“Pero seguía pendiente mi promesa de llevarla de viaje, al Pensamiento.”
César Aira, Prins

“Ahora, lector, te aseguro, meo periculo, que ninguna cantidad de opio intoxicó jamás, ni pudo intoxicar.”
Thomas De Quincey, Confesiones de un opiómano inglés

Si Aira no investiga para escribir sus novelas, yo tampoco lo haré para escribir esta reseña. Como mucho voy a terminar de leer –sin saltear muchos párrafos– Prins (Random House, 2018). O no.

El sueño que más me acuerdo de mi infancia transcurría entre la ensoñación y la vigilia. Desde mi cama podía ver, a través de la puerta entreabierta, la biblioteca de mi papá. En esa época uno de mis miedos era no tener el suficiente sueño para dormirme a la hora que me mandaban a la cama (temprano) y desvelarme. En la que yo creía ser una de esas noches de sueño salteado, se apareció flotando enfrente de mí un pequeño Sr. Burns, el malo de los Simpsons pero chiquitito como un gnomo y volador. Era el diablo. Venía a quemar (el Sr. Burns) todos los libros de la biblioteca. Ahí el sueño se detiene.

Filosofía de la incompletud

En la página 125 de Prins, el autor cita a Yoshinda No Kaneyoshi: “Solo una persona de comprensión reducida desea disponer las cosas en series completas. En los palacios de antaño, se dejaba una parte sin terminar, obligatoriamente.” Como los sueños, la novela de Aira termina sin completarse. Si el Sr. Burns cumplía con su amenaza y quemaba los libros, el fuego hubiera consumido el oxígeno disponible en ese sector de la casa creando vacío. El vacío y el consumo son dos ejes de lectura posibles de Prins.

Este es el miedo de Aira (horror vacui): que el cubo de opio se consuma, que Alicia finalmente se escape, que no haya más novelas góticas para copiar, que el Ujier encuentre la llave de la Antigüedad, que esta novela gótica se termine. La fórmula para huir del vacío es hacerle frente. En este momento inicia la novela:

Escribir es una tarea siempre pendiente, porque hay que seguir escribiendo, se escribe para seguir escribiendo. […] Dejar de escribir, para siempre, saldar la deuda perenne de la escritura, me dejaba en libertad para organizarme con el objetivo de estar bien. Sólo había que encontrar la ocupación de reemplazo adecuada.

Aira se inscribe en el barroco de muchas maneras, entre ellas a través del exceso, la abundancia, lo exagerado. Siempre excedente, la sospecha de la finitud produce horror. El protagonista en primera persona llega a la conclusión de que se ha cansado de ser escritor y de escribir novelas góticas. Paradójicamente –un aire a Aira–, la escritura empieza cuando la escritura termina: “La sensación de distancia podía deberse a la gravitación del vacío que producía no escribir.”

Esta sensación de distancia se salda cuando el protagonista decide reemplazar la escritura con el consumo de opio. El consumo de drogas –como el de la literatura– es un consumo con fin en sí mismo, es por eso que no puede terminar. Incluso la escritura en esta novela es una escritura del consumo y no de la producción. El protagonista es un escritor à la Pierre Menard. Poniendo en práctica el dispositivo borgeano al servicio del mercado editorial y su propio rédito económico, el autor calca los grandes hits de las novelas góticas. De hecho, ni siquiera lo hace él: tiene una troupe de amanuenses. El autor es entonces solamente autor de una idea (la copia) que ni siquiera es de él, sino de Borges, y ni eso.

El consumo genera desechos. Los consumos excesivos del autor (el opio, las novelas góticas y sus imaginarios) no producen nada, solo dejan sobras. Estas son expulsadas del mundo ideal hacia el real, donde se materializan y –platónicamente– se ven disminuidas en sus valores ontológicos, éticos y estéticos. La primera sobra es el grupo de groupies-copistas que queda desempleado cuando él decide suspender su carrera. A continuación, nos enteramos de que en el barrio hay una “pandilla de góticos” causando disturbios en la ciudad. La literatura gótica –que ya es una literatura de “género”, de imitación (como la gauchesca), pues busca recrear lo medieval–, genera desechos que reproducen la idea de lo “gótico” pero con un grado más de fastfood cultural: “¿Y si no fueran desprendimientos de la novela gótica propiamente dicha, sino esos jóvenes que se hacen llamar góticos porque se visten de negro, con cadenas y borceguíes?”

