Se está resquebrajando el consenso mundial de posguerra. El fascismo vuelve con renovada fuerza. Acopló a su discurso de odio la prédica económica más rancia. La ignorancia y el desprecio, elevados a la categoría de concepto político. El conocimiento científico, rechazado por anticuado.

La bandera política de la derecha, prácticamente la única, es el miedo. Su exacerbación ha llevado a su crecimiento exponencial llevándose puesta a las posiciones de centro o de derecha moderada. En Europa, el miedo (odio) al otro es el inmigrante; en América Latina es que nos podemos  convertir en “otra Venezuela”.

Votación tras votación, la intolerancia ocupa más espacios. Siete países de la Unión Europea tienen a la extrema derecha gobernando en solitario o en coalición. Suecia, pese a su elogiado Estado de Bienestar, es el último ejemplo. El partido xenófobo Demócratas Suecos obtuvo en las elecciones de septiembre el 17 por ciento de los votos y 62 escaños.

Formaciones neofascistas gobiernan en Austria, Italia, Polonia y Hungría. En Holanda se quedaron en la puerta;  en Francia ya han disputado la segunda vuelta. En Alemania, que tras el genocidio nazi no tenía formaciones de extrema derecha, por primera vez una coalición nostálgica del fascismo ingreso el año pasado en el Bundestag con más del 12 por ciento de los votos.

La tendencia es alarmante: ya son diecinueve los parlamentos en Europa con representación ultraderechista. En once países del viejo continente estas formaciones políticas ya superan el 15 por ciento de los votos y van por más.

América Latina parecía indemne a este peligro. La mayoría de los partidos de derecha prefiere opacar su ideología intolerante bajo una máscara de liberalismo. Su mayor eslogan de campaña es el miedo al castrochavismo.

La irrupción de Jair Bolsonaro y su posterior elección como presidente del país más grande de América latina exportó el fascismo a la región. Su discurso xenófobo, misógino, homófobo y racista se complementa con los principios ultraconservadores de la escuela económica de Chicago.

El economista paraguayo Gustavo Codas –que además es integrante de la Fundación de Estudios Perseo Abramo del Partido de los Trabajadores de Brasil– me señala con una inocultable carga irónica: “Los argentinos eligieron a Mauricio Macri, y este fracasó con su intento de gobierno de derecha híbrido; por eso, los empresarios y banqueros brasileños, que fueron los últimos en entrar a la campaña, apoyaron a Bolsonaro para que defienda sus intereses económicos. El espejo que les devolvía Macri era que no iba a fondo”.

Complementa esta reflexión aguda un artículo de la revista más importante de finanzas en Brasil, Valor Económico, publicado una semana antes de la primera vuelta electoral en Brasil. Un empresario afirmó: “Para las reformas que necesitamos hacer, necesitamos que el presidente sea Pinochet”.

Codas enumera los eslabones que permitieron que un “personaje marginal como Bolsonaro, militar mediocre como Hitler” ganara la presidencia: “sectores sociales que exudan odio, añoran a la dictadura y quieren mano dura; los poderosos grupos evangélicos de la Iglesia Universal de Cristo; los sectores empresarios; la pata militar que en Brasil ha adquirido mucho poder en el último lustro; y Estados Unidos, que con su activo rol en la caída del PT allanó el camino”.

“Estamos frente a un hecho que no estaba en la hipótesis de la izquierda, del centro ni de la derecha tradicional: el derretimiento del centro y que la derecha sea liderada por la extrema derecha”, explica.

Recordemos que América Latina inició un período inédito de gobiernos de izquierda muy heterogéneos. Comenzó en 1998 con la victoria de Hugo Chávez y decantó, como nunca antes en la historia, en la llegada al poder de líderes populares como Lula da Silva (Brasil), Néstor Kirchner (Argentina), Tabaré Vázquez (Uruguay), Evo Morales (Bolivia), Daniel Ortega (Nicaragua), Rafael Correa (Ecuador), Mauricio Funes (El Salvador), Manuel Zelaya (Honduras), más la resistente presencia de Cuba. Construyeron procesos socio-políticos inclusivos de ruptura con el Consenso neoliberal de Washington y una integración latinoamericana que solo habían anhelado dos siglos atrás los soñadores de la Patria Grande.

Hace unos cinco años la derecha salió de su aturdimiento. Aliada a un aceitado aparato mediático-judicial, trabajó para la caída de estos gobiernos. Lo logró en Argentina, Brasil, Ecuador y Honduras. Además sumó al cónclave conservador a Chile, Perú, Colombia y Paraguay.

La excepción: México, que tras un oscuro período PAN-PRI, alumbró la llegada a la presidencia del progresista Andrés Manuel López Obrador.

México y Brasil, los dos países más poblados de América Latina, las dos economías más grandes y los centros de pensamiento con más influencia en la cosmovisión regional y mundial presentan hoy una lucha de titanes por el sentido político en un continente en reyerta.

Además, las prácticas y discursos entre Bolsonaro y López Obrador no podrían ser más disímiles. Los rumbos de sus administraciones serán claves en las campañas de la nutrida agenda electoral que la región tendrá en 2019.

El año próximo habrá elecciones presidenciales en El Salvador (3 de febrero), Panamá (5 de mayo), Guatemala (19 de junio), Argentina y Uruguay (27 de octubre) y Bolivia (octubre), en el contexto de mayor deterioro del aprecio ciudadano por la democracia desde la caída de las dictaduras. Según la última encuesta regional de Latinobarómetro, el respaldo a la democracia se ubica en 53 por ciento, el quinto descenso consecutivo desde 2010 (61 por ciento).

La mayoría de los analistas latinoamericanos asegura que la izquierda está en crisis, que perderá más gobiernos y que no podrá volver al poder en mucho tiempo. Me permito discrepar. La gestión autoritaria que Bolsonaro iniciará en enero de 2019 será turbulenta. El plan de ajuste salvaje más privatización más persecución a opositores solo se garantizará con violencia. La tentación de Bolsonaro, en la dificultad de su agenda, será la represión y el autoritarismo. Afirma Codas: “Una mala presidencia desmoralizará a los cultores de credo neoliberal, por primera vez los militares puede salir desmoralizados, porque ellos ahora no pueden decir que no son parte”.

Y añade: “La izquierda en Brasil no fue destruida, salió bien del período electoral, hay terreno para disputar. Hay material para continuar la lucha, por supuesto que en condiciones muy difíciles ya que entramos en un período político diferente, que no es el de la crisis de los gobiernos de los progresistas. Ahora hay crisis del neoliberalismo y de su capacidad de generar hegemonía. Por eso necesitan neoliberalismo con fascismo al estilo de Donald Trump”.