de sus mayores: ¿hasta dónde se puede cambiar de piel? Incluso la exfoliación, ¿es una virtud? Claro que sí, hijo, porque es una gilada eso de que la piel es lo más profundo; la coyuntura obliga, no puede ser de otra manera. Además, esto es una alianza, otra cosa. Habrá sido en mayo del año pasado, después de un almuerzo excitado con compañeros del sindicato de empleados de comercio de Rosario, en el colectivo volviendo a casa pensé que si la Historia tiene algo de sapiencia, no solo de astucia, impediría que al menos este que habla –¿quién?, ¿quién va a ser?– vuelva a trajinar por las dependencias del Estado en las que se supo mover, nunca grácil, entre 2003 y 2015. No, también durante 2016 y más. Porque con los laburantes que nos jugaron malas pasadas o con los que nos desentendimos a partir de 2011 y hasta comienzos del año pasado ya tendimos puentes. Conversamos largo, aceptan que se equivocaron, que no vieron lo que se venía. Nosotros también, es cierto, aunque menos que ustedes, porque fue de otro calibre. Pero con quienes desembarcaron –afables las más de las veces, mucho pantalón chupín y barba esmerada– para pelotudear y enfriar lo que con mucho esfuerzo y amor habíamos puesto en marcha, para destruir con su mediocridad, con ellos… ¡Las ganas con que los soldados rusos llegaron a Berlín después de pasar por cientos de aldeas estragadas escuchando las barbaridades de la bestia parda! Ganas no progresistas. Los rusos se las sacaron, nosotros no podremos hacer tal cosa. A lo sumo despedir, pero es mucho más lo que pretendemos, algo inolvidable que les impida volver a la carga. El cambio de piel nos exige que sea así, la alianza también. Es la condición, ¿es? Que la historia tenga sapiencia, porque para este que viste y calza –falda y blusa en el trabajo; cuarenta y nunca tacos– es una cagada quedarse con las ganas, hace muy mal, maldispone. Además, una cosa era Berlín para los soviéticos, otra para nosotros el macrismo; somos todos argentinos todos, ¿no? Ni el mate con azúcar ni las tortas fritas amenguaban el frío de la noche de San Clemente del Tuyú en que nos preguntamos qué hacemos con el enemigo si llegamos a volver. Ojos encendidos. ¿Te imaginás si Perón volvía, no en el ’73 con otra coyuntura, sino en el ’59, o Yrigoyen en el ’34? Sí, me lo imagino. Tu preferido: Rosas de vuelta en 1856. De un lado se me ponen todos los mamertos que creen que no hay enemigos; los demás vienen conmigo, no importa que seamos pocos. No es por acá, gil: para terminar con Macri nos mezclaremos, los zonzos nos tendremos que hacer ante mucho de lo que vimos y oímos. Lamentablemente tengo que decir que entre los primeros que se bajarán de la alianza que se está forjando –me refiero a los intelectuales para poner un nombre rápido– están los que se pusieron contentos porque creen que este es fin de la grieta. De cabo a rabo se equivocan. Solo usar esa palabra los delata, haberla incorporado a su vocabulario con tanta facilidad y sin sospechas. Ocurre también que si Macri está muerto –indescriptible alegría suscita tan solo garabatear esto, aunque sea con condicional, no vaya a ser cosa que nos estemos tragando un sueño–, las fuerzas que produjeron al macrismo siguen, obvio de toda obviedad, vivitas y coleando. Solo arrepentidas de la incapacidad política que les hizo perder el favor mayoritario de la sociedad. Otra diferencia con la dictadura: la sociedad que la prohijó tuvo tiempo para desembarazarse de ese personal altamente desprolijo. Montaron la escena de que habían sido engañados y no se preguntó mucho más. Hoy todo puede suceder tan rápido que no tendrán cómo excusarse. Ni los diarios, ni los funcionarios de segunda y tercera línea, todos con las manos en la maza y sin ganas de sacarlas. Les regalo una excusa: “en verdad mi papel en Encuentro era impedir que esta gente acabara con todo… no sé si dieron cuenta”. Atentos. El tema es que el macrismo llegó para terminar con el populismo –peronismo, kirchnerismo–, para sancionar definitivamente a una parte de la sociedad demasiado afecta a derechos, a reclamos colectivos, que incluso gusta, hasta por extraño, de todo lo que reúne la palabra Patria. Y no lo logró. Por eso, el nuevo gobierno popular con el que fantaseamos tendrá desde el primer día a sus enemigos desembozados, batiendo el parche para que muerda el polvo cuanto antes, sin tregua. Estamos en el mismo y ya largo capítulo que se abrió en 2001, todos con las cartas en la mesa. Espacios muy reducidos, donde aún más se precisa la táctica preciosa. ¡Nombres, quiero nombres! Contentate, querido, con los de primera línea, los que salen en los diarios, los mismos diarios. El secreto será cómo desactivarlos políticamente, cómo restarles potencia. Pero eso es imposible si siguen siendo grandes actores económicos. Rajá, zurdito, rajá. ¿Quién puede ser tan hijo de puta que tenga ganas de cagarle la vida a tipos grises como Miguel Pereyra, Néstor Sclauzero o, incluso, Eugenia Izquierdo? No le importan a nadie y ya la tienen cagada. ¿Quién puso esos nombres? Vos. No puede ser. Basta. ¿Es inevitable que todo se desande de la misma forma, se repita pero sin pizca de inocencia? Me dice un colega de pasado trotskista no tan lejano, viendo cómo se deteriora su salario Conicet, que el macrismo fue un aprendizaje para todos. Nos diciplinó. Si no es así, hay que trabajar para eso. El nuevo gobierno popular necesitará para sostenerse de la movilización de masas de la que hoy pueden prescindir los análisis políticos incluso más apocalípticos, esos que acunaron a Macri y perciben que se acabó. Prescinden porque esa movilización tiene fundamentalmente una existencia de raro carácter, inusual. Se manifiesta en una adhesión que tiene mucho de incondicional a una figura, hablamos de nuestra jefa, que salió entera de los ataques más brutales que esta hora del capitalismo imagina. Un paso más y era la invasión, la guerra. Semejante adhesión es en sí misma una genial movilización de masas. Habrá que desplegarla. Crear miles de comités, de asambleas de defensa del gobierno popular. En cada lugar de trabajo o de estudio, en el barrio. Que se reúnan en plazas o en escuelas, en clubes o locales. Sin sectarismos y cada unx como pueda. Donde se piensen las dificultades que tendremos que atravesar, se contenga a los impacientes –¿soy uno de ellos?–, se contrarresten los ataques que no tardarán ni un día, se amplifique otra voz. Donde también se resuelvan problemas concretos. De paso cañazo: donde se la pase muy bien.