Ilustraciones y animación: Ana Celentano

 

Escucho por radio a una banda llamada The War on Drugs. Es un concierto de hora y media, septiembre del 2017.

¿Dónde oí esto, ya? No conozco sus canciones, y no he leído reseña alguna sobre ellos. Mi escucha no está condicionada, salvo por mi memoria, que me lleva a los años 80.

La afinación de la batería y las guitarras chirriantes y lejanas, evocan el tránsito nocturno por una ruta, a la manera del Springsteen ochentero.

Pero no es Springsteen. Es The War on Drugs.

¿Qué pasa? A otra gente del hemisferio norte le pasa otro tanto. El solista Ryan Adams también recupera los sonidos de aquella década en sus últimos dos discos. Uno de ellos es explícito desde el título: 1989.

Series de estos días: Stranger Things, Dark. Las dos miran hacia los 80. La primera transcurre en esa década, la segunda va y viene. Y fue en los 80 cuando se gestó la etiqueta “dark” para designar a las obras tristes, lúgubres, desesperanzadas, nacidas de los sótanos húmedos de la Vieja Europa.

¿Que trata de decirnos Hollywood? En su momento, las películas de acción con Will Smith de algún modo preparaban a la audiencia yanqui ante la chance de un presidente negro.

¿Qué onda, Hollywood, con tanta película de zombies? ¿Quiénes vienen a ser los zombies que se vienen? ¿Los excluidos del sistema, que vienen por su venganza? Así se vería en el espejo deforme de la única ideología admitida, la de los zombies de verdad, drogados con el mensaje mediático, y que como todo adicto, necesitan cada día una dosis mayor: muertos en vida.

Pero volvamos a la intriga ochentera. La no-casualidad tiene sus hilos. Ya desde el 2015 aumentaba en las calles la cantidad de gente sin techo. Crecía también la venta ambulante de lo que sea, en la vereda o en el colectivo. Tal cual sucedía a fines de los 80. Personas durmiendo en galerías, pibes colocados con lo más barato, a centímetros de la zanja. En los 80 era pegamento, en estos días cualquier cosa.

En esos años caía el “socialismo real”. El mercado se lo llevaba puesto. Uno por uno fueron desplomándose los gobiernos de los países que circundaban la URSS, última en morder el polvo.

En 1989 Estados Unidos invadía Panamá y se llevaba preso al general Noriega, uno de los suyos que se salió de madre. Muchos muertos y presos en Panamá. Años atrás la Casa Blanca no lo hubiera hecho. Recién se lanzó  cuando tuvo la cancha libre, roto el equilibrio planetario.

Para el mismo año, un operador político del departamento de Estado, Francis Fukuyama, publicaba un texto acerca del “fin de la historia”. Un Hegel reloaded, discutido por intelectuales, no por políticos. “Cita mal a Kojeve”, y bla. Pelotudeces. El texto decreta la muerte de las ideologías, sobre todo de una. En realidad, de una sola: la que se oponga a la ideología dominante del mercado.

Cayó el Muro de Berlín, la prensa planetaria festejó la “buena noticia”. La izquierda troska, inexistente en todo ese proceso, dijo que las masas de Alemania Oriental querían un socialismo sin burocracia. Hubo que fumarse a Adelina de Viola diciendo “socialismo las pelotas”.

Terminaba un siglo y un milenio, al decir de Hobsbawm. El desplome del intento socialista, le permitió al capitalismo mundial disimular su propia crisis, y su incapacidad para resolver los problemas del planeta, con un notable talento para agravarlos.

¿Cuántas guerras, de los 80 a esta parte? Dos guerras en Irak, guerra en los Balcanes, en Libia, en Siria, en Afganistán.

Aquí, en el barrio, fuimos del “no se puede” de Alfonsín al “no se debe” de  Menem. La convertibilidad como un caramelo envenenado cuyos efectos explotaron en el 2001.

Pero todo eso se cocinó en los ‘80. Década que comenzó con un epidérmico ensayo de Marshall Bermann celebrando la “modernidad” (demolido luego por Perry Anderson), y culminó con Twin Peaks, un relato magistral en todo sentido, ya que la magia y lo sobrenatural se imponían a cualquier atisbo de política. Que Twin Peaks haya concluido 25 años después, también nos estaría diciendo algo.

Los adultos jóvenes de los 80, que servíamos el desayuno a nuestros hijos escuchando Radio Bangkok, con total incertidumbre ante el futuro, estamos a punto de ser adultos mayores. Los niños de los 80 son los adultos jóvenes de hoy, a quienes la autoayuda mediática quiere vender la incertidumbre como panacea vital, mientras destruye el Estado con el aplauso de fondo de una masa de adictos que claman cada día por una dosis mayor.

China y Rusia se acercan hoy como no pudieron hacerlo nunca en tiempos de la URSS y de Mao. Europa y USA ya no son lo que eran. La élite zombie no lo entiende ni lo acepta.
Mientras tanto, suena The War on Drugs.