Por otro lado, el consumo del cubo de opio –grande como un lavarropas– genera residuos malolientes que el protagonista decide tirar en la vereda. Luego, un ejército zombie de cartoneros se acerca y comienza a drogarse con estos restos. La nueva droga es furor en el mundo callejero. Todo se resuelve cuando una pandilla narco de la Villa 1-11-14 roba las sobras opiáceas y monopoliza su comercio. Esta cadena alimenticia urbana –una antiecología– es un dispositivo narrativo que Aira activa a gusto.

El imaginario utilizado por el protagonista para escribir o copiar las novelas también se transforma en un residuo, sale a ocupar la realidad. Cuando termina de escribir una novela gótica, todas las ideas que utilizó para ese fin empiezan a ocupar lugar en su cerebro. Para resolver la falta de espacio, expulsa los desechos mentales como si contara para ello con una impresora 3D: “Una vez terminada la redacción de una novela, su imaginería, además de molestar y afear el ambiente, me deprimía como un recordatorio del nivel mercenario al que había llevado un arte otrora prestigioso (la literatura).” Entonces, empieza a enviar todas las ideas convertidas en objetos reales a un desván donde años más tarde se instalará la siempre otra Alicia.

Henry Fuseli, “The Sheperd’s Dream” (1793)

Tormentos y tormentas

En Confesiones de un opiómano inglés (publicada por primera vez en abril de 1821), las imágenes de las alucinaciones que experimenta Thomas de Quincey también se corporizan y ganan relevancia arquitectónica; pero este nivel de realidad produce en De Quincey grandes tormentos:

Este y todos los demás cambios en mis sueños estaban acompañados por una ansiedad profunda y por una fúnebre melancolía, totalmente incomunicable por medio de palabras. Me parecía bajar todas las noches, no metafóricamente, sino de un modo literal a precipicios y abismos insondables, de una profundidad inaccesible, de los que parecía imposible volver a salir.

Las alucinaciones, que en el texto de De Quincey son pesadillas de una mente alterada, forman en Prins parte de la atmósfera, los personajes y el clima de la novela. Es decir, aquello que De Quincey sufre y teme como tormento, Aira lo expulsa de la mente y proyecta en el paisaje como tormenta (clima gótico, por ejemplo: la noche de rayos y truenos en que el protagonista encierra a Alicia en el último piso de la Facultad de Ingeniería) o como entretenimiento para los sentidos: “Las alucinaciones seguían mientras tanto, pero ya me había habituado a ellas, y las dejaba correr por detrás del pensamiento, como un empapelado de flores blancas.”

La capacidad creadora de la vista provoca en ambos textos la fusión entre el sueño y la vigilia. Habitar ese espacio intersticial es el principal objetivo de Prins: “Inflado de opio como un globo aerostático podré lanzarme a ejecutar lo que se encuentra entre el sueño y la realidad, lo que vine postergando desde el momento mismo en que nací.”

No son pocas las veces en que me despierto en el “medioambiente” donde vivo ahora en la calle Cerrito buscando la hendija de la puerta entreabierta a través de la cual ver la biblioteca de la casa de mis padres. Cuando me despabilo un poco, me acuerdo dónde estoy y que la biblioteca ya no es la paterna ni está afuera de mi cuarto: es la propia y está sobre la estantería que atornillé con poca pericia sobre la cabecera de la cama, a punto de desmoronarse y romperme la testa.

La interacción entre escritura, borramiento y reescritura que juegan en nuestra cabeza los sueños y la vigilia son una buena forma de describir el presente transtemporal sobre el que resbala la lengua del protagonista de Prins. Todes sabemos que el modo más eficiente de reproducir un sueño que tuvimos es anotarlo ni bien nos despertamos en una hoja de papel y que si, por el contrario, dejamos pasar el tiempo, sus contenidos y formas se transforman de manera ominosa: la versión anterior se desfigura y deja de ser accesible a nuestra memoria. Para no olvidar ni recordar, el autor expulsa los pensamientos. Esta contaminación de la realidad produce el Mal, ahí es cuando la novela se vuelca a la acción: “Si queríamos combatir el Mal, tarde o temprano teníamos que hacerle frente a la realidad”.

Horóscopo

Desde el punto de vista astrológico, esta típica novela gótica nació bajo el signo de sagitario (al final encontramos una fecha: 2 de diciembre de 2015). En este sentido, Prins es una novela versátil a la cual le encanta la aventura y lo desconocido. Está abierta a nuevas ideas y experiencias y mantiene una actitud optimista incluso cuando las cosas se le ponen difíciles.