I

“Se viene cabeceando de arriba sin costado. Piedra costra cosedora no aguanta. El pato si no se acuesta patea miel hasta que lo despierta el viento”.

Son líneas de Roña criolla, libro que Ricardo Zelarayán escribió en 1984 y publicó en 1991.

Va otro, al azar: “Dándole siempre al parche, el madrugonazo olvida. Latas se entreveran con cartones. Cuchillo al ras y de punta, puro jugo”.

No hay que preguntar qué quiso decir. No, no y no. Porque lo que hace aquí Zelarayán es tensionar, sin resolver nunca, el sonido y el sentido. Mejor dicho: funde sonidos, y el efecto es un murmullo.

A otra escala, puede pensarse algo parecido sobre las letras del Indio Solari. Muchos cronistas han perdido el tiempo “analizando” esos textos como si fuesen simples representaciones de algo. ¿“Qué quiso decir con” tal cosa? Erraron el tiro una y otra vez: Solari produce un murmullo, en nuestra lengua. Fue una de las armas secretas de Patricio Rey: interpelar con ese murmullo a miles de personas, que aunque no entendieran un cazzo, sabían que les hablaba en su propio idioma.

Fuera de la letra, cualquiera que camine por la calle Defensa, en San Telmo, un domingo por la tarde, si afina la oreja escuchará también un murmullo, pero en gringo. Sonidos en portugués, francés, italiano, inglés, ruso, alemán. Las palabras no se entienden, pero es suficiente para advertir el murmullo de otras lenguas.

II

En el murmullo, las voces no son de nadie. Es un colectivo anónimo el que resuena allí. Anonimato activo que suele resultar incómodo a toda una franja urbana, muy afecta a lookearse y convertirse en un mensaje gráfico e individual para un mundo impreciso: las tretas contra el anonimato, la construcción de pequeños personajes, de cuya realidad “real” poco se sabe. El periodismo inventó la etiqueta de “tribus urbanas” para evitar hablar de montones de cosas que viven y suceden por fuera del alcance de esa misma etiqueta. Lo que no se puede etiquetar no existe.

En alguna parte de Puerca tierra, John Berger escribió: “los campesinos no representan papeles como lo hacen los personajes urbanos. Eso no se debe a que sean «sencillos» o más sinceros o menos astutos; simplemente el espacio entre lo que se desconoce de una persona y lo que todo el mundo sabe de ella –y éste es el espacio de toda representación– es demasiado pequeño.”

III

Hay cadáveres, dijo Perlongher en Alambres. Entre los vivos, hay murmullos. Por debajo de las voces y de los nombres, hay murmullos.

En algún momento de los años noventa, David Viñas se preguntó de qué forma iba a emerger, en su momento, el bloque de los excluidos. Hoy, el que pregunta es el murmullo. ¿Qué lengua lo reunirá? ¿Quién o quiénes podrán hablar, una vez que los velos caigan y la materia desnuda deje secos los charcos?.

Zelarayán, otra vez. “Dándole siempre al parche, el madrugonazo olvida. Latas se entreveran con cartones. Cuchillo al ras y de punta, puro jugo”.